Pascal Dusapin (Nancy, 1955) es uno de los niños terribles de la moderna música de vanguardia francesa. Es hijo estético de Xenakis, de quien fue alumno predilecto. Su lenguaje musical, como subraya Halbreich, hace llamada a los microintervalos y busca nuevas dimensiones de ataques y articulaciones. Actúa más allá de los límites armónicos tradicionales y plantea soluciones desde luego contrarias al serialismo. Sus texturas y superficies son agrestes y en ocasiones áridas, aunque no dejan de tener un intenso y curioso lirismo de fondo. Exige mucho de los intérpretes, pero nunca por encima de sus posibilidades. Crea tensiones indecibles y maneja la orquesta con una magnífica soltura. Sobre estas bases están construidas, muy a grandes rasgos, las tres obras contenidas en el disco, que son tres conciertos para instrumento solista y orquesta. Watt (1994) es para trombón, Galim (1998) para flauta y Celo (1996), para violonchelo. Nos cautivan sus extrañas sonoridades. Muy bien los tres solistas. Lo mismo la orquesta y su director.