'Theodora', de Händel: una ópera a lo 'Thelma & Louise' llega al Teatro Real
- Se estrena por primera vez en España este oratorio barroco de la mano de la polémica directora de escena Katie Mitchell, que ha ideado una apuesta feminista sin complejos.
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Las asimetrías de poder, la prostitución y el fanatismo religioso irrumpen este lunes en el Teatro Real con la esperada producción de Theodora, que ya se interpretó en la Royal Opera House en 2022. Aquí cuenta con las voces estelares de la mezzo Joyce DiDonato y la soprano Julia Bullock, que repiten en el reparto, así como con la del contratenor Iestin Davies. Ivor Bolton capitanea a la orquesta en este montaje que podrá verse hasta el 23 de noviembre.
Basado en la obra Love and Religion Demonstrated in the Martyrdom of Theodora and Didymus, de Robert Boyle, este oratorio en tres partes de Händel es, junto con El Mesías, el único que el compositor no basó en el Antiguo Testamento. La historia original sitúa en la Antioquia del siglo IV d. C. el martirio de la cristiana Teodora, enamorada de Dídimo, un oficial romano con quien comparte la fe por la que serán perseguidos.
La directora de escena Katie Mitchell traslada la acción a una realidad actual alternativa, en la que Theodora, una fanática religiosa, planea resistir a la ocupación romana destruyendo la embajada. "Seguimos viviendo en un mundo en el que la gente, por sus creencias religiosas, destruye y mata a otras personas. Y en esta versión, Teodora no es una cristiana pasiva: fabrica bombas para destruir a los romanos. Es una radical. Cómo se radicaliza la gente y por qué se vuelve violenta es la historia que queremos contar", explica la directora por videoconferencia a El Cultural.
Sus pólemicas "intervenciones en rojo" –así las denomina ella– sobre la trama –nunca sobre el libreto– han hecho que más de uno se rasgue las vestiduras cuando decide, por ejemplo, cargarse el 98 % de Hamlet para representar toda la acción desde la habitación de Ofelia, o escenificar un oratorio –una práctica que recuperó Peter Sellars con su Theodora en 1996 en el Festival de Glyndebourne, pero que ha sido habitual desde los orígenes del género–.
Pero son decisiones muy meditadas, que parten de una escucha pormenorizada de la partitura y de una misma pregunta: "¿Por qué hacer esta obra hoy?". De la respuesta depende cómo conectará el material original con nuestra realidad actual. "Necesitamos recordar la vigencia que tienen los personajes femeninos del pasado. Mi objetivo era reescribir a Theodora, rechazar la pasividad de la heroína cristiana moribunda y, en su lugar, explorar la construcción de un personaje casi desde cero que tenga plena vigencia, que quiera cambiar la sociedad y su estructura y demoler el patriarcado", explica Mitchell.
"Händel habría estado de acuerdo en esta deconstrucción feminista. Era un showman". Katie Mitchell
"Si alguien te dice que te vas a convertir en prostituta y luego, en la siguiente escena, apareces sentada en una celda de la cárcel, no es evidente el castigo. Mientras que si al minuto siguiente estás medio desnuda, haciendo pole dance y obligada a mantener relaciones sexuales, resulta mucho más concreto y claro. Se trata de contar historias y de articular la opresión", afirma.
"Si además es tu amante disfrazado de ti el que baila, mejor: tan repugnante es hacerlo como mirar. Tal vez así los hombres puedan llegar a imaginar lo que es ser cosificado y sexualizado como una mujer".
Pero lo más importante de la puesta en escena no es ese momento, es el final, donde toda la ópera se reescribe a lo Thelma & Louise. "Creo que Händel habría estado de acuerdo. Era un pragmático, un empresario, un showman. Se habría dado cuenta de que es la hora de la deconstrucción feminista y se habría puesto de nuestra parte. En un mundo post Me Too habría sido estratégico. Y eso me gusta. Además de que, como E. M. Forrester, creo que Händel vivió a través de sus personajes femeninos".
Mitchell no lucha por tener una carrera como directora de ópera. Eso explica la libertad con la que adapta las obras: "Cada vez pienso que no me dejarán volver. Pero tampoco estoy segura de querer hacerlo. Es muy problemático hacer deconstrucciones feministas de óperas canónicas en un entorno sexista". Y zanja: "Tenemos que replantearnos el canon. De las 35 óperas que hacemos habitualmente, la mayoría contiene material misógino, racista y desabrido. Si no cuestionamos ese material, lo estamos autorizando".
Para ella, Così fan tutte o Madama Butterfly son inviables, tóxicas para la sociedad contemporánea. "Estamos en un momento en el que la gente dice: 'Pero mira todas estas ramas y hojas musicales, son tan hermosas…'; y yo, aun atraída por la llama de la música como una polilla, contesto: 'Sí, pero ¿qué pasa con las raíces tóxicas que hay aquí debajo? Yo me encargo de esta parte, es fea, y tenemos que abordarla'".
El reto es que hay capas de problemas en torno a la ópera. "Está el canon que contiene esa toxicidad. Luego está la tradición de no asumir plena responsabilidad por el contenido, de escenificar las óperas sin abordar estos problemas, o incluso creando nuevos, como cuando en la versión de Guillermo Tell de la Royal Opera House se añadió una violación en grupo. Pero es que, además, muchas de las personas que trabajan en la ópera provienen de una clase y de una posición económica muy concretas, con sus propios prejuicios inconscientes. Es mucho lo que hay que abordar si quieres que las historias sean aceptables para un público contemporáneo".
Preguntada por el futuro del teatro, la directora no pierde la esperanza: "A medida que las cosas se ponen feas y nos desplazamos hacia la derecha y tenemos más problemas económicos, nuestras necesidades existenciales aumentan. La cultura nos ayuda a encuadrar, digerir y procesar emocionalmente la violencia extrema y la decadencia que nos rodea".
Al menos, para las nuevas generaciones: "He luchado mucho por la cultura. Ahí estoy para apoyar, al lado de una generación más joven, animando y dando muchas clases. No hay día en que no esté en contacto con un joven profesional del teatro de una forma u otra".
Crear desde una biblioteca feminista
Katie Mitchell (Hermitage, Reino Unido, 1964), que acaba de estrenar una versión de La casa de Bernarda Alba en Hamburgo, dirige siguiendo el método Stanislavski y prepara sus "intervenciones en rojo" flanqueada por un gato no binario y su biblioteca feminista: Deborah Levy, Rachel Cusk, Elena Ferrante... "Dejé de leer libros escritos por hombres hace una década. Ya había tenido suficiente".