Sigo de cerca la trayectoria de Isabel San Sebastián como novelista mestizada con el éxito. En La visigoda, Alana es un chorro de sangre joven bajo un pedazo de piel fresca y se quema en las peripecias de una cristiana cautiva. En La mujer del diplomático se enciende la intensidad de la escritura con atisbos autobiográficos. En Lo último que verán tus ojos destaca la alta calidad literaria y la provocación de vanguardia.

En Las campanas de Santiago se narra la humillación de los cristianos y el incendio de Compostela cuando Almanzor, azote de Dios, cheposo y altivo, caudillo musulmán, bombardeó Barcelona lanzando desde catapultas, almajaneques y maganeles, cabezas de cristianos como proyectiles. En La dueña, Isabel San Sebastián desarrolló el argumento sobre la España de Pedro Sánchez, perdón, quiero decir sobre la España de los taifas.

Periodista de raza, Isabel San Sebastián ha triunfado en el periódico impreso, en el periódico hablado y en el periódico audiovisual, instalándose en la alta popularidad y en la fama de la seriedad y la cultura. Me parece que aspira a cerrar su vida intelectual no en el periodismo sino en la novela y, aunque no son pocos los defectos de sus relatos habrá que concluir que la autora ocupa ya lugar destacado en la República de las Letras, con éxito creciente entre los lectores.

Isabel San Sebastián ha escrito tal vez su mejor novela. No se arrepentirá el lector que se adentre en ella porque disfrutará de su talento

Publica ahora La temeraria (Plaza & Janés) que novela históricamente a Doña Urraca, reina y emperatriz, pero que en realidad es la novela de Muniadona Dieguez, su doncella en aquella corte medieval que ardía de venganzas y de pasiones, de traiciones y lealtades, de luchas intestinas por el poder. Urraca desprecia a su marido Alfonso I de Aragón y desdeña a su hijo. Su preocupación se centra en el servicio al bien común y al papel que le ha encomendado la Historia.

La vida de Doña Urraca, la Temeraria, transcurre entre amores y desamores en el siglo XII, minuciosamente estudiado por Sánchez Albornoz y que dio continuidad a El siglo XI en primera persona, libro del que es autor Abdallah, el último rey zirí de Granada, descubierto y prologado por el inolvidado García Gómez.

“Yo era nadie –afirma Muniadona– una simple muchacha al servicio de Eylo, la esposa del Conde Antúnez. Doña Urraca la incorpora a su entorno y ella narra lo que ocurrió en aquella corte disparatada e insólita, “donde la envidia y la maledicencia se alentaban” y donde la doncella escucha a su Reina. “Ya irás viendo que la compasión no figura entre mis cualidades”. “Lo que de verdad me duele es el alma”, añade.
“El conde Froilán –explica Doña Urraca a su sirvienta– se ha alzado contra mí, encabezando a buena parte de la nobleza gallega. No me ha dejado otra opción que someterlo por la fuerza”.

Y cuando informan a la Soberana de que el Rey, su marido, está aquejado de grave enfermedad, ella comenta. “Buenas noticias. Así reviente”. A Muniadona, en cambio, Nuño, el marido, le escribe tiernas cartas de amor. Y cuando ella se asombra del tamaño de la barriga de su Reina, ésta le informa: “No es de mi esposo si es lo que está pensando”.

El terror almorávide golpea el reino cristiano de Doña Urraca. El obispo Gelmírez cobra papel destacado, Doña Urraca cumple con sus deberes entre los dolores terribles que le producen las almorranas y cuando Muniadona trata de aliviarla alza la voz: “Ni soñarlo –dice–. Una reina no se desplaza como una anciana decrépita. Una emperatriz cabalga”.

Defiende Doña Urraca a la mujer en una época en que su papel se desarrolla en medio del desdén general y afirma que velará por todos, “fuese cual fuese su sexo”. La muerte de Nuño desencuaderna a Muniadona. Los amores, la pasión, las violaciones humillantes hacen a la Reina “más huraña, más despiadada”. Sola frente al mundo, desaparecido su esposo, Doña Urraca lucha contra su media hermana y contra su hijo. No desfallecerá nunca ni frente a la traición ni frente a la deslealtad ni frente a la desgracia. Es una reina. Y lo fue hasta la muerte.

Isabel San Sebastián ha escrito tal vez su mejor novela. No se arrepentirá el lector que se adentre en ella porque disfrutará del talento de esta escritora que construye la novela histórica como muy pocos han sido capaces de hacerlo.