La ausencia de la música de Maximilian Steinberg (1883-1946) de los programas de concierto y su escasísima presencia en los estantes de las tiendas de discos es notable porque pocos compositores como él disfrutaron de un entorno más favorable para hacer carrera. Hijo de un rico judío de Vilnius, Steinberg conquistó San Petersburgo: estudió con Rimski y con Glazunov. Impresionó a los dos, se casó con la hija del primero y sucedió al segundo al frente del conservatorio de San Petersburgo-Petrogrado-Leningrado. Fue amigo íntimo de Stravinski, fue maestro de Shostakovich y fue muy bien tratado por el régimen soviético.
¿Por qué no se oye hoy su música? Porque está pavorosamente falta de personalidad. El disco que comentamos ofrece la extraña oportunidad de escuchar una música perfecta y vacía, escrita con asombroso dominio de la ciencia musical y con aún más asombrosa carencia de objeto artístico. La interpretación de Neeme Jarvi y de la Sinfónica de Gotemburgo, minuciosa y detallista, deja clarísima la idea que domina el CD: la retórica resulta inútil cuando no se tiene nada que decir