Un grato libro de Pascal Bruckner, publicado hace poco, Subir a la montaña, se pregunta: ¿adónde va lo blanco cuando la nieve se deshace? Esta sutil cuestión nace en los versos de Shakespeare sobre el olvido que somos. Esto despierta en mí la necesidad de un juego que me lleva a imaginar dónde va el lector, qué camino emprende después de leer un libro que lo es de verdad, me refiero al que comporta una enseñanza.
Esos libros, lo sabemos, son muy escasos. Hannah Arendt se preguntaba dónde estamos cuando pensamos. Y cabe decir, dónde estamos cuando leemos. Seguramente lejos, burlado todo horizonte, cruzados todos los mares. Un lector es un confín.
Estas cavilaciones vienen también sugeridas por un artículo de Lara Gómez que leí hace unos días en un periódico. De hecho, se trata de un reportaje sobre los libros que leen los reclusos de la cárcel de Brians 2, que pertenecen a más de setenta y una nacionalidades. El presidio está enclavado en la provincia de Barcelona. Resulta llamativo que, entre las peticiones que recibe la biblioteca de dicho centro, sea frecuente la Divina Comedia, abunda la demanda de Stephen King, se solicita el título de un autor que yo desconocía, Javier Castillo, El día que se perdió la cordura, y un libro de memorias de Pablo Escobar.
De todos modos, siendo sincero, no me pudo alegrar más saber que los libros que menos se devuelven a la biblioteca, so pretexto de que se han extraviado, son los de Friedrich Nietzsche, un filósofo que ayuda a franquear como nadie los muros de una razón entendida de manera tan restrictiva.
El lector que lo es por naturaleza, el apasionado para quien la lectura es crucial, ¿es un encadenado que busca zafarse del mundo?
La transgresión, la libertad de ir más allá de la convención, la puesta en duda de que la “razón moderna” solo ha sido aplicada en Occidente a través de la lógica y, por tanto, su visión sea parcial –la observación no es mía, sino de Martin Heidegger en ¿Qué significa pensar?–, permite atar cabos en torno al por qué se despierta en unos reclusos el interés hacia un pensador que corrigió el valor de las deterministas verdades en una obra como La genealogía de la moral y sintió la necesidad de plantear un mundo más allá del bien y del mal. Que sus libros desaparezcan, que se escondan como oro en paño bajo un colchón o detrás del desagüe de un patio carcelario, no debe pasarnos inadvertido.
Esta circunstancia me ha llevado al relato de Hugo von Hofmannsthal, en el cual el autor cuenta que los internos de un presidio, cuyo nombre no menciona, piden, por encima de otros títulos, libros de geografía y, por más decir, mapas de países lejanos. Es, sin duda, una metáfora, como asimismo lo es leer a Nietzsche en una celda o decidirse a acompañar a Dante al Paraíso, y todo ello mientras pasan las horas plomizas en los corredores flanqueados por gruesas puertas con ventanilla.
[El autoengaño]
El lector, el lector que lo es por naturaleza, el apasionado para quien la lectura es crucial, ¿es un encadenado que busca zafarse del mundo? Al menos de este mundo tan romo, que es prosa mala y de trilogía comercial. Lo blanco de la nieve va adonde el ser humano sueña, viaja a un lugar en todo caso lejano, sin latitud ni nombre, pero que existe. He de confesar que, desde mis días adolescentes, he huido en algunos libros maestros, he podido escapar bien lejos de todo esto gracias a ellos, ¿a dónde?, no lo sé, el caso era fugarse con rapidez, como supongo lo hacen los presos de Brians 2 cuando leen El ocaso de los ídolos y piensan en esconderlo en la cisterna de un retrete.