Suma Flamenca, el festival de la Comunidad de Madrid que se celebra en distintos enclaves del 17 de octubre al 5 de noviembre, presenta una programación sin complejos, directa y plural, pero abriendo sus puertas a los más jóvenes, por un lado, y por otro a ilustres veteranos con un prestigio a sus espaldas y una extensa trayectoria. Últimamente y por regla general, estos no son tenidos muy en cuenta por algunas citas que se circunscriben a la supeditación del mandato efímero de modas y modos y a las compulsiones de una falsa modernidad que, ante la sumisión que implica el miedo a no estar acorde con los tiempos, limita la visión objetiva de un arte vivo y amplio.
Pero el tronco del flamenco tiene muchas ramas, lo que enriquece al género, y el mismo Antonio Benamargo, director de Suma, afirma que con el lema Crisol flamenco ha querido en esta decimoctava edición “establecer un lugar de encuentro para artistas con diferentes criterios interpretativos y estéticos, distintos orígenes y culturas, abierto a la creación, a la experimentación y a la reelaboración del flamenco clásico. Lo que hago es constatar el hecho de la diversidad”.
Cincuenta años con mi cante es el título del concierto que presenta uno de esos insignes veteranos, José de la Tomasa, perteneciente a una trascendental casa de músicos gitanos. Medalla de Oro de la Ciudad de Sevilla, Compás del Cante, considerado el Nobel del flamenco, o Giraldillo del Cante de la Bienal de Sevilla, entre otros galardones, dice que ha intentado caminar por esos cincuenta años “con dignidad, honestidad y humildad, algunas veces temblando al subir al escenario por querer entregarle al público lo mejor, porque canto lo que me emociona”.
José de la Tomasa, que se encuentra en un “momento de calma lleno de vida”, cuando interpreta la seguiriya se dirige al público advirtiendo que ese estilo es el himno nacional de su familia y apela continuamente al valor del conocimiento de las fuentes como base para, a partir de ahí, crear un lenguaje propio, “antes de que la evolución se convierta en degeneración”. Aficionado a la música clásica –se considera un músico por encima de todo–, habla de “la fuerza de la sangre” cuando se refiere a su hijo Gabriel o a su nieto Manuel, también cantaores.
El cante adquiere un particular protagonismo en Suma Flamenca con voces que van desde las de José Valencia o Mayte Martín, con su Flamenco íntimo, a la de Rocío Márquez y Bronquio, con su propuesta electrónica Tercer cielo, pasando por las de Arcángel, Perrate o Estrella Morente, que se hace acompañar por Rafael Riqueni.
Y con el baile encontramos desde nombres mayores, consagrados e imprescindibles, galardonados con el Premio Nacional de Danza, como Eva Yerbabuena, Andrés Marín, Estévez y Paños, Olga Pericet o Manuel Liñán, hasta jóvenes con clara proyección de futuro: Vanesa Coloma o Rebeca Ortega, además de figuras consolidadas, con peso en las programaciones de grandes ciclos, dentro y fuera de nuestro país: Pepe Torres, María Moreno, La Moneta o Mercedes de Córdoba.
“Bailar es un ritual que emite una energía muy poderosa y lo que vemos no es absolutamente real. No solo observamos la gestualidad y los movimientos, sino que sobre todo percibimos la energía que produce lo que está sucediendo en el escenario”, dice Ana Morales del espectáculo que estrena en Suma Flamenca, Más que baile.
[La bailaora Ana Morales y el coreógrafo Andrés Marín, Premios Nacionales de Danza]
Artista internacional, Giraldillo de la Bienal de Sevilla y Premio Nacional de Danza en 2022, en su baile no existe el argumento, “cuenta historias desde otros espacios que no han estado tan habitados. El baile es abstracto en sí mismo y tiene una lógica que va más allá de la racionalidad. A veces nuestros ojos y los de los espectadores se quedan pequeños para intuir que bailar es al fin y al cabo el resultado de todas las capas que hay detrás de lo evidente, del lugar físico”.
Al preguntarle sobre si las generaciones precedentes tenían los mismos criterios, concluye: “Ellos fueron el resultado de un proceso anterior. Se ha generado un cambio de paradigma social y en los sistemas de entendimiento, y la danza es también el reflejo de la sociedad en que vivimos. Avanzamos, nos liberamos, la composición visual de la danza, los contenidos y las herramientas que utilizamos son distintos, pero nuestra esencia sigue siendo la misma”.
La guitarra flamenca tiene un lugar privilegiado en las programaciones musicales de los teatros del mundo hoy, y el joven compositor e intérprete Alejandro Hurtado presenta en Suma su concierto Maestros del arte clásico flamenco, que interpreta con una Ramírez de 1916, la famosa ‘Leona’, que perteneció a Ramón Montoya, y una Santos Hernández de 1937, con la que tocaba Manolo de Huelva.
Pero, después de un riguroso periodo de formación y estudio de los maestros históricos, acaba de publicar su segundo disco, Tamiz: “La guitarra siempre ha estado evolucionando: en la técnica, en las armonías, en la rítmica y, especialmente, en la estética. Ahora todo el mundo es libre para expresar el flamenco como quiera y lo sienta”.