FIGURAS. El viajero sobre la tierra (1920) es una desasosegante novela postgótica de Julien Green. Vida y maravillas (Anagrama) es el sugestivo título de las memorias del cineasta y escritor Manuel Gutiérrez Aragón, que también podrían haberse titulado El viajero sobre la tierra.
Los conceptos de viaje y viajero parpadean con frecuencia en el libro. "Sentirse un viajero sin destino, pero tampoco con regreso a alguna parte", se dice. Pero el viaje no es solo el que implica un desplazamiento geográfico. Vivir es viajar, todo es viaje. También escribir. El autor se vio en algún momento como "un viajero sobre la tierra, un nihilista en busca del sentido". Quería comprender en qué consisten "las figuras del mundo" y su diálogo. El viaje no mejora la ignorancia. Llegó a creer: "poco a poco me voy desconociendo a mí mismo". ¿Ayuda la escritura de unas memorias a conocerse mejor? Sirven, obvio, para recordar, pero también para "repensar".
El antiguo estudiante de Filosofía y Letras vive ahora su plenitud en las letras –desde 2009 ha publicado cinco novelas, un ensayo y un volumen de cuentos– y sigue filosofando. Sus memorias abundan en reflexiones centelleantes y medidas. Y, más que la consabida magia, contienen lo que le es más querido a su autor: "lo extraño familiar".
Gutiérrez Aragón vive ahora su plenitud en las letras. Sus memorias abundan en reflexiones centelleantes y medidas
CAMPOS. Vida y maravillas tiene cuatro campos troncales: la familia cántabra (y medio cubana) durante la infancia y juventud; la militancia política clandestina, entre 1962 y 1977, en el Partido Comunista de España; el cine desde el ingreso en la Escuela Oficial de Cinematografía hasta (con omisiones) la última película del director y los viajes (Moscú, Cuba, Nueva York, China y Guinea Ecuatorial).
Gutiérrez Aragón hace el registro literario de lo que, a día de hoy, considera esencial en su vida y es capaz de poner en pie –con muchos personajes conocidos y con otros anónimos pero extraordinarios– el pálpito histórico y cotidiano de un país y de una época: la España que va de la posguerra a hoy mismo.
Cita a Blas de Otero: "Quisiera ir a China para orientarme un poco". El ingenioso y divertido doble sentido de esta frase –alusión a los comentados hechizos maoístas que fraccionaron el comunismo español– me sirve para recordar el humor cáustico, oblicuo pero también punzante, muy marca de la casa, que tintinea y zahiere en Vida y maravillas.
NOVELAS. Hay un capítulo precioso, y yo diría que valiente, en el que Gutiérrez Aragón glosa la duradera influencia que tuvieron en su imaginario literario Camino de perfección (1902), de Pío Baroja; La voluntad (1902), de Azorín, y Niebla (1914), de Miguel de Unamuno. Eso sí, la única novela que encuentra "verdadera" es La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson (1883): "Jim Hawkins me parece más real que yo mismo".
El autor, dejando aparte a Jean Renoir y John Ford, no es cinéfilo. No se habla mucho de literatura. No importa. Es la literatura lo que resplandece en la escritura de Vida y maravillas: esos adjetivos inesperados, esa sensorialidad de olores, sabores y colores en las muy logradas descripciones de escenas y paisajes… Es la palabra la que brilla sensual y, a veces, voluptuosa.
El niño enfermo –véase Demonios en el jardín (1982)– ya aprendió en su cama ("una isla de natillas y penicilina") a contar historias, a interesarse por el tesoro de los cuentos. Con sus elipsis y sus huecos, lo que se narra aquí responde, como quiere su autor, a una estructura de telaraña, plena de historias dentro de la historia que no olvidan su deuda con el cuento tradicional.
¿Mi pasaje favorito? El paseo nocturno y sin rumbo, de unas ocho horas, por las calles de Madrid con Chicho Sánchez Ferlosio y Manolo Revuelta, hablando de ¡Viva Zapata! y Elia Kazan, en octubre de 1962.