No hay duda de que una de las citas musicales de la temporada es la de este fin de semana en el que se podrá escuchar el tercer acto de Parsifal de Wagner. El encuentro será con la Orquesta y Coro Nacionales de la mano de David Afkham, que es fiel de este modo a su buena costumbre de llevar al hemiciclo alguna ópera cada curso. Lo ha hecho hasta ahora con obras de Wagner (El Holandés errante, Tristán e Isolda) y Strauss (Salomé, Elektra). Los resultados fueron satisfactorios en general, por lo que se aguarda con expectación este nuevo reto.

La labor es desde luego ardua por cuanto este título postrero de la creación wagneriana tiene mucha tela que cortar, mucha expresión que revelar, mucho contenido que explicar. En todos los órdenes. Estamos ante un testamento musical, una ópera ‘pararreligiosa’, una reflexión profunda sobre la vida y la muerte; un repaso a las cuestiones éticas fundamentales que preocupaban al compositor; una aproximación poética, de carácter introvertido, al pensamiento de un creador esencial, que desde su juventud soñaba con plasmar una serie de ideas aún por definir en una obra monumental, de la que fue destilando retazos, acomodados, de mil y una formas, en las distintas óperas que fue produciendo con anterioridad a lo largo de su vida.

'Parsifal' es un testamento musical, un repaso a las cuestiones éticas fundamentales que preocupaban a wagner y una aproximación poética a su pensamiento esencial

El tema de la redención, tan afín al compositor, que lo había ya tratado en casi toda su producción anterior, late durante toda la ópera en primer plano y desemboca en una máxima filosófico-moral: la promesa del inocente, del hombre puro, incontaminado, Parsifal. Wagner montó un hermoso tinglado en el que juegan tanto las pautas espirituales como las más prosaicas y más cercanas a la tierra: relaciones entre hombres, dimensión sensual, y aun sexual, diferenciación entre los distintos planos en los que se desarrolla la existencia, ambición de poder y control (Klingsor), deseo de subsistencia y de que el dolor nos abandone (Amfortas), necesidad de perpetuar la especie y de dejar el mejor recuerdo (Titurel), precisión de saber y de conocer (Parsifal, el inocente, el simple), descenso a las simas del deseo carnal, que tiene a la Kundry del segundo acto como protagonista.

Temas complejos que necesitan de una batuta tan clarificadora como firme y fantasiosa. Esta puede ser en gran medida, por la experiencia que tenemos, la del titular de la Nacional, conjunto que, con su coro, está ahora mismo en muy buen momento. Las partes vocales protagonistas de este tercer acto parecen ser de garantías. Conocemos ya bastante, puesto que han actuado entre nosotros más de una vez, a Gurnemanz y Amfortas. El primero, el gran cronista-narrador, será Franz-Josef Selig, un bajo rotundo, contundente, de tejido espeso, no especialmente timbrado, pero sobrio, seguro y firme.

[Las inesperadas huellas de Wagner]

El lamentoso y sufriente Amfortas será el tan eficaz Tomasz Konieczny, estupendo Bautista en la Salomé de 2022 con la OCNE y no tan cuajado Wotan en la Tetralogía del Teatro Real. Voz un tanto engolada, amplitud sonora, fraseador apasionado. Parsifal lo acometerá el tenor norteamericano Bryan Register, uno los últimos descubrimientos wagnerianos, aunque ya no es ningún niño. Es un spinto, de emisión no siempre sana, pero tiene presencia vocal; quizá demasiada para una parte que es en realidad muy lírica.