Ópera

Voluntad eterna

Doctor Faust en Sevilla

16 octubre, 2008 02:00

Doctor Faust resucita en Sevilla

Padre de un obra considerable, pese a un sentido autocrítico a veces devastador, Ferruccio Busoni (Empoli, 1866 - Berlín,1924) dejó a la posteridad, en sus 58 años de existencia, páginas en casi todos los géneros, muchas de ellas sorprendentes y, la mayor parte, de compleja ejecución: entre ellas, su descomunal Concierto para piano, coro y orquesta de 1904, la soberbia serie de las seis Sonatinas (1910-1920) para piano -¡nada fáciles, a pesar del suavizante título!-, las tan densas como técnicamente endiabladas transcripciones y paráfrasis sobre Bach (al que reverenciaba por encima de cualquier otro creador), y desde luego las óperas, entre las que se cuenta un Turandot redactado poco antes que el de Puccini (y que incide más en los mecanismos tragicómicos del original de Gozzi), una composición pre-expresionista como Die Brautwahl (1911) -mal traducible como La novia elegida- que Barenboim rescató en magistral producción berlinesa de los años 90, y, sobre todo, el gran empeño, Doctor Faust, en el que empezó a trabajar en 1916.

Autor él mismo del poliédrico libreto -con dos prólogos, un interludio, tres escenas y un epílogo con más de tres horas de duración-, Busoni sólo parcialmente recurrió a Goethe, e incluso a Marlowe, y volvió la mirada, con denodada investigación de fuentes, a los dramas medievales y hasta a los retablos "de cachiporra" -que habría dicho Lorca- en los que se empieza a hablar del erudito y nigromante doctor Johannes Faust. Su partitura pide a dos titánicos traductores de las fueras enfrentadas, el propio Fausto y Mefistófeles, cuya aparición se produce en la -para muchos- más genial y poderosa escena de la obra, la de la invocación de los espíritus demoníacos en sus diversas encarnaciones, toda una exhibición del poder creador del músico. Con una escritura musical que por momentos evoca a Mahler, en otros anticipa a Hindemith y hasta mira a los autores de la Segunda Escuela de Viena, y que inesperadamente se vuelve arcaizante y buceadora en la polifonía pretérita, Busoni construye un conglomerado incapaz de dejar impasible al auditor.

Si la resurrección de Busoni en el último cuarto de siglo tiene un demiurgo, su nombre es el del musicólogo y director de orquesta británico, afincado en Suiza, Anthony Beaumont, catalogador primero de una obra tan ingente como dispersa, compilador después de su fascinante y reveladora correspondencia, autor además del gran tractatus moderno sobre la figura y la obra y, por ende, responsable del final alternativo, basado en los manuscritos dejados a su muerte por el compositor, de este Doctor Faust, la página que el artista consideraba su máximo esfuerzo creativo y que no logró terminar. Eso nos lleva a uno de los temas de referencia de la ambiciosa obra, su conclusión: cuando Busoni fallece en Berlín en el verano de 1924, todavía trabaja en las escenas finales de la pieza. Y es otro singular personaje quien aparece en escena para completar la tarea truncada, el último alumno de Busoni, el germano Philipp Jarnach (Noisy, 1892 - Bürnsen, 1982), músico de origen español -vástago del escultor catalán del mismo nombre-, compositor también y de longeva existencia, que elabora a partir de lo dejado por su maestro un posible final parcialmente hablado. De tal forma, y gracias al esfuerzo de Jarnach, la obra se estrena en la ópera de Dresde el 21 de mayo de 1925 de la mano de Fritz Busch. Pasan los años, exactamente 50, y en 1974 el ya octogenario Jarnach recibe a un joven tratadista inglés, Beaumont, que, con su entusiasmo por la obra de Busoni, consigue que el arreglista y editor le deje los mismos manuscritos del de Empoli sobre los que había trabajado medio siglo antes: Beaumont estudia los materiales durante una década y termina llegando a soluciones distintas a las de Jarnach, aunque los elementos de base sean los mismos, y en 1984 presenta su versión del final de la obra, que se da a conocer en Bolonia al año siguiente y que recibe espaldarazo en la importante producción de 1986 de la English National Opera Londinense. Quien desee conocer las dos opciones de la conclusión de Doctor Faust, Jarnach y Beaumont, las puede escuchar en la -tan importante como imperfecta- grabación de Kent Nagano en la ópera Nacional de Lyon.

Aunque las diferencias entre una y otra versión son diversas y (para los estudiosos) dignas de examen pormenorizado, acaso la más sustancial se produzca en los minutos últimos de la pieza, que Jarnach, con un visceral sentido dramático, cierra con las irónicas palabras de Mefistófeles (en su disfraz último de sereno o vigilante nocturno) ante el cadáver de Fausto en una calle de Wittenberg, "¿Le habrá pasado algo malo a este hombre?", y que Beaumont, tras la sórdida pregunta, remata con el coro esbozado por Busoni: "Sangre de mi sangre, carne de mi carne, a ti entrego mi vida, yo, Fausto, ¡yo, Fausto, una voluntad eterna!".