Una de las obras más densas -en forma y pensamiento- de Mahler. El Veni, creator spiritus está organizado a base de gigantescas peroraciones, de fugas inacabables, en las que los coros -los bien engrasados de la ópera Alemana y de la Radio de Berlín más el infantil Aurelius Calw- han de cantar de manera crispada el mensaje de alabanza y de súplica. Lo mismo que los ocho solistas que intervienen. El segundo movimiento, más sereno, canto al eterno femenino, emplea la escena final del segundo Fausto de Goethe. Para edificar esta insólita construcción hay que tener una mente bastante lúcida y un mando firme que ordene la multiplicidad de líneas, los furiosos contrapuntos del himno y dejar que la música cante hacia el apoteósico cierre. Puede que a falta de una emotividad que toque algunos entresijos del consolador mensaje del final, la presente dirección de Pierre Boulez, que acaba de recibir la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes de Madrid, sea la más clarificadora en un disco. La transparencia es notable, principalmente en el Vieni, creator. Los solistas cumplen, particularmente el aguerrido tenor Johan Botha. Bien los coros y la robusta Staatskapelle de Berlín.