El legado de Paco de Lucía es uno de los patrimonios más valiosos que ostenta la cultura española. Diez años después de su repentino fallecimiento por un infarto en Playa del Carmen (Yucatán, México), no solo no es osado asegurar que se trata del mejor guitarrista flamenco de todos los tiempos, sino que para muchos es la gran figura histórica de la guitarra en cualquier género. Decir que sus composiciones trascendieron la expresión artística genuinamente andaluza es más que sabido, pero trataremos de explicar, a través de sus hitos biográficos, cómo se fraguó tan determinante proyección internacional.
Francisco Gustavo Sánchez Gómez, su verdadero nombre, nació en 1947 en Algeciras. Se crio en el humilde barrio de La Bajadilla, poblado mayoritariamente por familias de etnia gitana. Su padre, Antonio Sánchez Pecino, se buscaba la vida vendiendo telas o quincalla. Tenía un puesto en el mercado de abastos del pueblo y resultó ser un buen tratante, pero cuando aprende a tocar la guitarra su modo de vida cambia. Desde entonces, comienza a ganarse el parné en las juergas de los señoritos. "El hambre da madurez, lo sé por experiencia", dijo en algún momento Paco de Lucía.
El apodo —raro era el flamenco que no lo tuviera entonces— corresponde a su madre, Luzia Gomes Gonçalves, nacida en el Algarve portugués. Emigró a Ayamonte y desde la ciudad onubense se desplazó a Cádiz, para acabar recalando en Algeciras. Tuvieron cinco hijos: María, Ramón, Antonio, Pepe y Paco. La primera cantaba de maravilla, según el testimonio de muchos, pero su marido nunca vio con buenos ojos que viviera del mundo de la farándula. Ramón fue la primera esperanza de Antonio y acabó convirtiéndose en un muy buen guitarrista, Antonio trabajó en el Hotel Reina Cristina y Pepe fue un gran cantaor.
Paco de Lucía era el genio de los hermanos. Su padre lo advirtió cuando un día estaba ensayando una soleá y su hijo pequeño, que aún no había cogido un instrumento, le reconvino por estar fuera de compás. Paco tiene seis años la primera vez que agarra una guitarra. Su padre impartía clases a su hermano Antonio y el menor de los Sánchez interviene para resolver un ejercicio. Su padre, disciplinado y severo, supervisa cada avance desde entonces, hasta que comprende que no puede enseñarle nada más y lega en Ramón la formación del pequeño, que hasta los doce años toca una media de ocho horas al día.
Las dos grandes influencias del nuevo prodigio de Algeciras son, en los primeros años, el Niño Ricardo —acompañante habitual de La Niña de los Peines y Pepe Pinto, su pareja— y Sabicas, cuyo nombre real era Agustín Castellón Campos. El pamplonés, que inspiraría la fundación del festival Flamenco On Fire, formó parte de la compañía internacional de Carmen Amaya y era sobrino del maestro Ramón Montoya, principal impulsor de la guitarra flamenca de concierto. Su alianza con el eximio cantaor Antonio Chacón es definitivo para la evolución del instrumento.
Conviene no desdeñar estos hitos, por accesorios que parezcan, pues constituyen el precedente de la colosal trayectoria de Paco de Lucía, que situó la guitarra flamenca en una dimensión nunca antes conocida, y permiten entender cómo se alcanzó esta cima. El enigma Paco de Lucía, recién publicado en Lumen por el periodista cultural César Suárez, redactor jefe de la revista Telva y autor de Cómo cambiar tu vida con Sorolla, también se abisma en un contexto que no solo resulta necesario —sobre todo para los no iniciados—, sino que contribuye a enriquecer el fascinante periplo vital del guitarrista.
Hasta los catorce, Paco forma parte de un dúo junto a su hermano Pepe, que le sacaba dos años. Son conocidos como Pepito y Paquito de Algeciras. Poco después, se hacen llamar Los Chiquitos de Algeciras y, bajo esta denominación y la supervisión del padre, graban su primer álbum en Madrid. Salvo María, la primogénita, la familia se muda a la capital en 1962 —su vivienda está en el número 17 de la calle Ilustración— con el dinero que el dúo de adolescentes acaba de ganar en un concurso. Paco tiene solo 15 años y empieza a ser una sensación en la comunidad flamenca.
El mismo año, el afamado bailarín José Greco incorpora a Pepe a su compañía para hacer las américas. Muy poco después, Paco aterrizaría en Chicago para unirse como tercer guitarrista. En un momento de los nueve meses que dura esa gira conoce a Sabicas, que le recomienda tocar "cosas propias" y dejar de imitar a sus maestros.
Prácticamente desde el inicio de su trayectoria, el hijo de la portuguesa decidió desmarcarse y crear su propio sonido, a pesar de la oposición de los puristas, que cuestionan incluso la postura del cuerpo en el toque —las piernas cruzadas son ya un símbolo de la estética de Paco de Lucía— y la forma más cómoda que encuentra de coger la guitarra. "Había ya un orden impuesto, una manera de tocar. Y yo empecé a dudar de esos esquemas", dijo en algún momento de su vida. "Tengo una mano en la tradición y la otra buscando", deslizó en otra ocasión.
[Paco de Lucía, una guitarra de leyenda]
A la vuelta de la expedición americana, ya se habla de Paco “de Lucía”, una designación imperecedera en el imaginario popular. Entre 1964 y 1965 graba varios discos con Ricardo Modrego, primer guitarrista de la compañía de Greco, con la que acababa de realizar la segunda gira.
Dos años después se incorpora a la compañía del bailarín y coreógrafo Antonio Gades, lo que le empuja a descubir la música brasileña, y en 1967 conoce a Pedro Iturralde, que lo incorpora a su cuarteto de jazz, del que forma parte Tete Montoliu. Incluso llega a grabar con el grupo el álbum Flamenco Jazz. En aquellos años, el virtuoso de Algeciras aún no ha logrado interiorizar ese estilo ácrata y desacomplejado que le resulta tan sugestivo.
El flamenco sigue regido por los guardianes de la pureza —Antonio Mairena, Manolo Caracol o Pepe Marchena, entre otros, siguen en activo a finales de los 60—, si bien han surgido figuras que han venido a agitar el avispero. Manolo Sanlúcar, Serranito y Niño Miguel —tío de Tomatito— son los guitarristas punteros de su generación.
Después de que en 1922 el poeta García Lorca y el músico Manuel de Falla alertaran de la desaparición de su esencia en el Concurso del cante jondo de Granada y de la grabación, en 1954, del álbum Antología del Cante Flamenco a cargo de Perico el del Lunar, cuyo objetivo era registrar determinados cantes en supuesto peligro de extinción, el flamenco parecía experimentar una efervescencia renovada a finales de los 60. Y entonces tuvo lugar uno de los encuentros más oportunos y afortunados de la historia de la música. Un gitano y un payo, a la lumbre del tiempo. Dos versos libres —el cante y el toque desafiando la ortodoxia— en una iluminada rima interna. Una revelación extraordinaria.
Alianza estelar con Camarón
Se supone que Paco de Lucía tiene veinte años y Camarón diecisiete cuando se conocen en Madrid a través de Chico Fernández, un palmero de Bambino. Era 1968. En un bar junto a la plaza Cascorro, José Monge Cruz, hijo de un fragüero y una canastera de la Isla de San Fernando, canta una soleá delante de un elenco de parroquianos. Cuando Pepe de Lucía lo escucha, se va corriendo a buscar a su padre. Por la noche, van todos —Paco incluido— a verlo en Torres Bermejas, el mítico tablao madrileño donde el joven cantaor actuaba desde hacía unos meses.
En el documental dedicado a su figura, Paco de Lucía: la búsqueda, el guitarrista lo recuerda de otra forma. Es él quien grababa con Bambino y un día se presenta Camarón en los estudios de la discográfica Columbia. Nadie quería tocar para que el gitano rubio cantara. El de Algeciras lo hace, pero aquella vez no le impresiona. Era "correcto" y le sonaba a Mairena, recuerda, pero este no habría sido un episodio memorable si unos meses después no se hubieran encontrado en Jerez. La amistad se fragua en una noche de juerga junto a los Parrilla, una estirpe flamenca jerezana. Paco vuelve a escucharlo cantar a las claras del día y esta vez todo es distinto: “Fue como si hubiera llegado el Mesías”, asegura.
Camarón trataba a Paco de usted en los primeros encuentros —el de Algeciras acaba de grabar con 19 años su primer disco en solitario, La fabulosa guitarra de Paco de Lucía (1967)—, pero luego se establece una hermosa complicidad, a pesar de su timidez y sus rarezas, que deriva en creación mutua. Fruto del talento y la inquietud desbordante de ambos, nacen las canasteras, considerado por muchos un nuevo palo flamenco. “Se admiraban el uno al otro con enorme respeto y casi con voracidad”, escribió Félix Grande, poeta, flamencólogo y gran amigo de Paco de Lucía.
La producción discográfica que se deriva de la colaboración entre los artistas se divide en dos etapas. La primera se prolonga por casi diez años e incluye álbumes tan importantes como Al verte las flores lloran (1969), el primero, Son tus ojos dos estrellas (1971), Soy caminante (1974), Arte y majestad (1975), Rosa María (1976) o Castillo de arena (1977). En “Samara”, una de las canciones de este último, aparece la primera firma de Camarón, que comparte autoría con Antonio Sánchez.
Un triste desencuentro
Durante esta década, el de la Isla es un miembro más de la familia. Antonio incluso administra su dinero y es el encargado de registrar las canciones, hecho que motiva un amargo desencuentro muchos años después. En los meses que rodean el diagnóstico del cáncer de pulmón con metástasis que lo arrancaría del mundo de los vivos, Camarón es agitado por determinados sectores de su entorno para que reclame los royalties de los temas que se habían registrado bajo la autoría del padre de su amigo Paco.
Unas declaraciones del cantaor en televisión propician la ruptura definitiva —e irreversible, lamentablemente, debido a la muerte precipitada—, aunque el desencadenante primero tuvo lugar tras Castillo de arena, cuando Camarón decidió volar libre, sin la tutela de la familia Sánchez. Antonio, el padre, nunca se lo perdonaría. Paco, sin embargo, vuelve a colaborar con su amigo cada vez que lo llama. No estuvo presente en La leyenda del tiempo (1979), pero sí participó en Como el agua (1981), Calle Real (1983), Viviré (1985) y Potro de rabia y miel (1992), este último con el de la Isla muy enfermo.
Suárez, autor de El enigma de Paco de Lucía, asegura que, tras la muerte de Camarón, el de Algeciras estuvo un año sin salir de casa e incluso pensó en dejar la música. "Nada me ha hecho más daño en la vida que la acusación de que yo había engañado a Camarón. Fue una pesadilla que no me dejó dormir en meses. Que Camarón se haya ido con la duda de que yo me haya quedado algo suyo es lo que más clavado tengo", dijo posteriormente.
No obstante, la Chispa, viuda de Camarón, aseguró más tarde que cuando, en su lecho de muerte, a Camarón le dijeron que Paco estaba preocupado por estos comentarios, el propio cantaor hizo saber que nunca se hubiera dejado robar por nadie y que Paco era como su hermano.
“Entre dos aguas”, literalmente
La dimensión internacional de Paco de Lucía sobre cualquier otra figura flamenca se explica, fundamentalmente, por lo que ocurre en los años en que triunfa junto a Camarón. Mientras que el de la Isla solo se desempeña —y no es poco— en los discos junto al maestro de Algeciras, este sigue participando, paralelamente, en otros proyectos de diversa índole. Con el recital de 1971 en La Zarzuela, España comienza a divisar a una figura icónica que desborda la disciplina que desarrolla. Un año después, viaja a Japón y se convierte en un ídolo.
El sencillo "Entre dos aguas" lo eleva al número uno en las listas de éxitos —el primer guitarrista flamenco que lo logra— gracias a Jesús Quintero, entonces promotor de artistas y salas de conciertos además de periodista. Aquella mítica rumba está incluida en Fuente y caudal (1973), su cuarto disco en solitario. La incluye precipitadamente rescatando el punto de partida de "Rumba improvisada", incluida en el Recital de guitarra (1971).
[Antes y después de Paco de Lucía]
1974 es el año de su explosión como figura popular. Se convierte en el primer músico flamenco que da un concierto en el Teatro Real de Madrid. Fue el 18 de febrero de 1975. Cada recital en solitario se convierte en un acontecimiento que la flor y nata de la cultura española tardofranquista no está dispuesta a perderse. Paco de Lucía constituye el epítome de esa renovación flamenca que ya parece imparable. Aunque por más experimentaciones que lleve a cabo, es innegociable preservar la raíz. Félix Grande asegura que el respeto de Paco por la tradición es "estremecedor".
Resulta pertinente apuntar, llegados a este punto, que uno de los primeros hitos del flamenco fusión del que hoy todos hablan se produce de la mano de un guitarrista de concierto. El flamenco selló en registro sonoro sus trasgresiones iniciales a través del álbum de Sabicas Encuentro con el rock con Joe Beck (1970). Antes del archiconocido La leyenda del tiempo (1979) y también de Despegando (1977), los primeros balbuceos experimentales de Enrique Morente junto a Pepe Habichuela; antes incluso de Lole y Manuel y su mítico disco Nuevo Día (1975).
Apertura del flamenco al jazz y otros estilos
Tras el alejamiento de Camarón, Paco de Lucía retoma sus escarceos con el jazz. En 1979 monta el Sexteto con Jorge Pardo, Rubem Damtas, Carles Benavent y sus hermanos Ramón y Pepe. Antes se había bregado en el trío que completaban John McLaughling y Larry Coryell, sustituido poco después por Al Di Meola. Con ellos comprende al fin el concepto de la improvisación, pero no se conforma con deslizar libremente sus dedos por las notas que caben en la escala de turno. Prefiere estar al filo de la armonia, "dentro pero casi fuera", según recuerda en el documental.
En una fiesta organizada en la embajada de Perú en 1978, Paco descubre un instrumento que, según intuye, encajaría perfectamente en un cuadro flamenco. El percursionista Rubem Damtas es el primero en hacer sonar el cajón que hoy casi nadie desligaría de una fiesta por rumbas, alegrías o bulerías. Los puristas siguen a la zaga cuando publica junto al Sexteto Solo quiero caminar (1981), una declaración de intenciones que se eleva sobre los prejuicios que se ciernen sobre su personalidad artística. En el 87 graba Siroco, un disco incontestable, para muchos la cumbre de su carrera. Pocos son los que, desde entonces, se atreven a objetar nada.
Paco de Lucía viaja por todo el mundo, se inmiscuye en el rock a través de colaboraciones con artistas de la talla de Carlos Santana, participa en las películas Carmen (1983) y Sevillanas (1991), junto a Manolo Sanlúcar, de Carlos Saura, compone la banda sonora de Montoyas y Tarantos, de Vicente Escrivá, colabora con el pianista Chick Corea, versiona el Concierto de Aranjuez, trasvasa a Falla al flamenco...
En la recta final de su carrera, graba tres álbumes muy especiales: Luzia (1998), dedicado a su madre y a los recuerdos de su Algeciras natal —es la primera vez que Paco aparece cantando en uno de sus discos—, Cositas buenas (2004), que fue grabado en su casa del casco antiguo toledano y cuenta con colaboraciones de Alejandro Sanz, El Cigala o Tomatito, y Canción andaluza (2014), disco póstumo en homenaje a las coplas que su madre y su hermana María le arrullaban cuando era niño. Este álbum fue merecedor de dos Grammys Latinos: álbum del año y álbum flamenco del año.
Un turbulento mundo interior
En 2004 recibe el Premio Príncipe de Asturias de las Artes y, antes de morir repentinamente de un infarto a los 66 años en Playa del Carmen, acababa de dejar de fumar y estaba decidido a grabar un disco de flamenco puro. No pretendía agradar a los puristas; es simplemente que llevaba dentro la música de sus raíces. En todo caso, aquellos comentarios vertidos a lo largo de buena parte de su carrera erosionaron el carácter inseguro que lo acompañó siempre, aunque su peor enemigo no dejó de ser él mismo.
A la autoexigencia enfermiza, al perfeccionismo desaforado y a la inquietud obsesiva que lo desazonó en tantos momentos de su vida, se sumaba un complejo de clase —su primera mujer, Casilda Varela, era hija de un gerifalte franquista—, de formación académica —su padre lo saca de la escuela con 10 años— y hasta de conocimiento musical, pues fue autodidacta, como todos los flamencos de la época, y no sabía leer partituras.
[La guitarra huérfana de Paco de Lucía da la vuelta al mundo]
La guitarra fue su gloria y también su castigo. "Es mi manera de expresarme. Las palabras casi no las uso. Es lo que más me gusta y lo que más odio en el mundo", dijo en una entrevista. Y concluyó: "Es una hija de puta". Para muchos, resulta inconcebible que semejante arrojo en lo artístico quedara solapado por aquella honda introspección. Félix Grande aseguró que su música albergaba “una soledad tumultuosa, una bravura radical, una impetuosa pena y una serenidad dramática".
Las lecturas le permiten aterrizar sus hondas divagaciones filosóficas. Le interesaron los libros de Ortega y Gasset, Orwell, Voltaire, Galdós, Daniel Defoe, Chéjov, Dickens, los thrillers y, de un modo muy especial, el existencialismo de Murakami. Más allá de las turbulencias psicológicas, Paco de Lucía fue feliz junto a sus amigos Carlos Rebato, Manolo Ramírez y Manolo Nieto (la Banda del Tío Pringue) en Playa del Carmen, emplazada en la península de Yucatán. Allí vive con la mexicana Gabriel Canseco, su segunda mujer, desde finales de los 90 hasta el final de su vida.
Homenajes diez años después
Con motivo del décimo aniversario de su fallecimiento, la guitarra será protagonista del mítico Flamenco Festival de Nueva York, que se celebrará del 1 al 17 de marzo. En todos los espectáculos, donde participarán figuras de la talla de Tomatito, María José Llergo, Israel Fernández, Diego del Morao, Olga Pericet, Manuel Liñán o Raúl Cantizano, se rendirá homenaje a Paco de Lucía.
Además, la Foundation for Iberian Music organiza un simposio previsto para el 7 de marzo que cuenta con la participación, entre otros, de Juan José Téllez, primer biográfo del guitarrista. En 1994 publicó Paco de Lucía. Retrato de familia con guitarra y en 2015 Paco de Lucía. El hijo de la portuguesa.
En la semana del 20 al 24 de febrero, un festival rindió tributo íntegro al guitarrista. La gala de inauguración fue en el Carneggie Hall, teatro en el que Paco sería presentado como “el Paganini de la guitarra flamenca” en un concierto junto a Fosforito. En la gala de inauguración participaron los cantaores Diego El Cigala, Carmen Linares, Silvia Pérez Cruz, José Mercé y Duquende, los músicos Rafael Riqueni, Pepe Habichuela, Niño Josele, Rubén Blades, Chano Domínguez, Javier Colina y tres miembros del Sexteto —Carles Benavent, Jorge Pardo y Rubem Dantas— y los bailaores Farru y Farruquito.
Arturo O’Farrill & The Afro Latin Jazz Orchestra cumplieron la cuota jazzística en el Symphony Space. Además, el Instituto Cervantes de Nueva York albergó el libro de Suárez. Cabe destacar también la publicación, en noviembre de 2023, de Paco de Lucía, el primer flamenco ilustrado, de Manuel Alonso Escacena, en la editorial Almuzara. Su figura sigue vigente una década después de su muerte y debería seguir estándolo hasta los restos. El impacto de su trayectoria en la historia reciente del flamenco es absolutamente incomparable.