Fontaines D.C. demuestran en Madrid que su 'Romance' sí era para tanto: poesía punk en estado puro
- La banda irlandesa, capaz de revalorizar la escena indie-rock de las Islas Británicas, presentó en el Wizink su cuarto álbum, uno de los discos del año.
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Unos guiris bebiendo dobles de cerveza, que no Guinness, en la esquina de la calle Goya, al lado del madrileño Wizink Center. Podría ser por un partido de fútbol o una despedida de soltero, pero vienen a ver a la banda irlandesa de la que habla todo el mundo. Y con razón, este ha sido el año de Fontaines D.C.
El pasado agosto lanzaron Romance, su cuarto álbum, esta vez producido por uno de los grandes, James Ford (Arctic Monkeys, Depeche Mode, Pet Shop Boys, Gorillaz). Un amasijo de estilos que van desde el rock gótico de The Cure, al hiphop noventero, pasando por el britpop de Blur, el grunge Seattle y ese postpunk en el que no quieren encasillarse, y que demuestra que la banda está revalorizando la escena indie-rock de las Islas Británicas y lo defienden muy bien en directo.
No es la primera vez que tocaban en España, ya lo hicieron presentando sus otros tres trabajos (casi a disco por año): Dogrel (2019), A hero’s death (2020) —nominado en los Grammy en la categoría de Mejor Álbum de Rock—y Skinty fia (2022). Sin embargo, y aunque en Reino Unido están más que acostumbrados a llenar estadios, era la primera vez que congregaban a tanta gente en Madrid.
Teloneados por los vecinos británicos Wunderhorse, el quinteto (sexteto en directo) formado por Grian Chatten (vocalista), Carlos O’Connell (guitarra), Conor Curley (guitarra), Conor Deegan III (bajo) y Tom Coll (batería) salió puntual. Un gran globo con forma de corazón, que ilustra la portada del álbum, ya colgaba del escenario cuando comenzaron a tocar Romance, arranque que marca la atmósfera gótica y romántica que envuelve el resto del álbum.
Su puesta en escena refleja tanto el cambio radical de estética como de nivel de la banda. Más noventeros, menos punkis, ya no parecen unos cualquiera, se han dado cuenta de que un buen envoltorio es casi tan importante como un buen disco. Se trata de tener un concepto, un estilo, y defenderlo. Ya no hay complejo por parecer mainstream, ni por dejarse llevar por el pop —como demuestra Favourite, cuyo videoclip está grabado en Madrid—.
Chándales color verde fosforito (¿Brat?), pelos rosas, gafas de sol raveras, camisetas vintage. Parecen sacados del mítico partido de fútbol entre Oasis y Blur del 96—sobre todo cuando Chatten saca a relucir la pandereta— y al mismo tiempo del futuro, ese que se imaginaban en los 2000.
En su concierto en la capital no se salieron del repertorio con el que están girando por toda Europa. No faltaron joyitas de los discos anteriores (Skinty fia y A Death's Hero) como Jackie Down the Line, Roman Holiday, Big Shot, I Love You, Televised Mind o Lucid Mind, en las que ya se apreciaba la evolución de la banda hacia un sonido menos sucio, que echa mano de los sintetizadores y en la que la voz de Chatten ya no te escupe directamente a la cara.
Pero estos casi treintañeros de Dublín saben que parte de su público, heterogéneo pero donde los puretas de la Generación X inclinan la balanza, sigue buscando en ellos a esos Boys in the Better Land que descubrieron en 2019 en su álbum debut Drogel. Los mismos que gritaban en Big: "Dublín en la lluvia es mía / Una ciudad embarazada con una mente católica". La autodestrucción, la rabia y el nihilismo —"En el mundo moderno no siento nada"—, sigue muy presente en su nuevo trabajo.
Ha cogido otra forma, más acorde a ese lirismo del que siempre han hecho gala. No son solo chavales con guitarras, sino que, como buenos irlandeses, les une la literatura de Joyce, también la poesía de Keats y Rimbaud. En directo, con canciones como la potentísima Starbuster —escrita tras un ataque de pánico del vocalista— no se sabe si Chatten está rapeando o recitando, quizá ambas.
En sus shows destaca la limpieza con la que se manejan, parecen haber aprendido de sus giras teloneando a los Arctic Monkeys. Si en algo se parecen a los british, es que se marchan puntuales (hora y media escasa), dejan poco margen para la charleta y la improvisación. Eso sí, no faltó algún guiño de Carlos O’Connell a la ciudad en la que creció hasta los 18 años. De madre irlandesa y padre madrileño, el guitarrista se atrevió a cantar algunas estrofas de Tesoros de Antonio Vega.
Se culpa al auge del género urbano y al indie nacional de que a día de hoy se consuma más música en español que en inglés, pero tal vez también influya la sequía creativa a la que nos han tenido acostumbrados las bandas del Reino Unido e Irlanda. Esa que brilló con fuerza con los monos árticos (hasta su AM, 2013) y The Libertines en los 2000, y tras la que llegaron después grupos como Bastille, The Kooks, The Vaccines, Nothing But Thieves y Palma Violets, que tuvieron su momento de gloria en la década de 2010.
Pero esa efervescencia del rock británico se desinfló progresivamente, convirtiendo a estas bandas en reliquias, secundarios en festivales nacionales, obligados a no aspirar más allá de La Riviera en Madrid y tirar de clásicos en sus repertorios. De ahí que el esfuerzo de grupos como Fontaines D.C., o las chicas de The Last Dinner Party, por hacer música que suene y respire aire fresco hace que se pueda recuperar la esperanza y, sobre todo, la ilusión.