La Missa Solemnis de Beethoven es una de las composiciones sinfónicocorales más enjundiosas, complejas e imponentes del repertorio. Hay que atarse muy bien los machos para enfrentarse a ella. Lo van a hacer los días 21, 22 y 23 de junio en el Auditorio Nacional de Madrid, como cierre de temporada, la Orquesta y Coro Nacionales a las órdenes de su titular, David Afkham. Viajarán luego al Festival de Granada para ofrecer la misma composición en el Palacio Carlos V el día 26.
Es muy probable que Beethoven tuviera pensado, tras el relativo fracaso de la más clásica y pulida Misa en Do, escribir un día otra partitura de las mismas características; había dentro de él –creyente a su modo– algo que le impulsaba a cantar las alabanzas de un Dios al que quería y respetaba, aunque su existencia no hubiese transcurrido casi nunca por un camino de rosas precisamente. La idea tomó cuerpo cuando, a principios del verano de 1818, el músico se enteró de que el joven Archiduque Rodolfo iba a ser nombrado arzobispo de la ciudad morava de Olomouc.
Sentía gran aprecio por el aristócrata, alumno y protector suyo y a quien había tenido ya ocasión de dedicar, entre otras cosas, los Conciertos para piano 4 y 5, las Sonatas “Los Adioses”, “Hammerklavier” y 32, y la Gran fuga. De inmediato surgió en él la necesidad de festejar a su antiguo pupilo. Y le escribió: “El día en que una gran misa compuesta por mi sea ejecutada en las solemnidades que se lleven a cabo para consagrar a su Real Alteza, será el más feliz de mi vida y Dios me iluminará para que mis débiles fuerzas puedan contribuir a la glorificación de tan solemne día”.
El mando sin batuta de Afkham, de muy regular trazado, debe saber conjugar muchos elementos en una obra extremadamente difícil
El 4 de junio de 1819, fecha en la que se hizo oficial el nombramiento, solamente estaba empezado el Kyrie. Sorprendentemente, la primera ejecución integral tuvo efecto, bajo los auspicios del Principe Galitzin, en San Petersburgo en abril de 1824; es decir, antes incluso de la presentación parcial en Viena.
Hay una serie de rasgos comunes al Beethoven de última época y que se dan en buena parte a lo largo de esta partitura como integrantes del estilo más auténtico del autor: definición y diferenciación de los caracteres expresivos y técnicos, rudeza, agresiva armonía, originalidad en la construcción de las partes, novedades (verdaderas osadías) de estructura, grandes dificultades de ejecución...
Profundizando en los aspectos más propios de la Misa es preciso referirse en seguida a la potente expresividad obtenida tras lo que se adivina una lectura en profundidad del texto litúrgico, un excelente libreto para un Beethoven apasionado y entregado a la loa de su Dios.
Todo resquicio semántico está previsto e impulsado desde dentro por una música que se adapta con una fuerza descriptiva fenomenal, que ahonda en significados como hasta el momento no se había hecho y que dimensiona sideralmente la palabra divina. Desde el punto de vista armónico la obra está llena de sorpresas, algunas que pudieran hacer suponer que, al escribir, el músico debió de sufrir determinadas equivocaciones, tal es la aspereza, el choque que se produce en ciertos instantes.
Las modulaciones se proyectan a veces con una rapidez y de una forma tan inesperada que se antojan ilógicas. Pero siempre acaba descubriéndose en Beethoven alguna razón estructural o expresiva de peso. Pensemos, por ejemplo, en el pasaje de cinco compases que precede al retorno del Quoniam en el Gloria, con traslado de Si a Sol menor a través de Do sostenido, Mi bemol y Fa; o en el tratamiento del Miserere nobis; o en el arte para aplicar modos antiguos: dórico en el Incarnatus, mixolidio en el Crucifixus
Cinco son las partes o himnos que configuran, de la manera habitual, la Misa: Kyrie, Gloria, Credo, Sanctus (que incluye el Benedictus, otras veces aparte) y Agnus Dei. Se cree que Beethoven tenía intención de añadir con posterioridad un Gradual, un Ofertorio y la música del himno Totum ergo. También hay datos que permiten afirmar que se había propuesto componer otras dos misas. Cosa curiosa si se piensa en el esfuerzo, capaz de dejar exhausto a cualquiera, que hubo de desarrollar para terminar la Solemnis.
Se cuenta con un excelente equipo vocal, que se ha de unir a los bien engrasados conjuntos Nacionales. La soprano Sarah Wegener es una lírica con tendencia a ligera de hermosa encarnadura y bien labrado fraseo que evidencia, eso sí, un acusado vibrato. La mezzo es la fornida y oscura Wiebke Lehmkhul, una voz espesa y frondosa.
El tenor, que ha actuado no hace muchos meses en Madrid como ajustado evangelista de la Pasión según San Mateo de Bach, es el muy cumplidor Maximilan Schmitt, un lírico-ligero de buen porte. Cierra el cuarteto el bajo-barítono Ashley Riches, de instrumento aún por redondear, pero de maneras suaves y musicales. El mando sin batuta de Afkham, de muy regular trazado, siempre equilibrado y medido, debe saber conjugar adecuadamente tantos elementos en una obra extremadamente difícil.