Fiel a su mito, Bruce Springsteen no daría un concierto si no es para que el público se canse antes que él. Si no fuese así el de New Jersey lo dejaría. Pero, mientras, salvo algún susto con su voz, no parece que haya tenido ningún aviso importante. "El derroche de energía y el agotamiento forman parte de lo que se espera de él", señala acertadamente el periodista David Remnick en su reciente Sostener la nota (Debate).
Y vaya si la sostuvo anoche el viejo Bruce ante más de 50.000 personas en su primer concierto madrileño (de los tres proyectados con el viernes 14 y el lunes 17 y dos más, el 20 y el 22, en Barcelona). "Quiero que sea una experiencia extrema", remata el propio Springsteen. "Esta tormenta seguirá ahí pero también pasará", señalaba con cierta melancolía en Lonesome Day, primer tema de la noche a las 21,20 horas. El día se agarraba aún al Metropolitano y todo estaba por hacer.
Springsteen quiso unirse al desenfreno climático (horas antes cayó una tormenta) y se unió a la fiesta, muy esperada tras ocho años sin contemplar el bellísimo cielo de Madrid. Salió con chaleco negro, camisa blanca, corbata y con ganas de homenajear los 40 años de Born in the USA. Quizá por eso eligió No Surrender, Dancing in the Dark, My Hometown o Darlington County para dar contenido a su comparecencia. "No hay rendición. Juramos que siempre recordaríamos..."
Y es que antes de que el concierto se convirtiera en una celebración controlada, Bruce quiso dejar claro que había venido a contar algo, a dejar testimonio de su momento vital con la E Street Band. Puso su voz a prueba y pasó el examen con un sonido que ni el Metropolitano esperaba.
Los pelos de punta con toda la banda tocando alineada en primera línea del escenario. Steven van Zandt puso a Springsteen en bandeja unas cuerdas de oro y unas voces que demostraban el asidero en el que se ha convertido el guitarrista mientras el Boss demostraba de nuevo qué se puede hacer con una armónica.
Jake Clemons, sobrino del mítico Clarence, dejó sus pulmones en el saxo y el resto de la E Street Band llegó a pensar que estaba tocando en algún garito de Ashbury Park. Tan concentrados estaban en su trabajo que a Van Zandt se le fueron las falanges a base de riffs.
A Springsteen se le vió entre los pliegues de su armónica restos de melancolía, una tristeza que tuvo su momento más emotivo en Last Man Standing. Hey, viejo amigo. Te vimos tocado, reflexionando sobre la vida y la muerte y hablar del "último superviviente".
Sabemos que los tacos de billar vuelven a la pared pero nada de eso nos hará rendirnos. "La muerte proporciona claridad mental, es el precio por amar bien". Joder, con la noche el de New Jersey disparaba un existencialismo sin opción de anestesia. Así están las cosas en su cabeza.
Pero ni pararon los clásicos (Hungry Heart, The River, Because the Night, Thunder Road) ni Springsteen dejó de compartirlos con el público, bajando permanentemente a solidarizarse con las primeras filas. Regaló su armónica a una fan, marca y generosidad de la casa.
La noche avanzaba y con ella The Rising, Nightshift, Badlands... Fue una tormenta perfecta que dejó muy claro quién sigue siendo el jefe en el rock, por más que quieran darlo por muerto. Bruce Springsteen sigue en lo más alto y lo demostró anoche con un comportamiento sobrio, un escenario sin alardes y un repertorio clásico e intimista. Todo ello, manejando con veteranía los tiempos de exposición.
Cerró la noche (pasadas las doce) con ecos acústicos, saltando sobre el escenario y con su obligado (en esta gira) homenaje a los Beatles con su particular versión de Twist and Shout. Se cumplían las tres horas de concierto pero no está claro que el respetable estuviese agotado. Volverá a por más el viernes y el lunes en la capital.