Un momento de la puesta en escena de Moshe Leiser y Patrice Caurier de 'Madama Butterfly'. Foto: A. Bofill

Un momento de la puesta en escena de Moshe Leiser y Patrice Caurier de 'Madama Butterfly'. Foto: A. Bofill

Ópera

La venganza de 'Madama Butterfly' aterriza en Barcelona para celebrar el centenario Puccini

Publicada

Una vez más, tras las producciones del Teatro Real de Madrid y el Abanca de Vigo, accede a nuestros escenarios Madama Butterfly de Puccini. De nuevo podremos embebernos en el fluir melodioso e imparable de su famoso y extenso dúo del final del acto I. Pero también, en el acto II, con la no menos célebre página Un bel dí vedremo, la patética zarabanda Che tua madre, el delicado intermedio coral a bocca chiusa, el dúo de las flores, la despedida de Pinkerton en su Addio, fiorito asil.

Melodismo incrustado en una partitura a la que Puccini, siempre atento al devenir de la música de su tiempo, quiso otorgar una pátina de modernidad empleando incluso, tímida pero realmente, procedimientos vecinos a los que a no tardar mucho desarrollaría Schoenberg en sus dos Sinfonías de cámara –aplicados por este, evidentemente, de manera más sistemática y rigurosa– o Stravinski en su Petrouchka, y que se centran en ciertas audaces progresiones armónicas que adquieren o pueden adquirir valor de motivo conductor.

Los estudiosos plantean un parentesco con Pelléas en un instante especialmente mágico: cuando Cio-Cio-San comprende que todo ha terminado y que, tras entregar a su hijo a Kate Pinkerton, sólo le resta morir. Esa resolución del andante sostenuto y la correspondiente preparación del subsiguiente larghisimo sostenuto, esa suspensión de negras de las maderas con sordina sobre un fondo de pizzicati de los bajos mientras la voz circula en línea recta en los graves, es además un momento expresivo del más alto nivel. Un ejemplo de los múltiples y exquisitos rasgos de inspiración de la partitura.

El Liceu se ha pertrechado bien, no hay duda, para estas nuevas representaciones, hasta quince, que tendrán lugar entre el 8 y el 28 de diciembre, y que se desarrollan de acuerdo con la ya conocida puesta en escena de Moshe Leiser y Patrice Caurier, financiada originalmente por la Royal Opera House de Londres y el Gran Teatre del Liceu en 2003.

Como se sabe este dúo francobelga propone una ambientación totalmente historicista, que transporta la historia al momento justo en el que sucede, a finales del siglo XIX. Se combina en ella la estética japonesa tradicional con un cuidado realismo en la representación de los valores éticos del Japón medieval.

Bajo el mando del maestro Paolo Bortolameolli actuará un reparto cuajado de nombres famosos: Yoncheva, Sartori, Albelo...

Bajo el mando del maestro Paolo Bortolameolli actuará un reparto cuajado de nombres famosos. Los primeros los de las tres importantes sopranos: Sonya Yoncheva, de timbre áureo y suave emisión; Saioa Hernández, de colorido más agreste y mayor robustez; Ailyn Pérez, de armónicos bien cuajados y tersas medias voces.

Otros tres tenores apechugan con el antipático teniente Pinkerton: Matthew Polenzani, hace poco escuchado en Madrid en el mismo cometido, un lírico de agudo fácil y vibrato cierto; Fabio Sartori, ya madurito (54), algo más lleno y sombreado; y Celso Albelo, ya bien asentado y firme en este tipo de partes. El resto del reparto presenta indudables garantías: Annalisa Stroppa, Teresa Iervolino y Gemma Coma Alabert como Suzuki; Lucas Meachem, Thomas Mayer y el español Gerardo Bullón con Sharpless. Juan Noval-Moro y Pablo García-López como Goro..