Era en concierto donde Wilhelm Furtwängler daba lo mejor, lejos de los estudios de grabación. Ahí alcanzaba memorables grados de emoción, de intensidad expresiva, de inspiración. El sonido es muy desigual. Todas las características del arte del gran director están aquí recogidas: amplios e incandescentes fraseos, sorprendentes accelerandi y rallentandi, ígneas acentuaciones, lirismo intenso. Subjetividad al cubo. La sonoridad grave y un tanto ácida de la Filarmónica de Viena y la más clara, compacta y homogénea de la de Berlín están al servicio de las concepciones abstractas del director. Monumental y urgente Octava de Bruckner (1945), dramática y contundente Patética de Chaikovski (1951), transparente e insólita Rapsodia española de Ravel (1951), maravillosas y elocuentes Séptima de Beethoven (1953) e Inacabada de Schubert (1952), extraordinarios fragmentos wagnerianos... Son algunas de las joyas de este cómodo (los CD vienen en bolsitas) y enjundioso álbum. De obligada adquisición.