Estamos ante una de las nuevas revelaciones instrumentales rusas. Tras su grabación Chaikovski/Shostakovich, este casi imberbe (21 años) violinista de San Petersburgo se atreve con un repertorio cuyas dificultades sólo los grandes maestros han podido resolver con solvencia. La labor de Gringolts merece toda clase de elogios, ya que muestra un virtuosismo de buena ley, con fácil vencimiento de la compleja polifonía -se habló durante años de la existencia de un arco Bach que ayudara a traducirla- y un control muy notable del ritmo. Quizá su sonoridad, que extrae del Stradivarius ex-Kiesewetter de 1723, no posea el empaque y la belleza ideales y su arco a veces se nos antoje un tanto áspero, lo que no beneficia la naturalidad de las articulaciones; como comprobamos en la Fuga de la Sonata nº 2. Es una interpretación a la que falta esa pátina poética, en ocasiones dramática, que se deriva de otras como, cada una en su estilo, las de Kuijken (Harmonia Mundi) o de Milstein (DG).