Miguel Baselga (Luxemburgo, 1966) ha culminado su laboriosa grabación de la Iberia de Albéniz para el sello sueco BIS. Y lo ha hecho con el cuaderno más comprometido, el cuarto, que integra esas tres maravillas del repertorio pianístico que son la apasionada Málaga, el "dulce y ensoñador" Jerez y la luminosa Eritaña. Tras transitar durante años con desigual fortuna por el mundo albeniciano, Baselga ha volcado esa estimulante experiencia en este compacto que supone, sin duda, la cima de los cuatro. Su personalidad, forjada en la convivencia próxima con la música del genio de Camprodón, se ha animado de carácter y nervio, y su pianismo creciente se percibe ahora más identificado con la entraña del opulento pentagrama albeniciano. Cierto es que las dinámicas no se extreman con la amplitud ni las gradaciones que reclama la partitura, o que, en ocasiones, se eche de menos una mayor dosis de ese temperamento y fuego que han revelado los apóstoles de la Iberia (Alicia de Larrocha, Esteban Sánchez y Rafael Orozco) o, en fin, que falte énfasis en este, en cualquier caso, muy mejorado Albéniz. Hay sinceridad y franqueza en estas versiones con acento propio. Seguro de sí mismo, ha apostado por seguir su interiorizado camino. Puede que equivocado, pero hay que agradecerle esta franqueza y valentía al adentrarse en un repertorio tan marcado por la huella de maestros únicos. El compacto se completa con otras obras menores de Albéniz, como los Seis pequeños valses, compuestos en 1884 de acuerdo al modelo fijado por Chopin, o la Serenata árabe, escrita en torno a 1885 y que Baselga sirve a través de una realización cargada de un fuerte sabor decimonónico.