Regresa el 17 de octubre a Madrid, para intervenir de nuevo en el ciclo Grandes Intérpretes de Scherzo, Beatrice Rana, una de las pianistas del presente. Pese a su juventud (nació en Copertino, Italia, en 1990), posee ya un bagaje técnico muy importante tras sus estudios con el maestro, otrora insigne, Benedetto Lupo y sus contactos con el Conservatorio de Hannover.
Sus primeros premios en los Concursos de Montreal (2011) y Van Cliburn (2013), entre otros, le abrieron las puertas de las mejores salas de concierto de Europa y América, lo que motivó que ya desde muy joven comenzara a zascandilear de aquí para allá cuando aún no había cumplido los 20 años. Y a grabar disco tras disco.
De una figura tan aparentemente frágil, de insólita delgadez, emana enorme sa-
biduría y conocimiento, cualidades que le han permitido conquistar las principales salas de conciertos del mundo. Siempre se ha reconocido en ella un insólito y espirituoso toque, una diáfana digitación y una rara espiritualidad en el desgranar las notas.
Hay pocos pianistas en la actualidad que se muestren tan exquisitos y al tiempo firmes en la ejecución. Trabaja y trabaja hasta la extenuación en intentar desvelar las verdades y los secretos de las partituras que recrea. Son demostrativas estas palabras suyas en relación con su aproximación a la música de Chopin: “Con el tiempo, tengo la impresión de haber logrado delimitar una dimensión que me es propia y se adivina como fácilmente comunicable al público, que parece haber establecido un diálogo positivo con ‘mi’ Chopin".
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Actitud y propósitos aplicables a otras músicas: estudiar, profundizar, buscar verdades ocultas, digerirlas y traducirlas en un lenguaje propio a fin de comunicarlas. Algo que, si bien se mira, debería estar en la base de cualquier interpretación. Estos puntos de vista que, después de todo, revelan una indudable honradez ante el hecho artístico, estarán, claro, presentes en esta nueva actuación en el Auditorio Nacional en la que, y es una pena, no oiremos música de Chopin, sino de Skriabin, Castelnuovo-Tedesco, Debussy y Liszt. Un programa variado y apto para discernir las cualidades de un pianista y sus capacidades expresivas en la articulación de pentagramas muy distintos.
El concierto comienza con la Fantasía en Si menor op. 28 de Skriabin de 1900, una suerte de exuberante Allegro de concierto poblado de temas contrastantes y de pasajes apasionados. Acordes, arpegios suntuosos y momentos de tierno lirismo se alternan hasta un final Piu vivo rematado con una coda un tanto enfática.
Buen contraste el que se establece con Cipressi op. 17 de Castelnuovo-Tedesco, una evocación de los cipreses de la Villa Forti en Usigliano, donde el compositor pasó muchos de sus veranos durante la década de 1920. Es una pieza poco conocida, pero rica en texturas; también un tanto lúgubre y, como ha apuntado el musicólogo Scott Foglesong, con un ligero sabor español. Emplea un exuberante lenguaje armónico que recuerda al último Liszt con un toque de Debussy.
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¿Qué mejor complemento entonces que músicas de esos dos compositores para cerrar? Del francés, Rana interpreta un Preludio del Libro I, Ce qu’a vu le vent d’Ouest, violento, apasionado y cromático, otro del Libro II, La terrase des audiences du clair de lune, para Harry Halbreich el más bello de los 24 Preludios, un anticipo de la escritura de Messaien, y L’Isle joyeuse, una maravilla poética.
Del húngaro, la imponente Sonata en Si menor, en la que la forma sonatística tiene un tratamiento de extraordinaria libertad, de una originalidad fuera de norma gracias al trabajo de variación temática.