Desde su reinauguración en 1997 en el Teatro Real se han representado ya cientos de títulos pero nunca se había presentado en estas 28 temporadas Adriana Lecouvreur, un título que si bien no es estrictamente de repertorio si forma parte del corpus más amplio de la historia de la ópera.

Es de celebrar que finalmente esta Adriana que nos ocupa suba al escenario del coliseo madrileño por primera vez con estas funciones con las que arranca la temporada 24-25.

Para la ocasión el Real no ha escatimado recursos con tal de garantizarse un estreno de curso espectacular, que promete ser el arranque de una temporada con muchas noches de nivel.

Un reparto excepcional, una extraordinaria dirección artística y una dirección musical especialmente inspirada. Todo ayuda para que la experiencia de esta Adriana sea de esas que hacen afición.

La producción de David McVicar -prolífico director británico, que también firma la Maria Stuarda que veremos en diciembre- ha girado prácticamente por todos los grandes teatros desde que se estrenó en la Royal Opera House en 2010.

Desde entonces ha sido la opción más deseada por los principales coliseos (Met, Scala, Viena, París...) cuando programaron este título debido a la feliz ejecución de la idea: hacer dentro del teatro un teatro del Ancien Regime francés con todo el universo visual: la escena arranca en los camerinos improvisados en los hombros del recoleto teatro barroco con presencia del gran Moliere.

El mismo cuerpo escénico, girado, se convierte en el palacio de los Príncipes de Bouillon o finalmente en el destartalado apartamento de Adriana para la escena final.

Acompaña un lujoso vestuario y una inteligente dirección escénica que intenta resolver uno de los libretos más liosos de la historia de la ópera.

Uno, que ya se ha visto varias veces Adriana, es incapaz de entender el galimatías de las notas del primer acto y no sabe qué nota escribe quién a quién y en qué manos acaba.

Mauricio es un soldado de un ejercito que no se sabe muy bien cuál es y no se termina de resolver el trío que se plantea entre este militar, la princesa de Bouillon y la propia Adriana. Da igual: todo este ovillo sirve como base a una historia de amor y celos, de tríos mal resueltos y de desamor: todos aman a quien no les ama y todos acaban mal, especialmente Adriana.

Cilea (1866-1950), compositor de 5 óperas de la que ya solo escuchamos actualmente esta Adriana Lecouvreur (estrenada en 1902) y el Lamento de Federico, el aria de tenor de L'arlesiana, vivió a la sombra de los dos grandes compositores de la segunda parte del siglo XIX: Verdi y Wagner.

A ellos evoca esta partitura, acreedora de los esquemas musicales verdianos pero con líneas melódicas wagnerianas que no llegan a convertirse en leiv-motivs pero en los que puedes intuir la huella tan profunda que dejó Wagner.

Aun así, Adriana cuenta con algunas de las arias más interpretadas por los cantantes, especialmente las grandes voces femeninas: no hay soprano que se resista a cantar "Io sono l'umille ancella". Pero además esta partitura cuenta con preciosas -y muy conocidas melodías-, fogosos dúos de amor y dos electrizantes dúos entre Adriana Lecouvreur y la Princesa de Bouillon de una fuerza musical apabullante.

Para sacar adelante la obra el Teatro Real se pone en manos de un solidísimo reparto en general y cuatro interpretes de gran talento en particular. Triunfan especialmente las dos protagonistas femeninas: la escalofriante Adriana de Ermonela Jaho y la vengativa lectura de la Princesa de Bouillon por Elina Garanca.

Ambas construyen sus personajes desde una fortaleza vocal, unas líneas de canto y una solidez deslumbrante. Jaho recurre a su conocido estilo de canto, dramático, personalísimo y con una belleza en la emisión dolcísima.

Garanca es un torbellino de sentimientos apoyados en una fiereza vocal deslumbrante, construyendo un personaje oscuro pero atormentado que transmite con el dúctil color de su voz, que no deja de lado ni una de las completas notas altas que es capaz de llenar con poderío.

Nicola Adaimo, el gran Michonnet, clava el personaje en intención y canto arrebatado saliendo airoso de su cometido. Y Brian Jadge hace lo que mejor sabe hacer: cantar con gallardía, coraje, aprovechando los momentos más lucidos de su personaje con una amplia voz rotunda, fortaleza en los grandes agudos y cierto descuido en la dramatización de Mauricio.

Intentó rematar su labor con una mezzavoce justo al terminar la función pero no logró la nota y la vozacabó calando y deslució un poco ese remate. No obstante se agradece escuchar un tenor pleno, generoso, de voz grande y carnosa, con garra y potencia.

Luisotti de nuevo teje una red musical desde el foso profundamente inspirada, enfatizando las grandes escenas con su deslumbrante talento y cuidando las voces en los tramos más líricos. No ahorra potencia en los dúos de las dos protagonistas y guía con guante de seda las intervenciones solistas para mayor lucimiento de las voces.

Triunfa el Teatro Real con esta propuesta que demuestra que se puede construir una buena función con una producción clásica, que gusta -también el equipo escénico fue ovacionado en su salida en los aplausos- y funciona.

Todo fluye en esta Adriana que se ha programado como homenaje a José Carreras. Aunque en la noche del estreno hubo dos Mauricios: Brian Jadge en escena y el mejor tenor que ha interpretado este rol, sentado discretamente en el patio de butacas; Plácido Domingo.

Nadie, ni Carreras, ha brillado con la luz que deslumbró el tenor madrileño en este título.

Ficha técnica

Adriana Lecouvreur, de Francesco Cilea

Libreto, de Arturo Colautti.

Ermonela Jaho (Adriana Lecouvreur)

Brian Jagde (Maurizio)

Nicola Alaimo (Michonnet)

Elīna Garanča ( princesa de Bouillon)

Maurizio Muraro (Príncipe de Bouillon)

Mikeldi Atxalandabaso (Abate di Chazeuil)

Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real

Dirección musical: Nicola Luisotti

Dirección de escena: David McVicar

Reposición: Justin Way

Teatro Real, 23 de septiembre. Hasta el 11 de octubre.