El pianista noruego elige tempi prudentes, mantiene un lógico equilibrio entre movimientos y frasea con limpieza y un sonido de notable calidad. Pero nos parece en conjunto un tanto plano, en exceso amable o educado en una obra que esconde mucho drama dentro de sus pentagramas como esta última sonata schubertiana. Buena interpretación, pues, pero sin llegar a las alturas de los Rudolf Kempff, Arthur Rubinstein, Alfred Brendel o, incluso, Christian Zacharias. Pocos cantantes tan musicales y aplicados como el tenor inglés Ian Bostridge. Enfoca, junto con la estupenda colaboración de Andsnes, los tres lieder elegidos -el larguísimo Viola D 786, Der Winterabend D 938 y Abschied von der Erde D 829, más o menos coetáneos de la sonata- con una soltura y una panoplia de matices resaltable. El problema, aparte de la indudable estridencia de algunas notas agudas, de la emisión más bien nasal y del color en exceso blanquecino de la voz, es que las piezas convienen poco a un instrumento tan claro.