Dmitri Shostakóvich, Arnold Schönberg, Benjamin Britten y Richard Strauss

Dmitri Shostakóvich, Arnold Schönberg, Benjamin Britten y Richard Strauss Rubén Vique

Música

La partitura del Holocausto: así suena el mayor trauma del siglo XX

En el aclamado ensayo 'El eco del tiempo', el crítico musical Jeremy Eichler documenta la relación de cuatro grandes compositores y sus experiencias en la Shoá. 

30 abril, 2024 02:28

“La música de Beethoven no debería sonar igual antes y después de Auschwitz […]. Escuchar la Novena sinfonía sin oír las cicatrices que le infligieron los siglos que nos separan de ella es convertir su sincero idealismo en una especie de libertad kitsch reconfortante”. Es la tesis que defiende Jeremy Eichler en El eco del tiempo, ensayo que acaba de traducir al español Ignacio Villaro para la editorial Paidós.

El eco del tiempo

Jeremy Eichler

Traducción de Ignacio Villaro. Paidós, 2024. 424 páginas. 28 €

Narrador nato, con oído de crítico y conocimientos de historiador cultural, Eichler nos propone un viaje en el que la música refleja, a modo de “crónica inconsciente” -utilizando un concepto de Adorno-, la realidad de la época en la que fue compuesta.

En el libro entreteje la vida y la creación de cuatro obras monumentales de Arnold Schönberg, Richard Strauss, Dmitri Shostakóvich y Benjamin Britten con la de otros escritores que vivieron la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto. Después de leer lo que tiene que decir sobre Un superviviente de Varsovia, Metamorfosis, Babi Yar y Réquiem de guerra, no solo la música suena distinta: nosotros ya no somos los mismos.

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De solo siete minutos, Un superviviente de Varsovia, de Schönberg, protagonizó uno de los estrenos más peculiares de la música, cuando fue presentada en 1948 en Albuquerque, Nuevo México, con la interpretación de un coro de vaqueros. Ese extraño estreno, fruto de los caprichos del exilio, no es la única razón por la que esta pieza es recordada como uno de los primeros gestos conmemorativos del Holocausto.

Considerada por el compositor Luigi Nono el movimiento nunca escrito de la inacabada Moisés y Aarón, “no es solo una conmemoración histórica del Holocausto, sino también un réquiem por el sueño de una cultura de creación conjunta judeogermana en el corazón de la Europa moderna”, escribe Eichler.

Eichler aborda no solo los oscuros momentos de guerra sino también el optimismo preexistente

Metamorfosis, de Strauss, es una elegía a la cultura alemana, una máscara mortuoria basada en un poema de Goethe sobre la imposibilidad del autoconocimiento. Su única y lapidaria frase, ‘In memoriam’, es escurridiza , ya que nadie sabe qué pretendía rememorar el compositor, que confraternizó con el régimen.

Babi Yar, de Shostakóvich, es un monumento a la mayor masacre nazi en suelo soviético, ocurrida en un barranco a las afueras de Kiev, donde identificaron y asesinaron a 33.000 judíos en dos días de 1941.

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El joven poeta Yevgueni Yevtushenko rompió el silencio del régimen soviético –que quiso suprimir cualquier recuerdo de aquella matanza– con un poema que abría con el verso “No hay monumento en Babi Yar”, y que, en manos de Shostakóvich, acabó dando lugar a su Sinfonía nº 13.

“Nos enseñaron a gritar cuando debíamos guardar silencio, y a guardar silencio cuando debíamos chillar”, denuncia al abordar el legado del terror estalinista. “No es solo una conmemoración de las víctimas, sino una denuncia de la sociedad que conspiró para olvidarlas”, escribe Eichler.

Britten honra a los muertos en un tono solemne, acorde con la tradición, y al mismo tiempo "se niega a normalizar sus muertes"

En un fiel reflejo a la memoria colectiva británica de su época, Réquiem de guerra, de Britten, conmemora la Segunda Guerra Mundial a través de la Primera. Es, para Eichler, “un desgarrador tributo a la experiencia bélica del país y el alegato de un pacifista en favor de un futuro sin guerras”.

En él, el compositor británico dispone los versos del gran poeta de las trincheras de la Gran Guerra Wilfred Owen y los intercala con un pasaje de la Missa pro defunctis, la tradicional misa fúnebre en latín.

De esta manera, Britten honra a los muertos en un tono solemne, acorde con la tradición, y al mismo tiempo “se niega a normalizar sus muertes, a maquillar la brutalidad de la guerra o a separar engañosamente la religión institucionalizada de las estructuras patriarcales de poder que, de entrada, hacen posible la guerra”.

Eichler es doctor en Historia Europea Moderna por la Universidad de Columbia y ha escrito en medios estadounidenses como The New York Times o The New Yorker, y desde 2006 es crítico jefe de la sección de música clásica de The Boston Globe.

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Es precisamente esta doble faceta como historiador y crítico, sumada a su ojo para el detalle propio de un novelista, lo que le permite abordar estos monumentos musicales en sus términos, pero también resituarlos, poniendo en contexto no solo los oscuros momentos de guerra, genocidio, exilio y destrucción cultural que los alumbraron, sino el optimismo desbocado preexistente, fundamental para entender los sueños y plegarias que encierran estas declaraciones musicales.

En la ciudad germana de Saarbrücken hay un monumento… invisible. Está situado en una amplia plaza adoquinada, frente al edificio municipal que durante el Tercer Reich alojó el cuartel general de la Gestapo local.

El artista Jochen Gerz reclutó a equipos de estudiantes para levantar docenas de adoquines, grabar los nombres y localizaciones de más de doscientos cementerios judíos de Alemania que habían sido destruidos o abandonados durante el mandato de Hitler y volver a reinstalarlos con las inscripciones hacia abajo.

La propuesta de Eichler está inspirada en este monumento: imagina el pasado musical como si fuera otra inmensa plaza empedrada. Así, aunque la superficie sonora se mantenga invariable, podemos “oír de distinta manera tanto las obras mismas como la memoria cultural que reverbera entre sus notas”.

Shostakóvich contra Stalin

Xavier Güell

Galaxia Gutenberg, 2024. 416 páginas. 23 €

Xavier Güell, al igual que Eichler, sigue picando en la veta de la memoria musical del siglo XX. Ya son varios libros los que ha publicado en esta línea de trabajo, como los dedicados a Bartók, que tuvo que migrar a Estados Unidos para capear el fascismo, y a Strauss, que tejió una reprobable sintonía con el régimen hitleriano. Ahora, en Shostakóvich contra Stalin entra de lleno en aquel pulso equívoco de un músico enredado en la censura soviética.