El teatro de 2024: añoranza del pasado
Este año hemos visto obras con generosos repartos y los cambios en los directores de los teatros madrileños han producido una deriva hacia el repertorio.
Si el año pasado fue abundante en monólogos, en este 2024 se ha visto lo contrario: obras de generosos repartos como no se recordaban, clásicas o del repertorio universal, lo que ha dado ocasión a apreciar la cantera de actores que tenemos. En detrimento de los nuevos lenguajes escénicos y de los autores actuales, a los que tanta atención se les ha venido prestando en los años de esplendor posmoderno.
Hay razones que explican esta deriva de los teatros madrileños hacia el repertorio. Este año los espacios autonómicos y municipales cambiaron a sus directores. Las líneas artísticas de las salas del ayuntamiento fueron redibujadas por Marta Rivera, concejala de Cultura del PP, que decretó que cada una se dedique a un periodo de la historia teatral.
El Teatro Español se dividió en tres y donde había un solo director, hay tres y medio: Eduardo Vasco al frente del Español para abordar el siglo XX; Luis Luque en la Nave 10 dedicada a la autoría contemporánea; y la pareja María Pagés-El Arbi El Harti al frente del nuevo Centro Danza Matadero.
Las riendas del otro gran teatro municipal madrileño, el Fernán Gómez, las lleva Juan Carlos Pérez de la Fuente con la encomienda de escenificar textos del siglo XIX. Abrió con la producción invitada Cigarreras, adaptación de La Tribuna de Emilia Pardo Bazán, e hizo una notable lectura dramatizada de Don Juan Tenorio en Todos los Santos, como manda la tradición.
La gran apuesta de Vasco en el Español ha sido Valle-Inclán. Luces de bohemia escenificó el esperpento en un tono castizo y paródico, con una soberbia armada de 25 intérpretes. Natalia Menéndez, antecesora de Vasco, también programó obras de gran formato: el divertido Jardiel Es peligroso asomarse al exterior, que rescató Pilar Massa con catorce cómicos, o Vania x Vania, dos lecturas del título de Chejov con adaptación y dirección de Pablo Remón.
En los Teatros del Canal de la Comunidad de Madrid, en manos del gestor Ruperto Merino, también se han apuntado a rescatar tradición más Hispanidad. Alonso de Santos dirigió El alcalde de Zalamea, en una puesta escena canónica con catorce fabulosos intérpretes.
Muchos son los competidores que le han salido a la Compañía Nacional de Teatro Clásico, que nos sorprendió con El monstruo de los jardines, de Calderón. La relectura de Iñaki Rikarte tiene aportaciones dramatúrgicas imaginativas para esta enrevesada comedia mitológica de Calderón. Sin duda, una de las mejores producciones del legado de Lluís Homar, que cesa como director de la CNTC a finales de año.
Es cierto que los teatros públicos se habían olvidado del repertorio para entregarse a la creación contemporánea, arriesgándose con obras simplonas e inconsistentes. A este criterio se amarró el Centro Dramático Nacional (CDN) que dirige Alfredo Sanzol, y ahí sigue, ahora con más razón que nunca. Pero es irónico que una de sus obras mejor recibidas, Nada, sea la adaptación de la novela que descubrió a la escritora Carmen Laforet en 1944.
También generó expectativas 1936, cuatro horas y media sobre la Guerra Civil, dirigida por Andrés Lima, con textos de varios autores que, lejos de ofrecer una lectura imparcial, vuelve a la mitificación del periodo republicano y al frentismo de buenos y malos.
En cambio, hemos visto pocos textos actuales: la comedia de Daniel Veronese y Matías de Federico Los amigos de ellos dos; Primera sangre de María Velasco; Camino largo de vuelta a casa, de Iñigo Guardamino; y La gramática, de Ernesto Caballero.