Una de las obras más fascinantes de la música de cámara es el Cuarteto nº 14 en re menor, La muerte y la doncella, de Schubert, cuyo segundo movimiento viene constituido por cinco maravillosas variaciones basadas en el tema del famoso lied D 810. La belleza de esos pentagramas es extraordinaria; una cima del romanticismo temprano. El Cuarteto Jerusalem, constituido por jóvenes instrumentistas israelíes, evidencia un temple raro y unas virtudes incontrovertibles. Tocan bien conjuntados, con sutiles gradaciones dinámicas y una tímbrica de notable pureza. La sedosidad del sonido combina perfectamente con la igualdad, la exactitud del ataque y la fantasía del fraseo.
El dramatismo que corre por todo el tenso primer movimiento y la atmósfera siniestra del Presto final, reproducido con una energía aplastante, marcan la altura de una interpretación que se coloca entre las mejores de los últimos años y que recuerda pasajeramente a la del histórico Cuarteto Húngaro; pero mantiene la tersura de la del moderno Cuarteto Artemis. Al mismo nivel, la aproximación del Movimiento de cuarteto en do menor D 703, un Allegro assai atravesado de una modulante y memorable melodía.