Image: La traviata de Coppola, entre el canon y la elegancia

Image: La traviata de Coppola, entre el canon y la elegancia

Ópera

La traviata de Coppola, entre el canon y la elegancia

3 febrero, 2017 01:00

Escena de La traviata de Sofia Coppola en la Ópera de Roma

La cineasta estadounidense estrena en el Palau de les Arts de Valencia su versión de la ópera verdiana este jueves (9). Su propuesta se aleja de la transgresión y la vanguardia para ubicarse en una estilización aristocrática emparentada con Visconti y Zeffirelli. Valentino firma el vestuario y Plácido Domingo encarna a Giorgio Germont. En el foso gobierna Ramón Tébar.

En mayo del año pasado tuvo lugar un acontecimiento operístico muy notorio en el Teatro de la Ópera de Roma: una Traviata auspiciada por los famosos modistos Valentino Garavani y Giancarlo Giammetti, que eran además los artífices del vestuario. Buscando la novedad, decidieron encargar la dirección escénica a la joven cineasta Sofia Coppola, hija del gran Francis Ford Coppola y autora de alguna que otra película de mérito, incluso rompedora, como su ópera prima Las vírgenes suicidas (1999) o la que supuso su definitiva consagración como directora, Lost in Translation (2003), nominada a varios oscar y finalmante ganadora al del mejor guión.

El proyecto, cuyo costé se cuantificó en 1.600.000 euros, va a tomar ahora cuerpo en el Palau de les Arts de Valencia con siete representaciones, la primera de las cuales se anuncia para el próximo día 9 de este mes. Será el momento de comprobar la entidad del espectáculo dirigido por la Coppola, elegida por el modisto "por la especial sensibilidad estética y musical" que demostró en su película Maria Antonieta de 2006, por el conseguido equilibrio "entre lo clásico y lo moderno". De esta manera, apostando a lo grande, intentaba convertir en algo cuantificable, real, su antigua y vehemente afición por la ópera verdiana.

Por su parte, Sofia Coppola confesó que la petición de ponerse al frente de la escena de esta ópera la sorprendió tanto como la halagó. "Nunca habría tenido el coraje de afrontar un proyecto de este calibre si no hubiera sido por la invitación de Valentino", manifestó. "Era un reto que me asustaba". Claro que en su familia había una tradición lírica: "Con mi padre iba siempre a la ópera y soy prima lejana de Riccardo Muti. Todos están muy orgullosos de que haya aceptado este desafío. He decidido meterme en los entresijos de Violetta para encontrar una clave contemporánea".

Una pretensión que, sin embargo, si nos atenemos a las críticas y comentarios publicados después de la primera representación romana de 24 de mayo del pasado año, no se ha visto cumplida, pues la opinión prácticamente unánime incide en lo tradicional de la propuesta, en lo anticuado de la visión, presentada, eso sí, en un magnífico y brillante envoltorio,

Valentino escogió a Coppola "por la sensibilidad estética y por el equilibrio entre lo clásico y lo moderno" que mostró en

en el que participó asimismo el escenógrafo Nathan Crowley, conocido por su intervención en la película Batman Begins (2005) de Christopher Nolan, y que acertó a plasmar de manera muy elegante los ricos salones del París del siglo XIX, con amplias vidrieras y una imponente escalera de mármol. Se aplaudió igualmente la espléndida galería de la casa de campo de Violetta, rebosante de magnolias y otras flores. Y se destacaron también, como era de esperar, los bellos figurines de Valentino. Todo en el cuadro de una puesta en escena efectivamente nada rompedora, incluso rutinaria, según The Guardian. Un crítico italiano, Girardi, apuntaba una aparente contradicción, la de que, en medio de esa realista y nada imaginativa producción, la regista aplicara a algunas escenas una óptica más propia de una visión simbolista, más intelectualizada. Algo que se advertía sobre todo en los encuentros Violetta-Alfredo.

No hay duda de que La traviata, una de las óperas más conocidas y vistas, más cantadas y representadas, más admiradas y grabadas y que tuvo un estreno infeliz, requiere un especial acercamiento, tan sutil como cordial. Refleja una sociedad burguesa no precisamente edificante en cuyo seno tiene lugar el íntimo drama de Violetta Valery -la Marie Duplessis de la obra de Alejandro Dumas (hijo)-, y lo hace con una mirada en cierta medida crítica, lo que ha sido aprovechado por algunos directores de escena, aun cuando para ello hayan tenido que prescindir en parte del boato y del lujo, trasladando la acción a otro tiempo o situándola en uno indefinido. Y hay modernas apuestas al respecto.

Recordemos, por ejemplo, la llevada a cabo en el Teatro Real, en 2005, por Pier Luigi Pizzi, que trasladaba la narración a la Francia de 1940, algo arriesgado considerando que ciertas costumbres y situaciones descritas en el libreto y en la música es difícil sacarlos de su contexto. Pero, pese a las evidentes incongruencias, la propuesta funcionaba bastante bien. Lo mismo que penetraba valientemente en algunas de las claves profundas del drama, arriesgándose a que éste perdiera toda verosimilitud, la versión ideada más o menos coetáneamente por Willy Decker, que hacía para Salzburgo una aproximación intelectualizada, minimalista, atemporal, desnuda, sometida al inclemente transcurso del tiempo. Este acercamiento verdaderamente original, psicológico, pudo ser justamente contemplado en el Palau de les Arts hace unas temporadas.

Ajustada al libreto

Nada más alejado por tanto de la producción que ahora se anuncia y que por lo que ya hemos comentado se acerca en mayor medida a visiones tradicionales históricas como las tan famosas de Visconti (La Scala, 1955) o Zeffirelli (una de ellas, muy recargada, fue vista en Sevilla hace años), en las que, con las lógicas diferencias, la tragedia se desarrolla en el terreno previsto por libretista y compositor, sin aportar innovaciones dignas de mención, aunque incidiendo en los comportamientos humanos, como se proponía también en la recreación, inteligente pero en buena parte fallida y, desde luego, novedosa y valiente, de Susana Gómez (2013) para El Escorial, San Sebastián y otras ciudades, en la que la acción se ubicaba en la España franquista.

El reparto previsto no deja de tener su interés. Aparte de Plácido Domingo, que tratará de dar carácter al carpetovetónico Giorgio Germont, papel escrito para un verdadero barítono, y centrémonos en los otros dos protagonistas. Violetta es la letona (1980) Marina Rebeka, de voz lírica clara, extensa, de gentil apostura, coloratura cumplidora y plausible arte de canto. Le falta algo de robustez en el centro y graves, y le sobran ciertas sonoridades nasales. No es absolutamente intachable su afinación pero es expresiva y se entrega a conciencia. Muy atractivo el timbre lírico del mexicano Arturo Chacón-Cruz (1977), ganador precisamente en 2005 del concurso Operalia de Domingo. Voz homogénea, extensa, con agudos bien puestos, seguros, pero tenor poco expresivo, monocorde, algo estentóreo.

Voces de la cantera

El miércoles 22 serán tres cantantes más jóvenes los que interpreten a estos personajes: Tina Gorina, Giuseppe Talamo y Luis Cansino (éste ya no tan joven). Las segundas partes corren a cargo de voces del Centro de Perfeccionamiento Plácido Domingo y de integrantes del Coro de la Generalitat. En el foso, junto a la estupenda Orquesta de la Comunidad, se sitúa el director valenciano Ramón Tebar (1978), que ya hace algunos años, tras una espléndida formación, se fue a hacer las Américas, y en ellas sigue, aunque vive en España y dirige cada vez más a las orquestas de nuestro país. En la actualidad está al frente de la Opera Naples de Florida y recientemente ha sido nombrado director principal invitado del Palau de les Arts. Posee una batuta clara, precisa, elástica, un gesto armonioso y comprensivo y un criterio musical lógico.