Raro es el año que las multinacionales del disco no introducen en sus catálogos a un nuevo coloso del violín. Son jóvenes fotogénicos y bien publicitados virtuosos que parecen aunar las cualidades de los Sarasate, Heifetz, Oistraj o Menuhin. Ahora, tras las revelaciones formidables de Gil Shaham, Vadim Repim o Nikolaj Znaider, le llega el turno al israelita Ilya Gringolts, quien con su aire de Alejandro Sanz irrumpe con fuerza avalado nada menos que por Itzhak Perlman, quien, metido a director de orquesta, le acompaña francamente mal al frente de una aburrida Filarmónica de Israel. Gringolts, vibrante virtuoso de opulento y cuidado sonido, firma así una rutinaria y vulgar versión del Concierto de Chaikovski demasiado anclada en los clichés y estereotipos al uso. Más interesante resulta la deslumbrante y más interesante lectura del Primero de Shostakóvich que completa el disco y que encuentra su mejor clima en la melancólica Passacaglia del tercer movimiento.