Teatro

Ionesco

Frente al fracaso de la palabra

10 enero, 1999 01:00

Para Francisco Nieva que una compañía monte a Ionesco en estos tiempos en los que se lleva el teatro "espectáculo" es un gran acontecimiento porque su dramaturgia es de muchísima palabra. El estreno por el Teatro de la Danza de "Delirio a dúo" y "Escena para cuatro personajes", el 16 de enero en Alcobendas(Madrid), da ocasión al académico de volver sobre la obra del precursor del absurdo.

Ernesto Caballero, joven autor de éxito, escribió no hace pocos días en EL CULTURAL de LA RAZóN un artículo que nos refleja bien el estado del teatro en... el mundo. Sí, en el mundo y no sólo en España. Tengo datos fehacientes de que así es, lo mismo en España, que en Inglaterra, que en Italia... Es un fenómeno que, al menos, compartimos las naciones occidentales de Europa, incluso algunas que fueron del telón de acero para adentro, Chequia, Polonia...
¿No resulta inquietante que Caballero, para ser un autor de hoy, si quiere estrenar, haya tenido que convertirse en co-empresario, en director artístico y en adiestrador de actores, como si aún estuviéramos en el siglo XVI. Ya que, en el XVII, ni Lope ni sus seguidores de más talento fueron otra cosa sino autores, tan sólo especializados en su verso y ya era bastante. Lo que hoy sucede significa bien una decadencia, bien el comienzo de un resurgimiento. Más me inclino por lo primero. En Estado Unidos no sé si sucede, pero en Europa está determinado por un factor económico y otro social, de individualismo arrasador, de invertebración ideológica, creo que por una incultura galopante.

En el terreno del arte, en el del teatro concretamente se está produciendo tal exceso de oferta barata y particular -por necesidad- que ello redunda en una pérdida de su intensidad y capacidad de sorpresa. La masa de espectadores no se conmueve y los grandes proyectos comunes -en capital artístico y material- no se producen a menudo. El primer elemento del teatro, que es el actor, se rebela de un modo extraño. Se niega a hablar, a ser elocuente. Quiere reflejar "la vida moderna", que es telegráfica y práctica, llena de silencios y sobreentendidos, muy dominada por la imagen. Si así cambia el teatro, así debe estar cambiando la sociedad. También ésta menosprecia el discurso y va en mayor medida a ver espectáculos "de espectáculo", es decir cosas muy banales y, por supuesto, caras. ¿Qué puede ser de los autores que han fundado su medio de expresión en el discurso, desde Calderón al propio Ionesco? ¿Hay que seguir haciéndolos o les debemos dar de lado?
Ionesco, que ahora pone en escena el Teatro de la Danza, es un continuo chorro de palabras, con inusitadas imágenes, que traducen mil recovecos del inconsciente. Sólo he podido gustar de Ionesco hecho por actores de alta calidad literaria, es decir palabrera. Aquellos actores que no se quejaban -como tantos de hoy- por tener que hablar demasiado y decir cosas "que no se lleva decir así en estos tiempos". En España y en estos tiempos de barbarie soterrada -pues a los bárbaros no los vemos llegar sino cuando los tenemos encima y son ya cercanos parientes nuestros- el montaje de dos pequeñas obras de Ionesco es un acontecimiento cultural, sólo por eso. Porque es teatro moderno pero de muchísima palabra y, por sorprendentes que sean las situaciones, por ingeniosa la resolución de los efectos, la palabra reina sobre el escenario y su aparente banalidad tiene que entenderse y ser dicha, aunque precipitadamente, con auténtico paladeo de actores. Ionesco utiliza cierta morralla del discurso humano, con una sobra de palabras para revelar cuál es su núcleo absurdo y su fondo trágico, antes nunca explorado de esta manera tan catártica.
El Teatro de la Danza lleva ya mucho tiempo haciendo de manera particular, con disciplina y con acierto, lo que ahora cuesta más trabajo hacer, teatro de texto. Y se llama de "la danza". El espíritu de la danza tiene algo que ver en esto: en que lo preside una intención rítmica unitaria y en el cuidado de la imagen. Sus hallazgos son encauzados estéticamente, enmarcados y puestos en valor, como pasos de danza. Ofrece una alternativa sutil, pero se atreve con la palabra, la acata y, con ello, está haciendo una labor ejemplar, una labor de restauración y "mantenimiento". Y también de creación, por supuesto.
La palabra de Ionesco y su temática son cosas extraídas de la realidad, de la vida, pero en una sociedad palabrera como la francesa, pues los franceses pecan generalmente de locuaces.
"Delirio a dúo" y "Escena para cuatro personajes" son de esas obras breves, brillantes por demás, disparatadas y trágicas a la vez, en donde más claro se ve que se "habla por hablar", para decir lo contrario de lo que se piensa, para revelar el inconsciente más salvaje, para desnudar al hombre de su falsa dignidad y falsa consecuencia. En ese abundante chorro de palabras, el actor ha de encontrar su personaje, caracterizarlo, darle corporeidad y determinada verosimilitud dramática. Parece que se le ofrece mucho terreno, pero, en realidad es muy poco. Repeticiones, frases inversas, atolondramiento de palabras, todo deliberado por el autor, precisamente para extraer de ellas su última expresión, lo más difícil de definir y convertir en teatro, que es la incomunicabilidad de la palabra misma, su trágico fracaso, algo que no fue problema antes de nuestra particular circunstancia histórica. Y vemos -escuchamos- a la vez, que la palabra se ha hecho para eso, para comunicar lo inefable, lo que parece una paradoja, pues lo inefable no tiene palabras. Según nos demuestra Ionesco -poeta dramático- tiene muchas, debe contar con todas y verterlas a caño abierto. En el run run de la palabra vana se descubre, si se tiene oído fino, un segundo discurso, que nos traduce lo inefable a comprensible y crítica visión intencionada. Crítica feroz, desesperada, que lanza casi un mensaje de socorro.
Sí, de socorro. Ionesco premoniza un tiempo de barbarie, en el que su propio teatro naufraga, en el que la palabra naufraga y naufraga la razón del mundo. Hay ferocidad y provocación en su teatro, presididas como por una alegría desesperada, de fin del mundo. Son obras, pues, de una tensa plenitud trágica, a pesar de su comicidad, y las reflexiones a las que incitan pueden ser muchas. La dirección escénica de Ionesco es siempre un desafío, en donde la confusión y el absurdo, como tal teatro, deben ser llevados con un rigor extremo, descubriendo todas sus posibilidades de matiz. Un mecano profuso, pero muy bien atornillado. Difíciles obras que parecen fáciles.

Estas "pochades" de gran autor son reveladoras. Ionesco fue prolífico en "pochades", porque descubrió que los valores se invertían y que, en lo pequeño, siempre hay una gran cosa que no puede decirse en grande, en donde la sorpresa no se gasta, en donde la impresión no se dilata y el mensaje toma una forma lapidaria y cae como una piedra que puede romper muchos cristales. Así, brevemente, como se producen muchas catástrofes.
¿Cómo lo habrán resuelto estos actores anacrónicos que pretenden restaurar la palabra, con todos loa aliños necesarios a lo escénico en estos y otros tiempos? Esperemos que este empeño difícil sirva para estimar más profundamente a Ionesco, uno de los más importantes autores del siglo XX en la cúspide de la evolución de la escritura teatral en el mundo.