Sevilla, ciudad que reverencia el ceremonial y las solemnidades de las grandes ocasiones, guarda como un tesoro la tradición de los Seises, niños danzantes que, acompañados por un coro de voces blancas, bailan en la catedral desde el siglo XVII –aunque su origen parece que se remonta al siglo XV– en tres fechas señaladas: la Octava del Corpus Christi, la Octava de la Inmaculada Concepción y el Triduo de Carnaval. Ataviados al modo de los pajes en la corte de los Austria y tocados de sombrero emplumado, los diez infantes, que al principio eran seis, realizan sus elementales saltitos, giros, filas y cruzamientos al ritmo de las castañuelas que ellos mismos tocan.
El bailaor sevillano Israel Galván (Sevilla, 1973), Premio Nacional de Danza, Premio Max, Officier dans L’Ordre des Arts et des Lettres de Francia y Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, se ha inspirado en ese antiguo rito para crear su último espectáculo, que, además de otras obras, lleva en una extensa gira que incluye teatros de Francia, desde donde nos atiende para esta entrevista, Suiza, Italia, Austria, Serbia, Portugal, Países Bajos, Alemania, Estados Unidos, Israel y Jerez de la Frontera, en cuyo festival estará con Seises el 8 de marzo.
Pregunta. ¿Cuándo los vio bailar en la Catedral de Sevilla? ¿Qué sensaciones tuvo?
Respuesta. Más que el baile, observé su manera de andar, intenté percibir los mínimos detalles, lo que ocurría antes de que salieran: cómo se movían, se ajustaban la ropa, cómo bebían agua. Me pareció que aquello era un germen del que yo podía recibir su energía. Busco la raíz de los Seises, que es una tradición también, al igual que el flamenco, y eso se respira, y cuando los veo es como encontrar una piedra antigua. Entonces se convierte en una revelación.
Retorno a lo más básico
P. El baile de los Seises es simple, coreográfica y gestualmente creo que tiene poco atractivo. ¿Qué ha visto en ellos para que le animen a hacer una obra?
R. Cuando llevas bailando desde pequeño, llega un momento que te cansas de la celeridad, del virtuosismo. Entonces, en las cosas simples, ves lo vivido. No quiere decir que no puedas bailar, sino que, aun teniendo una técnica muy desarrollada, decides simplificar. En un momento piensas: no quiero seguir bailando rápido, ni demostrar nada, ni utilizar los métodos de tal escuela. Simplemente que, con los años, valoras las cosas más básicas y su evolución, algo que antes no veías.
P. ¿Seises es un regreso de Israel Galván a la niñez?
R. Yo, desde chico, no quería bailar. Y ahora, de mayor, sigo con la misma tendencia. En esas cosas, no dejo de ser un niño al que no le gusta que le impongan nada, sino que quiere hacer lo que le dé la gana. Cuando bailo salto de la realidad a un mundo mágico. Vivo en una frontera en la que nunca me he preocupado de hacer cosas, digamos serias, impulsado por la obligación de pagar esto o aquello, de ganar dinero, de la hipoteca... No, he seguido siendo el niño que le da igual todo eso. Me han gustado los Seises porque en cierto modo, los niños mantienen una verdad.
“Cuando bailas desde pequeño, llega un momento en que te cansas de la celeridad, del virtuosismo”
P. Es un creador prolífico, que ha estrenado unas catorce obras. ¿Qué representa Seises, si tenemos en cuenta todo lo anterior?
R. No se sabe cuál es el destino de las obras que hago: algunas se van muriendo o se mueren del todo, y otras no. Pero Seises, que es un trabajo muy íntimo, muy de autor, no lo he hecho con la intención de que se perpetúe en el tiempo. No me importa que se represente aunque sea solo una vez.
P. ¿Seises es una obra enmarcada en un contexto geográfico determinado? ¿Está ubicada en algún lugar y ese lugar también forma parte de la obra?
R. Seises es la música de Scarlatti, que estuvo cuatro años en Sevilla, compuso el Fandango y vio bailar a los gitanos; es el sonido del clavicémbalo, la pintura de Velázquez y la presencia de las castañuelas –ignoro cómo se tocan–, que son seres vivos. De todas formas, Seises no sé todavía ni lo que es. Yo la ideo y la voy bailando, la voy moldeando luego poco a poco.
Los bares y la existencia
P. En una entrevista anterior para El Cultural, me dijo que bailar es una manera de existir. ¿Sigue pensando igual? ¿Cómo alimenta esa existencia, cómo y de dónde se nutre para continuar bailando, es decir, existiendo?
R. Considere que tengo un hermano gemelo, que es el que baila. Yo le estoy hablando ahora, pero el que baila es otro. Al que le habla le pasan cosas de la vida normal, tiene enfermedades o lo que sea. También es el que anima al otro a bailar y llevarlo a su mundo de magia. Bailar para mí no es diseñar la producción u ordenar los tiempos de ensayo. Para mí bailar es ir al bar y ver la gente moverse y existir. Esas son las energías que me nutren y hago mías para llevarlas luego al escenario.
"Los flamencos, para llegar, para emocionar, se tienen que romper: es un sacrificio"
P. En el escenario, Israel suda emitiendo sonidos que son como estertores, hace movimientos inverosímiles para un cuerpo, el esfuerzo es sobrehumano, parece que se vaciara. A veces, descalzo, pisa suelos imposibles. No hay complacencia, todo es extremo, radical. ¿Qué ocurre después de una actuación?
R. Todos los artistas del mundo son más o menos iguales, pero los flamencos, cuando te transmiten, es porque se dejan algo de su vida. Yo he trabajado con artistas de otras disciplinas, muy buenos, aunque lo que comunican es distinto, quizá más cerebral. Los flamencos, para llegar, para emocionar, se tienen que romper. Es un sacrificio. Tú, en ese momento, desde luego no quieres que el publico te asesine, pero para que sientan algo, tienes que entregarte en el escenario y sacar una fuerza que no se sabe de dónde viene. Eres consciente de que debes tener una buena técnica, depurada, todo correcto, tu mente y tu cuerpo en orden, pero en el flamenco, como no te mates, no transmites.
P. ¿Se trata también de una exploración de sí mismo, de una búsqueda?
R. Creo que lo que intento buscar es el aire, que no ves. La atmósfera, que aspiro cambiar en cada actuación porque me cambia a mí. Me aburro bailando lo mismo. La única forma que tengo de verme con un cuerpo nuevo es siendo otro y así habitar lugares en los que no he estado antes. Cuando hago Seises viajo a un planeta desconocido.