Esta ópera histórica se estrenó en 1861 y desde entonces es obra emblemática. En ella el estupendo músico que fue Erkel recogió fragmentos del folclore de su tierra. Pero la ópera está planteada como una de Donizetti o de Verdi, con sus dúos, sus concertantes, sus arias, sus coros. Tiene un tufillo italiano o, a veces, francés. Se sigue con gusto, sobre todo porque la interpretación, bien concertada por Támas Pál, cuenta con buenos coros (Nacional) y orquesta (la del Milenio húngaro); y un equipo vocal suficiente, pese a las destemplanzas de Eva Marton. En lo sonoro mejora la antigua recreación más épica de Ferencsik, con Josef Szimandi, de 1968 (Hungaroton). Lo que se escucha es la banda original de la película dirigida por Csaba Káel.