El Palau de les Arts de Valencia se viste de gala para recibir una nueva producción de Nabucco de Verdi, cuya primera representación está prevista para este lunes. Hay mucha expectación, ya que supone la vuelta a ese escenario de Plácido Domingo, ahora en la piel del monarca asirio, en un momento muy delicado de su carrera. El tenor madrileño, especialmente querido en la ciudad, en donde fundó el centro en el que se vienen formando jóvenes valores vocales, afronta una de las partes baritonales más comprometidas de Verdi, que demostró con ella y con los pentagramas que debe servir que era un apasionado lector del Antiguo Testamento.
El compositor elaboró la narración pseudohistórica con dedicación y entusiasmo, aunque no se pueda hablar, por supuesto, de una obra revolucionaria. Estamos ante un trabajo que sigue una tradición: la que se refiere al género trágico-sagrado y la propia de los formalismos (y formulismos) de la época, con sus arias, sus coros, sus concertati, sus conjuntos y sus cabalettas. Recordemos que la Biblia no es la única fuente literario-histórica de la obra. El libretista, Solera, recurrió también al drama francés Nabuchodonosor de August Anicet-Bourgeois y Francis Cornu, representado en 1836 en París y al ballet histórico Nabuccodonosor de Antonio Cortesi, presentado en La Scala en septiembre de ese mismo año.
Nabucco, obra que le sacó de una crisis, demuestra que Verdi fue un apasionado lector del Antiguo Testamento
Es oportuno recordar cómo el músico de Le Roncole llegó a abordar este asunto. Descorazonado vagaba sin rumbo por las calles y, de pronto, alguien lo detiene: es Merelli, empresario de La Scala, que le propone escribir una nueva ópera. Le ruega que examine el libreto. Verdi llega a su modesto hospedaje, se quita el abrigo, el cuadernillo cae al suelo y queda abierto por una página. Al débil resplandor de las llamas sus ojos se depositan en las bailonas letras; y lee, casi sin darse cuenta: Va’pensiero, sull’ale adorate; va, ti posa sui clivi, sui colli… De inmediato, en la mente del compositor se enciende una luz, y la melodía surge casi por arte de magia. En unos segundos sitúa la acción y establece el tempo: Largo, tutto sotto voce. Es un canto nostálgico, de añoranza de la patria, de la libertad.
La historia verídica no fue así exactamente, es menos literaria, pero concuerda en buena parte, al menos con lo que cuenta Verdi en el Racconto autobiografico a Giulio Ricordi en 1875 y que figura como apéndice en una edición de Vita aneddotica di Verdi de Arthur Pougin. El compositor amaba este tipo de materiales y se encontraría siempre a gusto manejándolos, como se pondría repetidamente de manifiesto después. En todo caso, Nabucco es una de las óperas más coherentes del autor en estos juveniles años de galera. Un aspecto que contribuye a promover la unidad es la presencia del coro, tanto en su traje asirio como en su vestimenta judía.
La producción que se ofrecerá en Les Arts, firmada por el estadounidense Thaddeus Strassberger y proveniente de las óperas de Washington, Minesota y Filadelfia, propone una especie de rememoración del estreno de 1842 mediante un hábil –aunque ya bastante visto– mecanismo de crear teatro dentro del teatro. Desde el foso, el dispuesto y bien adiestrado director de la tierra Jordi Bernárcer llevará el timón de los conjuntos del Palau y un equipo solista en el que brilla la voz, próxima a la de una auténtica soprano dramática d’agilità, de Anna Pirozzi. Habrá de vencer un aria de bigote como es la tremenda aria Anch’io dischiuso un giorno. Será difícil que a su lado pueda destacar Plácido Domingo en una parte que pide un barítono de verdad, con graves y centro musculados y reciedumbre dramática.
Riccardo Zanellato, bajo de no excesivo tonelaje, puede ser un aceptable Zaccaria y el tenor Arturo Chacón Cruz, de voz fácil y aérea, un digno Ismaele. Alisa Kolosova será Fenena, Dongho Kim, el Gran Sacerdote, Mark Serdiuk, Abdallo y Sofía Esparza, Anna.