En 2007 arrasó en el prestigioso Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba, cuando se le otorgaron todos los primeros premios –el Carmen Amaya, el Antonio Gades, el Mario Maya y el Especial de Baile– en las distintas disciplinas. Después llegaron otros muchos galardones, como el Ojo Crítico, de Radio Nacional de España, el Premio de la Crítica del Festival de Jerez o el Max de las Artes Escénicas.
Ahora Marco Flores (Arcos de la Frontera, 1981) celebra sus 25 años en los escenarios, acaba de regresar de Taiwan y Japón, donde ha llevado con Olga Pericet el espectáculo Paso a dos, y anuncia actuaciones este sábado en el Teatro Guiniguada, de Las Palmas, el 22 y 24 de mayo en el ciclo Flamenco Real, del Teatro Real, el 25 de mayo en el Teatro Arniches, de Alicante, y el 30 de mayo en el Festival de Luxemburgo.
Claro que cuando se le plantea si en estos 25 años se han ido cumpliendo los objetivos que supuestamente se había fijado, su amplia sonrisa hace alusión a la ingenuidad como producto de tiempos pasados y a la convicción de haber aprendido que si los objetivos son artísticos es mejor olvidarlos.
“Busco emociones que van de la quietud máxima a la extenuación mediante cambios de ritmos, espaciales y corporales”. Marco Flores
“Desde luego, existen momentos en los que hay que parar para ver lo que ha ocurrido y valorarlo. El arte no presenta una línea ascendente, sino cambiante, y es necesario observar el camino que vas tomando porque tenemos una responsabilidad”.
En último caso, y para procurar una visión lo más aproximada posible de esos 25 años, aunque sea a grandes trazos, Marco Flores ha llegado a la conclusión de que se trata, señala, de una carrera de un bailaor y coreógrafo que ha seguido una intuición, y que ha sido fiel a ella, viviéndola con la máxima libertad y con los mínimos prejuicios posibles.
“Y, sobre todo, con mucho compromiso a lo que el acto creativo representa. Sin embargo, hay que dudar de las apariencias, a lo que puede manifestarse como sublime, pues aparecen situaciones que ignorabas, el miedo, la presión, el perderse, la sensación de no haber hecho nada. Están los dos colores, y circunstancias que te marcan”, explica.
Se inició en las compañías de Sara Baras, Rafaela Carrasco o Mercedes Ruiz para después dar un salto que revolucionó el mundo de la danza flamenca al firmar junto a Manuel Liñán, Olga Pericet y Daniel Doña espectáculos de los que ellos mismos eran directores y productores, como Dos en compañía, En sus 13, En clave, Chanta la mui o Complot. Un baile fresco, imaginativo, que abría nuevas posibilidades expresivas y que llevaron con éxito a numerosos teatros, fuera y dentro de nuestro país.
“No sé si todo eso queda ya lejos, pero la parte más mía, mi corporeidad, que es la cualidad dancística, aunque se haya desarrollado mucho, creo que permanece, porque al final es tu impulso, tu firma. Claro que aquella inocencia, quedó atrás para dar paso a la parte más racional, pero la esencia sigue siendo la misma”.
La personalidad artística de Marco Flores comenzaba a adquirir perfiles originales y reconocibles, se estaba acabando de moldear su talla artística, basada en una técnica perfecta y brillantísima, la desenvoltura en la improvisación y el gesto sorpresivo como consecuencia de una potente capacidad para la inventiva, aunque siempre con un dibujo sugestivo y elegante.
Es entonces cuando crea su propia compañía y estrena su primer espectáculo, De flamencas (2010), que pude ver en el Festival de Nimes, Francia, con el público del Teatro Bernadette Lafont puesto en pie en un aplauso interminable.
“Es un espectáculo que correspondía a un impulso muy natural, incluso primitivo, el bailar por bailar, y que la relación de los elementos, baile, guitarra y cante, fuesen los protagonistas. Con la particularidad de que los personajes, menos yo, eran mujeres, por una empatía especial que tengo hacia ellas en el universo flamenco”, reconoce Flores.
Pero después cambió el vuelo para sumergirse en ámbitos donde la danza tuviese otra dimensión. Comenzaban diferentes capítulos dentro de una trayectoria de búsqueda continua, con Tránsito (2012) o Laberíntica (2013). En Entrar al juego (2016) la finalidad no era la obra en sí, sino el aprendizaje o la experiencia que puede generar la sucesión de acontecimientos durante la elaboración de esa misma obra.
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Se rompían los cánones intergeneracionales “para crear una especie de juego perverso entre los intérpretes, sin que hubiera diferencia de edad, ni de estilo o procedencia. Creamos una atmósfera no habitada por el flamenco, que invitaba a entrar en un horizonte de irrealidad”.
Pero Marco Flores sigue imparable creando otros espectáculos como Fase alterna (2017), que utiliza los extremos a través del rompimiento con las emociones, una relación fría de los cuerpos, “que van desde la quietud máxima hasta la extenuación, con los cambios de ritmos musicales, espaciales y corporales. Una indagación por medio de registros y sonoridades distintas en el escenario”.
O Extrema (2018), Origen (2019), donde reinterpreta, con una óptica contemporánea, músicas de Scarlatti, Cabezón, Cabanilles y Soler, Sota, caballo y reina (2021), y Rayuela (2019), “una celebración que invita, a partir de la tierra, a buscar el cielo, pero donde hay zonas oscuras, densas y profundas, junto a otras luminosas. En esta pieza hay mucho de volver atrás para seguir adelante”, criterios que corresponden a las pautas que ha seguido Marco Flores en estos 25 años.