Teatro

Hai

Portulanos

18 octubre, 2007 02:00

Si a nuestra generación le gustan tanto El Padrino y Los Soprano es porque nos dimos cuenta desde muy temprano de que en ellas se explica de verdad y sin tonterías cómo funciona el mundo. La democracia es un camelo, los parlamentos una pantomima: la realidad se hace a base de favores, chequeras, amenazas, y ofertas que no se pueden rechazar. En vez de la dichosa asignatura de Educación para la ciudadanía se debería imponer a los chavales otra llamada Historia y procedimientos de la Mafia, I y II. Seguro que no sabrían lo que es un matrimonio gay, pero, aparte de eso, saldrían a la calle preparadísimos para enfrentarse con la vida. No es raro que el artículo publicado recientemente en estas páginas sobre las "famiglias" del teatro español, que parecía una versión moderna del informe Kefauver, haya suscitado tanto morbo: los lectores quieren saber más.

Sabido es que para nosotros, los mafiosos, es sagrada la Omertá, la Ley del Silencio, así que no puedo decir demasiado no sea que un día aparezca mi cadáver comido por los patos del Manzanares (aquí no tenemos pirañas y hay que arreglárselas como mejor se pueda). Sí puedo contar que en la mafia del Clásico preferimos la estética yakuza, porque es más fina, más elegante, y está menos vista que el estilo siciliano, un poco demodé. A Eduardo Vasco no le llamamos Padrino, sino Oyabun; Yolanda Pallín y un servidor llevamos el cuerpo lleno de tatuajes, como Takakura Ken, si bien ambos conservamos nuestros meñiques en su sitio. Cuando alguien se mete con Calderón le arreamos con la katana o le metemos un shuriken en el ojo. Aparte de eso, entre verso y verso se nos permite jugar al pachinko y dar unos traguitos de sake, así que no es una vida tan mala. Los de la mafia rusa (Stanislavski y ese tipo de gente) lo llevan mucho peor, porque son muy intensos, como se sabe, y sufren mucho. Aunque todavía sufren más los de la mafia brechtiana: la cosa social ya no se lleva.