Inextinguible Sting: seduce a Madrid con su porte de madurito cañón y sus canciones intemporales
El cantante británico, a sus 72 años, rezuma juventud cantando clásicos como 'Roxanne' y 'Message in a Bottle' durante su recital en el Christmas by Starlite de IFEMA
16 diciembre, 2023 01:37En la vocación musical de Sting fue clave el encuentro, cuando solo contaba 10 años, con una guitarra española de un amigo de su padre. Un detalle que le vincula de por vida a nuestro país, al que ha vuelto con motivo de su gira mundial asentada sobre My Songs, un disco -el décimo cuarto suyo de estudio- en el que enriquece sus grandes éxitos, desde los gloriosos tiempos de The Police, que se extendieron de 1977 hasta 1986, hasta su jugosa carrera en solitario, en la que ha ido metiendo en su coctelera el jazz, el reggae, el folk, R&B… Hasta flamenco, lo que demuestra que aquella guitarra le dejó una huella perdurable.
Pasados por pocos minutos las 22 horas, Sting saltó al escenario de IFEMA que ha montado estas navidades Starlite (le daba el testigo a Rod Stewart, que rocanroleó anoche de lo lindo). Envidiable porte el que lucía el cantante británico, consagrado a las dietas sanas y al ejercicio junto a su mujer Trudie Styler, con la que está desde más de 40 años. A sus 72 años, es todo fibra. Mientras algunos a esa edad son ancianos, Gordon Matthew Thomas Sumner, que ese es su nombre completo, tiene aire de madurito cañón con sus bíceps pimpantes. Delgado y esbelto, ojos intensamente azules, lucía un camiseta gris jipiesca llena de agujeros y pantalón negro ceñido.
Para que todo el mundo supiera rápido de qué iba la cosa, empezó con Message in a Bottle, una de sus piezas más populares, un cañonazo energético que enfervorizó a la tropa y que sonó casi intacto respecto a cómo la concibió. Imposible iniciar el viaje por su legado de mejor manera.
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El público madrileño, así, se embarcó desde el minuto uno en el viaje musical que les proponía Sting, que en 1979 encarnó al mod Ace Face en la mítica película Quadrophenia, una cinta que incendió las calles de la Movida madrileña en los 80: por replicar el patrón violento de la juventud británica de los 60 que retrata la cinta -los disturbios de Brighton en 1964- los mods y los rockers de aquí se enzarzaron en una espiral violenta sin fin. Otro cabo que une a cantante con la capital de España.
Para que no hubiese dudas, esgrimió acto seguido otras dos obras que sus seguidores tienen tatuadas: Englishman in New York y, de nuevo Police a colación, Every Little Thing She Does Is Magic. La ensalada que tenía aliñada Sting era, desde luego, un regalo infalible, de los que no decepcionan por mucho que no aporte novedades más allá de las nuevas instrumentaciones y arreglos para sus incunables. Amén, eso sí, de una breve caída de tensión hacia la mitad del concierto, motivada por temas más indistinguibles del montón.
Madurez sin estridencias
Sting ha ido macerando un repertorio sin que pierda contundencia, aunque ese proceso otorque a su ‘oferta’ un aire más maduro y más serio. Y un mayor empaque concertístico ajeno a banalidades y estridencias abundante en otras estrellas mundiales. El cantautor inglés tiene claro en qué código quiere moverse a estas alturas de su trayectoria. El vino que sirve es reserva, como quedó acuñado en el álbum sobre el que se sostiene el tour con escala en Madrid, lanzado en 2019 bajo la fórmula recurrente de las estrellas veteranas: viejos temas en nuevos odres.
Sting fue fraseando con suavidad y firmeza, con una actitud equiparable -intuimos- a cuando acomete una sesión de yoga, otra de las saludables aficiones que mantienen su físico en perfecto estado de revista. Spirits in the Material World (nada que ver con el de Madonna). Con esa prestancia fue desgranando The Hounds of Winter, If I Ever Lose My Faith in You, Fields of Gold (qué bonita, qué bonita, se escuchaba por doquier en el graderío), Heavy Cloud No Rain… Brutal, siempre, So Lonely, que puso a botar al personal.
Guiños a Stevie Wonder
Para la ocasión, se rodeó de su guitarrista-escudero desde hace décadas, Dominic Miller, perro viejo que se las sabe todas en el escenario y que puntualmente se luce con riffs archiconocidos por la parroquia. La armónica de Shane Sager tienen un particular protagonismo en el show, sobre todo cuando evoca la de Stevie Wonder en Brand New Day, que Sting cuajó en su día con él. Zach Jones a la batería, arrasadora en English Man in New York. En los coros, Gene Noble, que goza de un momento protagónico en el finale de Shape of My Heart, y Melissa Musique, que entabla un diálogo pleno de química con Sting en Heavy Cloud No Rain. A las teclas, Kevon Webster.
Volvieron después iconos de The Police, aquel grupo que conformó con Andy Summers (guitarra) y Stewart Copeland (batería, percusión). Estandarte de la new wave británica, cosecharon varios números 1 en las listas de más vendidos (se cuantifican en 75 millones sus ventas), donde fueron una presencia constante durante la década en que duraron juntos, con proyección también en los Estados Unidos.
Uno de esos éxitos que les encaramaron a lo más alto fue la balada Every Breath You Take en 1983, una declaración de amor incondicional que no caduca, algo que quedó acreditado en un cierre de velada cantado a coro por todos los presentes. Antes había interpretado King of Pain, acompañado de su hijo, Joe Sumner, cantante y bajista de Fiction Plane, que teloneó durante la media hora inmediatamente anterior a que su padre tomara las riendas y acaparara vídeos absurdos y fotos compulsivas.
In extremis, se estiró con dos propinas, muy bienvenidas, y que dejaron clara la versatilidad creativa de Sting. Primero, un trallazo como Roxanne, del primer disco de The Police, Outlando d’Amour (1978), que dedicó a en su día a una prostituta ficticia de París. Y cerró, en clave íntima -voz sedosa y susurrada, sentado en una silla con las piernas cruzadas, como si fuera Paco de Lucía- con Fragile, en la que emerge de nuevo el influjo flamenco que le caló cuando era niño. Sting, en España, no falló.