Este joven director, procedente de los fogones sanpetersburgueses de Musin y Temirkanov, ha causado hace pocas semanas gran impresión en el Teatro Real de Madrid con El amor de las tres naranjas de Prokofiev. Seguridad, autoridad, capacidad de desentrañamiento tímbrico, variedad acentual, energía y rara persuasión nos lo han definido como un maestro en ciernes. En este reciente disco, de julio de 2006, lo encontramos en el podio de la Orquesta del Capitol de Toulouse desempeñándose en cometidos sinfónicos. El buen tino y excelente pulso se aprecian de nuevo, aunque no nos subyuguen especialmente estas interpretaciones. Los Cuadros de una exposición de Musorgski/Ravel nos parece falta de chispa, de colorido -la orquesta tampoco ayuda mucho-, quizá demasiado morosa de exposición muy lentas las transiciones, aunque con algunos bellos aciertos poéticos (Viejo castillo). Echamos de menos ese toque electrizante que percibimos en el foso madrileño. Más dinamita posee la sinfonía de Chaikovski, que es bien desarrollada, con una impecable lógica musical, nervio y sentido del ritmo y un estupendo Scherzo. Nos acordamos de otras grandes interpretaciones.