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Image: Così fan tutte, entre copas en el Liceo
Così fan tutte, entre copas en el Liceo
Colorista y nocturno montaje de Damiano Michieletto. Foto: Michele Crosera
El coliseo barcelonés estrena en España una producción de la Fenice ideada por el fantasioso Damiano Michieletto, que sitúa la ópera mozartiana en un entorno discotequero. El analítico y respetuoso Josep Pons oficia en el foso.
De todas formas, el tema no era nuevo. En torno a los dos sucesos que se dan cita en el libreto -el de la apuesta y el de la falsa partida y el regreso con un disfraz para llevar a cabo un proceso de seducción- ya se habían escrito óperas con anterioridad, inspiradas en distintas fuentes literarias; de Ovidio o Boccacio a Shakespeare o Cervantes. Tradicionalmente, hasta tiempos recientes, se criticó mucho el libreto del abate Da Ponte. Se ponía en solfa sobre todo su inverosimilitud. Claro que, si ésta fuera una razón de peso, si se hubiera de atender en la ópera al naturalismo, pocas obras se salvarían. Las mismas Bodas o Don Giovanni, incluso La flauta mágica, deberían ser vetadas por tal razón. En Così es en todo caso importante el respeto a las reglas de la llamada Affektenlehre, que podemos traducir por algo así como organización científica de los sentimientos, que se desarrolla en el seno de una narración especialmente ambigua.
En el fondo esta ópera, y lo han señalado conspicuos autores, es obra de demostración, de tesis y, por tanto, puede decirse que determinista. Los personajes no tienen, evidentemente, la libertad que en las dos óperas dapontianas anteriores y viven en una acción que aparece trazada como un poema matemático. En principio es una historia sobre la inconsciencia femenina; pero una inconsciencia que nace del engaño al que son sometidas Fiordiligi y Dorabella, lo que encierra a priori un mensaje fuertemente machista y lo que da lugar a que Mozart realice una prospección por el alma y los sentimientos humanos y nos presente a los personajes prácticamente al descubierto. La verdad y la mentira se solapan, se confunden entonces.
No es nada fácil encontrar intérpretes vocales adecuados. En particular, el personaje de Fiordiligi ha de ser una voz extensa, de spinto coloratura podríamos decir; al menos una lírica ancha sólida, hábil en las páginas de bravura. En tiempos de Mozart sería una dramática de agilidad. En estas representaciones liceístas, con predominio de lo hispano, las dos protagonistas, en alternancia, son la alemana Juliane Banse y Maite Alberola, voces de cierta robustez, más segura de emisión la primera, más fresca de timbre la segunda. Dorabella se la reparten Maite Beaumont y Gemma Coma-Alabert, dos mezzos líricas de buenas hechuras. En la parte de Despina actúan la dúctil Sabina Puértolas y la musical Anna Tobella. Ferrando lo cantan el madrileño nacido en Puerto Rico Joel Prieto, de muy bello y carnoso instrumento de lírico-ligero, en proceso de maduración, y Davil Alegret, aéreo y ágil. Las voces graves son, como Guglielmo, el elegante Joan Martín-Royo y el camaleónico Borja Quiza, y, como Don Alfonso, el efectivo caricato Pietro Spagnoli y el buen mozartiano que es William Berger.
Josep Pons, analítico y respetuoso, tratará de otorgar la necesaria gracia al cálido y humanísimo discurso en la producción firmada por Damiano Michieletto, un artista fantasioso y eficaz, en ocasiones demasiado superficial y colorista en perjuicio de las vetas más poéticas. La acción se sitúa en la época moderna, en escenarios muy actuales en los que circulan las copas y en donde Ferrando y Guglielmo se disfrazan de marinos.