El Teatro Real cerraba su temporada 2021-22 con Nabucco y ha arrancado su temporada 2022-23 apostando con otro gran Verdi, por los fuegos artificiales y la exuberancia egipcia de la Aida, frente a años pasados cuando una "semplice" Cenerentola o un atormentado y oscuro Don Carlo, que no lucieron con tanto nivel como esta Aida apabullante que nos ocupa.
Además celebra así su 25 aniversario de la apertura del teatro tras 80 años cerrado y dedicado a sala sinfónica. Aprovecha para la ocasión la recuperación de una de las grandes producciones del inicio de la era moderna del Teatro Real aquella Aida de Hugo de Ana de 1998 que hoy día muy pocos espectadores recuerdan y que felizmente se ha recuperado
Sin duda el título ayuda para generar interés y atraer público, veterano y nobel, más o menos joven. Esta ópera de Verdi, que para el compositor era "la peor ópera que he compuesto" tiene sin embargo una tracción irresistible para el aficionado más o menos ducho. Llena de grandes y famosas melodías, con muchas opciones para el lucimiento escénico y con una estructura clásica verdiana de cuatro grandes roles para soprano-tenor-barítono-mezzo.
El título está lleno de trampas, es un inmenso campo de minas. (...) Afortunadamente, la primera noche se salda con un enorme éxito
El título está sin embargo lleno de trampas, es un inmenso campo de minas en el que los intérpretes, los músicos y los responsables de la dirección escénica corren grandes riesgos de naufragar y por ende hacer que la función sea eterna -e insufrible- para el espectador. Si no se canta espléndidamente bien, si la orquesta y el coro no están a la altura, si la producción no tiene gancho, puede ser una ópera que se hace bola.
Afortunadamente el Teatro Real no ha cometido ninguno de estos errores y la primera noche se salda con un enorme éxito. Uno tiene claro que las dieciocho funciones restantes mantendrán o incluso superarán los goces del arranque.
['Aida', el autohomenaje del Teatro Real en el 25 aniversario de su reinauguración]
La producción, propia del Teatro que ha coproducido con el Abu Dhabi Festival, parte de una idea original de Hugo de Ana de 1998. No caben más pirámides, dioses, teselas, jeroglíficos, esclavos, etíopes y egipcios en tanga en escena. Además en todos los formatos: pirámides en cartón-piedra, en cromas, proyectadas, invertidas y de todos los tamaños, colores y densidades.
Vestuario de extraordinaria calidad y vistoso -uno contó hasta seis cambios de vestuario de Amneris, sin ir más lejos- grandes estilismos para el coro, menos ropaje para el cuerpo de baile, apenas un taparrabos, y grandes sotanas para Radamés. Vestuario y peluquería de gran barroquismo y vistosidad.
En esta Aida todo transporta a un Egipto más imaginado en Europa tras la campaña napoleónica de 1798 a 1801 que a un Egipto arqueológico. Hay un gusto por recuperar el tremendo impacto que a nivel artístico y cultural supuso aquel viaje del general francés que influyó sobremanera a comienzos del XIX.
Pero a pesar de la vistosidad, del lujo y del más-es-más de esta producción, hay elementos que denotan el paso del tiempo, especialmente el exceso de proyecciones y el uso y abuso del telón de tul, que llega a ser incómodo y molesto.
Algunas escenas son visualmente impecables: el arranque de la ópera o la elección de Radamés como general con una eterna y gigantesca pirámide y otras son ciertamente mejorables, especialmente los fallidos ballets diseñados por Leda Losjodiste. Es muy difícil salir vivo del reto de coreografiar los ballets de Aida, y me temo que no ha sido la ocasión propicia.
Hugo de Ana por su parte realiza un estupendo trabajo: excelentemente bien movido el coro, algo tan difícil, y muy bien trabajados los personajes. En definitiva supone un acierto la recuperación de parte del patrimonio escénico del Teatro Real cuando se trata de producciones que en su momento costaron "un Congo" y que siguen funcionando escénicamente para un público que en su mayoría desconoce este proyecto.
Cualquier función, viendo los cantantes programados, será una buena ocasión de disfrutar de voces muy adecuadas para sus roles
Musicalmente no cabe duda que hay una apuesta por asegurar el éxito con grandísimas voces. En el estreno se han escuchado cuatro inmensos cantantes pero están programados dos repartos más a cual mejor llenos de nombres ya consagrados, divas de la ópera y excelentes intérpretes. Cualquier función, viendo los cantantes programados, será una buena ocasión de disfrutar de voces muy adecuadas para sus roles.
En el caso de la primera función, cabe destacar el trabajo tan fulgurante de Piotr Beczala como Radamés, Krassimira Stoyanova como Aida, Jamie Barton como Amneris y Carlos Álvarez como Amonasro. Beczala llega a Madrid con el papel del general egipcio fresco y recién estrenado en el pasado festival de Salzburgo. Está en un momento de su carrera pletórico y con muchas ganas de triunfar con este rol. La voz es magnífica, preciosa y muy armónica, generosísimo en los agudos y con un gran temple, algo más débil en la mezza voce con la que se empeña en hacer algunos pasajes. Es una delicia oírle cantar.
Krassimira Stoyanova hasta donde uno recuerda no ha cantado nunca en el Teatro Real y esta Aida supone su presentación en este teatro. Se programó para cantar Desdémona en el Otello de Verdi de 2016 pero canceló y había ya ganas de escuchar a la búlgara con su peculiar fraseo -inexistente- pero con una potentísima y muy bien proyectada voz.
Llega tras una carrera muy exitosa, aunque escasa en grabaciones y con una irregular campaña de promoción. Es apabullante como cantante y bien conocida de grandes teatros especialmente por sus maravillosos roles Straussianos -una gran Mariscala, Ariadne o Danae- y volcada en roles verdianos complicadísimos como la Aida que canta estos días en Madrid, o la Leonora de Trovatore y la partitura de soprano del Requiem de Verdi.
Jamie Barton arrancó sorpresivamente muy fría y apenas audible. Las primeras notas generaron en uno cierto desasosiego, porque ya conocía había disfrutado de esta mezzo americana y no la escuchaba apenas. Pero a lo largo de la primera parte ha ido cogiendo vuelo y en la segunda, especialmente en el dúo con Radamés y en su aria solista, ¡vaya si se la ha oído! Apabullante y una vez más una inmensa cantante, escénicamente poco expresiva pero vocalmente extraordinaria.
Carlos Álvarez, irreconocible bajo tantas capas de ropa, peluca y maquillaje, ha resuelto un Amonastro maravillosamente bien cantado, con la garra y la seguridad que conocemos en el barítono malagueño y la potencia vocal ya recuperada. Probablemente su duo con Aida ha sido de lo más electrizante de la noche.
Flojo el rey de Deyan Vatchkov y estupendo Fabián Lara como mensajero, un minúsculo rol al comienzo de la ópera pero que ha contado con una impecable interpretación del tenor mexicano.
Nicola Luisotti, tan elegante y refinado en sus anteriores visitas al Real, me ha parecido en esta ocasión un tanto exaltado en la definición de algunos pasajes. Mucho mejor en la segunda parte, esa Aida tan íntima con esa encadenada secuencia de arias, duos, tercetos, duos y tercetos tan distinta de la pirotecnia musical de la primera parte, con tanta fanfarria y derroche en la que el maestro italiano ha tenido momentos en los que quizá hubiera tenido que sujetar la tentación de optar por el exceso de estruendo.
Magnifica la Orquesta y Coros del Teatro Real, tan impecables.