No hay duda de que uno de los acontecimientos líricos de la temporada se centra en el estreno en España de la ópera Fin de partie de György Kurtág, que se llevará a escena en el valenciano Palau de les Arts a partir del día 29. Oportunidad de acercarse, a través de lo que es su única ópera, a la estética, modos y maneras, tan singulares, de este creador húngaro nacido en 1926, que, curiosamente, ha tenido casi siempre una trayectoria basada en la producción de obras breves, a veces agrupadas, envueltas en una suerte de ascetismo, de austeridad pararreligiosa. Formas aforísticas, elípticas: las suyas habituales. Pequeñas composiciones tratadas con la concisión de un Webern, el aliento popular, muy tamizado, de un Bartók, estructuradas con la limpieza de un Bach; pero dentro de una impronta personal e intransferible en la que se dan la mano acordes perfectos y medidas disonancias; sonidos rarificados de manera exquisita, timbres aquilatados y refinados. Puede decirse que en su poética, concisa y misteriosa obra encontramos reunidos la raíz lejanamente folclórica de su tierra y la metafísica síntesis de la escuela de Viena.
La fantasía creadora de este músico se pondrá de nuevo a prueba y se podrá enjuiciar ahora a través de un género que no había cultivado previamente, el operístico, en el que se embarcó hace relativamente poco, hacia 2010, cuando decidió poner música a la pieza teatral de Beckett Fin de partie (Fin de partida), que es quizá la obra más esencial del comediógrafo irlandés, capaz de aconsejar a sus actores: “Debemos arrancar tantas carcajadas como sea posible con esta cosa atroz”. Una situación escénica en la que Hamm, el amo, ciego, en silla de ruedas, da órdenes y más órdenes a Clov, el siervo, que no se puede sentar nunca. Les acompañan, metidos en un contenedor de basura, los padres de Hamm, que perdieron sus piernas en un accidente de bicicleta pero que siguen soñando con ser felices. “Nada tan divertido como la desgracia”.
Una obra insólita, como casi todo lo que escribió don Samuel y que recordamos haber visto, hará unos diez años, en el Teatro de La Abadía en un montaje de José Luis Gómez, que interpretaba además al paralítico protagonista. La ópera que nos ocupa ahora, terminada en 2017, subió a la escena de la Scala el 15 de noviembre de 2018 con un reparto idéntico al que va a participar en Valencia: Nagg y Nell, padres de Hamm: Leonardo Cortellazzi, tenor bufo, y Hilary Summers, mezzosoprano. Hamm: Frode Olsen, bajo-barítono. Y Clov, el siervo que no se puede sentar nunca: Leigh Melrose, barítono. En el foso estará, como en Milán, el acreditado Markus Stenz. La dirección de escena es de un notorio hombre de teatro, Pierre Audi, que en Valencia ha hecho cosas notables.
Desde que en 1957 vio la pieza de Beckett, Kurtág estuvo obsesionado con ella. Según confesión propia: “Me marcó para el resto de mi vida y me abrió nuevos caminos”. Se escucha música concisa, que resalta adecuadamente los fonemas —se canta en francés—; un lenguaje atomizado, variado, escueto, cuajado de efectos de la mejor ley que buscan una expresión, con frecuencia exasperada y obsesiva, que penetra como un estilete en la sensibilidad, a lo largo de un discurso ágil, cambiante, abundante en ostinati, en el que se sumerge un constante y muy expresivo recitativo dramático, puede que en determinados momentos algo pesante y repetitivo. El cierre es de una rara exquisitez, apenas un suspiro en un sigiloso temblor de los arcos...