Discos

Joaquín Turina

10 enero, 1999 01:00

Nacido en Londres en 1960, Paul McCreesh está considerado como uno de los más interesantes artistas de la generación más joven en el campo de la música antigua. Ha desarrollado una actividad muy extensa en la producción del siglo XVII. Cuando estudiaba en la Universidad de Manchester, creó un conjunto de cámara que, desde 1982, tomaría el nombre de Gabrieli Consort. A partir de entonces ha alcanzado una reputación internacional, reforzada por su producción discográfica, que ha recibido numerosos premios el "Grammophone", el "Diapason d’Or" o el "Choc" de la revista "Le Monde de la Musique". Ha aparecido en los festivales de mayor prestigio como el de Lucerna o el Resonance de Viena. Es el fundador y director del Birkburn Summer Music Festival.

Joaquín Turina venía al mundo en 1882. Es decir, era seis años más joven que Falla y Casals y doce menor que Conrado del Campo. Tenía un año más que Juan Manén, cuatro que Julio Gómez y Jesús Guridi, cinco que José María Usandizaga y siete que óscar Esplá. Ese bloque, que algunos han denominado "Generación de los maestros", es el núcleo creador más activo hasta la Guerra Civil que se mueve en un terreno más propicio a la vida filarmónica. Y es que, a pesar de que España seguía sin ser un vergel musical, algo habían mejorado las cosas tras el esfuerzo agónico del grupo de la Restauración. Allá por 1910 el Teatro Real asistía atónito a las primeras representaciones de "Salomé" de Strauss o de "Ariadna y Barbazul" de Dukas. La Sinfónica de Arbós daba a conocer el repertorio contemporáneo con inusitada puntualidad. Los Cuartetos Francés y Vela estrenaron numerosas composiciones de cámara, mientras por toda España surgían las sociedades filarmónicas como centros de la devoción burguesa por la música. En 1913 el más exigente y respetado crítico de Madrid, Manuel Manrique de Lara, a raíz del estreno de "La procesión del Rocío", la valoraba como una obra "magistral", afirmando de Joaquín Turina que "su primera composición orquestal nos lo revela como un maestro de la técnica".
Era la presentación en sociedad de este joven artista, sevillano de origen que, después de haber estudiado en el Conservatorio de Madrid con José Tragó, había optado por concluir su formación en la Schola Cantorum de París con Vincent d’Indy. Aunque el creador sevillano siempre le estuvo agradecido a su maestro, su excesiva dependencia ha sido juzgada muy negativamente por voces autorizadas, caso de Carlos Gómez Amat o Tomás Marco. Este último señala que "personalmente opino que no le benefició. En la Schola obtendrá un matiz académico y una rigidez formal derivados de los dogmas inmutables y naturales que profesaba la escuela". Coincidiendo con la Primera Guerra Mundial, abandonará París y se instalará en Madrid definitivamente. Aquí llegaría a actuar como director musical en las representaciones de los Ballets Rusos. Su contrato con la editora Unión Musical le dio una cierta tranquilidad económica, si bien, como menciona Tomás Marco, "aunque le solventó muchos problemas económicos le envolvió en una especie de transacción de Fausto que le hizo componer a plazo fijo ingentes cantidades de obras pianísticas de una descorazonadora desigualdad".

Profesor fracasado
Designado catedrático de composición del Conservatorio de Madrid en 1931, su papel en estas disciplinas no obtuvo el reconocimiento adecuado. Según su colega, el también creador Julio Gómez, "Turina, a quien como compositor todo el mundo admiraba, tenía el ambiente contrario en lo que se refería a la enseñanza. Dama Pedagogía, solterona rancia y desabrida, se mostró esquiva a las débiles solicitaciones de Turina. Y él, en justa correspondencia, la relegó al desván de los trastos inútiles y no volvió a acordarse de ella jamás". Tras la Guerra Civil, sería nombrado Comisario de la Música. Con gran esfuerzo intentó recuperar las infraestructuras perdidas durante la conflagración, con autoridad sobre la Orquesta Nacional y la Agrupación Nacional de Música de Cámara. En esos años abordaría un "Tratado de composición". Fue respetado y apreciado por el régimen franquista, alcanzando varios galardones como la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio. Tras una larga y penosa enfermedad, fallecería en 1949.

Técnica e inspiración
A la hora de establecer sus características como creador y ser humano contamos con numerosos testimonios de primera mano, algunos de los cuales han sido recuperados en el libro de Alfredo Morán "Joaquín Turina a través de sus escritos" (Alianza Música). A partir de ellos entendemos que Turina concebía la música como "un diario de la propia vida". En sus principios estéticos se concibe que "para que la música de diario o de álbum no sea un puro pasatiempo o jeroglífico, es necesario que se sienta cobijada y espoleada por inquietudes universales. En este vaivén de lo abstracto a lo concreto, la vida llena de sentido todo". Dos son los requerimientos imprescindibles para configurar una obra: "la técnica profesional y lo que vulgarmente se llama inspiración. La técnica se adquiere con perseverancia, muchísima paciencia y el estudio asiduo de varios años. En cuanto a la inspiración se tiene siempre o no se tiene nunca, pero la inspiración, el espíritu creador, está siempre en el artista".
En muchas de sus aportaciones encontramos al personaje curioso, visceral, intolerante en lo estético hasta extremos que bordean la agresividad. Un ejemplo de ello se transmite en su "Enciclopedia abreviada de la música", escrita a la luz de las ideas de Vincent d’Indy. Allí se dicen cosas tan curiosas como que la personalidad de Rossini "es completamente falsa y procede sólo de la influencia de Mozart" o que Bellini estaba "en la más completa ignorancia de su arte". A partir de "La Bohème" afirma de Puccini que tenía talento pero "que lo emplea bastante mal". En ocasiones, su valoración de la historia musical alcanzaría apreciaciones de difícil justificación. Así, en la mencionada "Enciclopedia" y en el capítulo dedicado al "Periodo Judaico" (sic) de la lírica, que corresponde a la época meyerbeeriana, afirma que la escuela operística francesa se desarrolla "con la intrusión del judío, quien toma el éxito teatral como medio seguro para ganar dinero".

Una poderosa influencia
Es difícil explicar cuál ha sido su influencia y su peso, ajenas a la de su amigo Falla. La sombra de éste, alargada por el crítico Adolfo Salazar, se impuso desde un primer momento y levantó inevitables celos en el sevillano, como nos transmite en esta carta dirigida al creador del "Amor brujo": "Ya es sabido que cada proclama de Salazar termina en un descalabro. En mi opinión, lo hace con una torpeza medieval, porque creo yo que para ensalzar a sus protegidos no es necesario insultar a nadie y si, por ejemplo, quiere hacer creer que en España no hay más que Halffter y tú, es natural que yo, con nueve personas en mi casa que mantener, me ponga en guardia". Según Tomás Marco, "si en realidad se adelanta a Falla en cuanto a las primeras obras significativas, después se verá incapaz de seguir el ritmo investigador que señala el genial gaditano. Y su orquestación, refinada y atractiva desde el comienzo, también quedó anquilosada en sus primeras formas". Eso no obsta para que, como transmite el mismo Marco, cuando los compositores volvían "la vista hacia Falla, el reflejo captado era el de Turina. Todos cayeron de una manera u otra en su órbita y las consecuencias más lejanas del nacionalismo quedaron impregnadas por él. Todo lo cual no impide que Turina fuera un verdadero maestro y una personalidad acusada que merece recordarse entre las más destacadas de esta generación de maestros, regeneracionista y noventayochesca".