Israel Fernández (Corral de Almaguer) tiene poca memoria. No se acuerda de ningún nombre y a todas las personas que no reconoce le dice que son primas del "tío" Diego del Morao, su mano derecha. Todavía no se sabe cuántos años tiene realmente, si es nieto de Camarón o si su abuelo es Platón. Pero sabe tocar las palmas, conoce todos los compases del flamenco, canta y baila desprendiendo alegría por donde pasa.
Parece una persona muy seria, pero es un vividor. No para de reírse, llega a todos los sitios con su traje decorado, las botas vaqueras y los anillos de oro. Su presencia impone pero su voz suave atrapa y acuna. "Como digo muchas veces, yo soy un golfo elegante", admite en una sala de un hotel en Motril (Granada).
El 27 y 28 de junio, el Festival Infierno de Yung Beef en Granada acogió al cantaor, que está de gira por toda España. Este fin de semana actúa en el parador de Cuenca y en Huesca, pero esa ocasión fue clave para filosofar con él. "Va a ser un festival importante para mí. Me gusta ir a los sitios donde el flamenco no tiene mucho lugar para llevar a los jóvenes a la iglesia flamenca".
Fernández cuenta que tiene devoción por el flamenco desde que era muy pequeño. Su historia es ya muy conocida: Toledo. Cuatro hermanos, Luis Miguel, Jaira, Sarai e Israel. Una familia gitana. Todos bailan, viven en el flamenco. El cantaor fue el primero y el único que dedicó su vida a este arte. Cantaba en las fiestas familiares y con 11 años lo llamaron para participar en un programa de televisión. A partir de entonces no paró nunca. Hasta hoy.
La pureza flamenca
El Infierno recibió la música urbana española en todas sus variantes. Y entre Cruz Cafuné, Soto Asa, Kaydy Cain, Ñeyo, Pablo Chill-e, Albany y muchos otros, el sábado a las 20:30 hizo su aparición en el escenario un hombre con una larga melena oscura, los ojos pequeños y las palmas flamencas. Israel Fernández atrapó a los jóvenes traperos en sus alas flamencas. Algo de magia tiene que tener, por supuesto.
Lo más curioso de todo es que él mismo admite que no conocía el Festival. Pero cuando se enteró de qué tipo de ambiente era, le hizo mucha ilusión poder compartir el arte flamenco en ese lugar. "Es una propuesta muy arriesgada y muy bonita". Palabras adecuadas. Pero Fernández no tenía miedo de perder la pureza del flamenco en un ambiente extremadamente urbano.
"Se perdería la pureza si yo me pusiera a cantar allí otra cosa que no siento. Yo voy a cantar lo que canto en todos los sitios", afirma orgulloso y explica que "pierdes la pureza por pretender acomodarte, por agradar a la otra persona o ser una cosa que no eres. Cuando somos iguales ante cualquiera, ahí está la pureza. Siempre hay que ser el mismo donde estemos: en el Infierno, en el cielo o en la playa".
En mitad de todos los raperos, apareció el cante jondo. Fernández cuenta que aprecia todo tipo de música que tenga melodía, ritmo y mensaje. "Si no tiene mensaje, melodía o ritmo no vale nada. Es simplemente ruido". El cantaor flamenco por excelencia escucha rap en su Spotify. "Los raperos me gustan mucho porque tienen muy buen ritmo y unas buenas letras, aunque no las entiendo, hablan muy mal", afirmó riéndose. "Son muy de calles, pero no pasa nada. Todos somos ordinarios, lo importante es no perder el arte nunca".
Y si el rap le cuesta entenderlo, del trap no entiende absolutamente nada, admite. Tal vez "algunas letrillas que hay por allí sueltas, los arreglos de piano y los electrónicos", explica, "pero no puedo diferenciar el ritmo, el track track, porque lo confundo". El reggaeton, en cambio, le encanta. "Me gusta la canción del diablo, esa de reggaeton". Se refiere a Pobre diabla, del gran maestro del género, Don Omar. "Es increíble, preciosa. Y me gustan las letras de Dellafuente". Tiene buenos gustos. Cuando le preguntamos por ¿Yung Beef?, su frente se ciñe: "¿Cómo? No sé quién es". Se justifica riéndose.
El compás perdura
"Hay músicas que no pasan de moda nunca y da igual, como lo clásico. Porque todo lo que va a la moda tiene fecha". Por esto, según él, el flamenco está de moda siempre. Perdura, es clásico, "es la madre de la música". Y sí, claro que tiene algo de exclusividad, como casi todo.
"Están los restaurantes que te ponen comida rápida donde va todo el mundo, que no digo que estén malos, y luego está lo otro, lo exquisito, donde va menos gente. Y el flamenco diría que es una música exquisita". Aún así, especifica que el flamenco está para todos los oídos. Lo único que falta es afición y una infancia con una familia que escuchen música de calidad. "Mis padres nunca me han inculcado el flamenco, pero escuchaban buena música". Fernández creció con Michael Jackson, los Dire Straits y Eminem.
Pero, entre todos estos géneros, el flamenco es el que tiene un ritmo más complejo. Israel Fernández lo explica golpeando una silla de madera con los nudillos: "Y tienes que cantar a este ritmo", explica. Fernández canta siempre al compás de la guitarra de su amigo Diego del Morao. "Mientras él esté conmigo es una bendición. Pido a Dios que se quede junto conmigo porque me inspira mucho y me enseña muchas cosas".
La música es igual para todos
El cantaor cree en Dios, como un creador, una conciencia viva, le da tranquilidad. "Es una pena que personas tan grandes de corazones bellos no vuelvan. Para esto está Dios, para tenerlos. Si no sería una vida injusta". Sus padres y toda su familia son creyentes y fue en la iglesia dónde aprendió a tocar el piano con el cual ahora toca La leyenda del tiempo en casi todos sus conciertos. "Soy autodidacta. Me hubiera encantado estudiar mejor, pero no me dio tiempo y menos ahora". Fue entonces cuando la pregunta surgió sola.
¿Cuántos años tiene ahora? "35", responde de golpe, seguro de sí mismo. Y volvemos a reírnos. "Aunque hay varias historias", confiesa, "tengo varias edades". Ese 28 de junio eligió tener 35 años, una edad que le permitiera sobrevivir al Infierno de los chavales en la Costa Tropical. "Quizás me quedo a dormir en una cabaña con ellos y le ofrezco una birra, unas cerves". Aunque confiesa que a él le gusta el champán y le gusta más el "vino branco", con r, porque es más puro, más gitano, como decía Luis Miguel, su verdadero abuelo. "No hay que perder nunca de donde uno viene".
Aún así, afirma que es verdad que manda lo que más se escucha, lo que más llena. Según él, el público es soberano. "Vivimos en un mundo material, de dinero. Pero no es culpa de los artistas, ni del promotor tampoco, es del público que escucha eso. Lo que más se consume es lo que más se vende. Esto es lo que manda".
El color nazareno
Sin embargo, a él le da igual. "A mí no me cambia el mundo de la fama. Viajo mucho y he aprendido una forma de sentir más prodigiosa". Cuenta que antes no salía mucho del pueblo y ahora conoce un poco más el mundo. Antes no podía comprarse un traje de 100 euros y ahora puede comprarse dos, ni más ni menos. Ahora, a su edad, lo más importante es ayudar a la familia, tener amistades bonitas y compartir. "El dinero está solo de paso, tiene valor, pero la lealtad no. Una persona fiel, con sus errores, no tiene precio".
Cuenta que en su familia no existía la gracia, ni el perdón. "Con mirarnos teníamos demasiado. Conocíamos tanto las fatigas que teníamos por dentro que el agradecimiento se notaba, no hacía falta decirlo". Su familia pasó hambre y fatigas, pero de ese mismo dolor aprendió cosas que otros no saben. "Esa fatiga se ha transformado en enseñanza. Una vivencia se queda en lo vivido, una enseñanza vale para siempre".
Recuerda esos amigos a los que no ve durante años y cuando se reencuentran son los mismos abrazos y el mismo amor. "La piel envejece pero no el sentir, se mejora incluso si aprovechas los errores, para no cometerlos otra vez". Israel Fernández cree mucho en Dios y en el flamenco. Pero también cree mucho en su madre, la que lo parió. Y cree que el color del rap es el naranja y el del flamenco es el morado, el nazareno. El color de la túnica que vestía Jesús cuando realizó el vía crucis.