Un canto de amor y fraternidad: el Concierto de Año Nuevo de Riccardo Muti
- La Filarmónica de Viena interpreta por primera vez en los 80 años del recital una obra de una mujer: 'Vals Ferdinandus', de Constanze Geiger.
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Por séptima vez Riccardo Muti se colocaba en el podio de la Filarmónica de Viena para dirigir en el Musikverein el Concierto de Año Nuevo. Accedía a él, actuaba y gesticulaba como tiene por norma este napolitano de 1941: serio, circunspecto, económico en los movimientos; batuta siempre presta y clara, con el dibujo necesario, sin excesos, y con la seguridad y aplomo que dan los años, la experiencia y el conocimiento.
No ha sorprendido pues su actitud; ni su desenvoltura; ni su circunspección. Aspectos que no tienen que ver a la hora de apreciar los resultados de sus indicaciones en busca de una interpretación fidedigna y solvente.
Sin la desenvoltura expresiva de Maazel, sin la chispa comunicativa de Boskovsky -los directores que más veces han dirigido el concierto-, sin la elegancia supina de Carlos Kleiber, el italiano nos ha convencido en general con sus versiones de la música vienesa elegida para la ocasión.
Todo comenzaba con Freiheits-Marsch de Johann Strauss padre, en la que ya la ágil batuta marcaba los adecuados contrastes rítmicos y expresivos. Sin que el rostro, tan ojeroso del maestro, se moviera un ápice. Los músicos, en cambio, se mostraban sonrientes y, eso sí, sin perder ojo de la volandera batuta. Las cuatro trompetas de la Filarmónica sentaban sus reales.
En la pieza siguiente, Dorfschwalben aus Österreich, Vals de Las golondrinas de pueblo de Josef, nos gustaron especialmente las intervenciones del clarinete solista, la imperiosa manera en la que el director acentuó los silencios y el bien llevado balanceo. Sonidos pajariles y contención.
Durante muchos pasajes Muti mantuvo la mano izquierda en la solapa (recordemos lo que decía Richard Strauss: esa extremidad debía estar siempre en el bolsillo del chaleco), lo que no impidió en ningún momento que la batuta dibujara y lograra el necesario rubato. Contrastes y reducción de la velocidad en las repeticiones.
A continuación se nos ofreció la Polka rápida francesa de la Demolición, delicada e insinuante, más tarde fina y traviesa, de Johann hijo. Del mismo compositor se escuchó luego el Vals Lagunen, Vals de la Laguna de la opereta Noche en Venecia. Muti hizo aquí la estatua sin perder comba. Pausado y delicado. Nos gustaron especialmente los remates de frase, con acentuación muy contrastada. Y singularmente la lentitud con la que se expuso la postrer repetición del tema principal. Lo que condujo a la última composición de la primera parte, la Polka rápida Luftig und duftig, Aireado y perfumado, del tercer hermano, Eduard, tocada, con el constante latico rítmico.
En el intermedio, como es habitual, se abrió el espacio para el documental, titulado en este caso Eine Strauss-Odyssee, dirigido y producido por Barbara Weissenbeck. En él se comenta que en octubre de 2025 se cumplirán los 200 años del nacimiento de Johann II y se hace referencia a la célebre película de Kubrick 2001: una odisea del espacio.
La sorpresa vino dada por la aparición, en calidad de mudo protagonista, del tataranieto Thomas Strauss. La película está bien rodada y aporta constantes sorpresas visuales, aunque a veces no sabe uno bien qué es lo que se quiere contar. La historia del músico se va enhebrando con numerosos documentos. Miembros variados y bien seleccionados de la Filarmónica tocan pentagramas alusivos en arreglos bien hechos: la obertura de El Murciélago, el Perpetuum Mobile (con láminas) el Danubio Azul. Como cosa curiosa se toca también la Fantasy Quartet de Britten.
La segunda parte comenzó muy animadamente con la Obertura de El Barón gitano de Johann hijo, en el que el clarinete solista mostró su calidad. Muti concedió singular dramatismo al recitativo central y dejó cantar ampliamente a la efusiva cuerda. Exultante la parte del Allegro central, tocada a toda presión. Silencio cómplice e irrupción del tema valsístico, bien bailado con rubateo. Cierre prestísimo. Uno de los mejores momentos.
En la siguiente pieza, el famoso Vals Aceleraciones, apareció por primera vez el ballet de la Ópera de Viena en filmación previa realizada en el Südbahnhotel Semmering. Mucha fantasía con trajes muy curiosos y elegancia. Un poco más adelante en el curso de la sesión se exhibió la segunda actuación balletística, filmada en el Technical Museum de Viena sobre la Polka rápida Entweder, ambas de Johann hijo. Estupenda coreografía de Cathy Marston y soltura y elasticidad de los cuerpos. Uno de ellos del bailarín español Gabriel García Torres.
La primera obra escrita por una mujer
Después de la Marcha Fidele Brüder de The Violet Girl de Joseph Hellmesberger, asistimos a la interpretación de la primera obra escrita por una mujer programada en este tradicional acto musical, que ya ha cumplido 80 años: el Vals Ferdinandus, en arreglo de Wolfgang Dörner, de Constanze Geiger, compositora de corta carrera (se casó muy joven). Música fácil y melódica, expresiva y con un pasaje de bien trabajadas variaciones.
En el Vals Transactionen de Joseph Strauss, en la Polka de Anna y la Polka rápida Tritsch-Tratsch, ambas de Johann, disfrutamos de lo lindo con las bien reguladas dinámicas y, sobre todo, en la tercera composición, con la energía y los buenos relieves.
La sesión debía cerrarse con otra composición célebre: el Vals Vino, mujeres y canciones de Johann hijo, que supuso uno de los momentos más logrados de la mañana. El director esculpió estupendamente la primera frase importante, subrayando lo afirmativo de la misma y, enseguida, la más conocida y traviesa. La parte valsística fue casi cantada. Pasaje modulante bien subrayado. Formulación general lograda, incluso en el rubateo. Luego la primera propina, otra Polka rápida conocida, La Bayadera, asimismo de Johann, tocada con mucha animación. Y Muti, algo increíble, dando saltitos. Golpe seco y preciso como cierre.
“Pace, Amore, Fraternitá”, deseó el director en la habitual felicitación. Luego los dos regalos habituales: el Danubio azul, iniciado como entre neblinas y luego fraseado estupendamente con retenciones y cambios dinámicos muy expresivos. Por último, la Marcha Radetzky. Un colofón esperado y que definió bien la calidad musical de lo ofrecido, con un Muti muy en su sitio, casi siempre serio pero con más marcha que en otras ocasiones.
A veces echamos en falta detalles de humor, tanto en la reproducción musical como en la actitud. No aparecieron las bromas y las eutrapelias de otras veces. La transmisión televisiva y radiofónica intervino, como es habitual desde la desaparición del histórico José Luis Pérez de Arteaga, Martín Llade que, como siempre mostró su soltura y su locuacidad. Realización impecable de la Radiodifusión austriaca.