Adriano y su amor homosexual suben a escena en el Teatro Real
El coliseo madrileño cierra su temporada con la ópera 'Hadrian' de Rufus Wainwright, una apuesta valiente con grandes luces y alguna sombra
"Cuando los dioses ya no existían y Cristo no había aparecido aún, hubo un momento único, desde Cicerón hasta Marco Aurelio, en que sólo estuvo el hombre". Siempre recuerdo estas palabras que en mi juventud creía de Marguerite Yourcenar y en la vejez sé que son de Flaubert; Memorias de Adriano fue donde las leí por primera vez y desde entonces se grabaron a fuego en la presencia de mi tiempo. Esta novela, biografía, misiva o estudio en profundidad de un hombre singular tuvo como objetivo cimero poner de relieve la homosexualidad, abiertamente vivida, de aquel que fue conocido por la construcción en Britania del muro que lleva su nombre y el histórico conflicto con Judea: el emperador Adriano.
En una Roma que aceptaba las relaciones homo-eróticas siempre y cuando se justificara una instrucción entre el hombre adulto y el joven esclavo, Adriano mostró sin reparos su elección: Antínoo. La historia dice que el emperador conoció a Antínoo en Grecia mientras recorría el Imperio. Vivieron su amor abiertamente durante los siguientes seis años; algo que se vio truncado por la muerte del joven ahogado en el Nilo en circunstancias que nunca se esclarecieron.
Con este tema, el Teatro Real de Madrid cierra su temporada subiendo a escena la ópera Hadrian de Rufus Wainwright en versión concierto semiescenificada. Una apuesta sin dudas valiente con grandes luces y alguna sombra.
Concebida en cuatro actos, comienza en la última noche de Adriano y a las puertas de una rebelión en Judea. El monoteísmo avanza y la nobleza romana teme por la caída definitiva del Imperio. En su delirio el emperador hace un trato: actuar contra Judea a cambio de revivir dos noches con Antínoo. Con este recurso, Wainwright nos da acceso al pasado, a los tiempos felices donde dos hombres, distintos pero iguales, se amaron.
La creación de Rufus Wainwright brilla en momentos cúspides con formatos novedosos donde se esfuma el clásico tenor que ama a soprano y barítono lo impide, por un vistoso barítono ama a tenor y soprano lo comprende. Con interpretaciones memorables de Thomas Hampson como Adriano, la cubana-americana Alexandra Urquiola dando vida a Plotina, el tenor italoargentino Santiago Ballerini en Antínoo y una espléndida Vanessa Goikoetxea como Sabina, las sombras de la puesta se desvanecen quedando en anécdotas.
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Por citar algunas: quizá demasiada informalidad impuesta que acaricia la falta de ensayo, quizá los instantes que recuerdan a un musical, quizá demasiadas fotos eróticas apuntando hacia una misma diana, quizá un par de sombras más que fueron genialmente iluminadas por un coro sublime y una trama urdida con hilo fino. Sin duda alguna, un gran acierto por parte del Teatro Real al programarla.
Flanqueado en la noche del estreno por Rufus Wainwright, en la fila delantera, y Pedro Almodóvar, justo detrás de mí, no pude dejar de pensar en un montaje completo donde estos dos genios dieran nueva vida a Adriano y su Antínoo. ¿Será esto posible?