Image: Las infinitas guerras de Bieito

Image: Las infinitas guerras de Bieito

Teatro

Las infinitas guerras de Bieito

Adapta Los persas, de Esquilo, con Natalia Dicenta de protagonista

15 noviembre, 2007 01:00

Natalia Dicenta en un momento de Los persas

Calixto Bieito es uno de los más controvertidos directores de escena: cuenta con seguidores apasionados, pero también con airados detractores. Tras su paso por San Sebastián de los Reyes (Madrid) con Tirant lo Blanc, aterriza hoy en el Teatro Bellas Artes con Los persas. Otra traslación de un clásico que, seguro, suscitará polémica.

A Calixto Bieito se le puede discutir, se le puede incluso vilipendiar; pero en ningún caso, ningunear y mucho menos ignorar. A su instinto teatral, innegable, une un instinto publicitario y provocador tan certero que es un auténtico don. Calixto Bieito destroza a los clásicos, entra en Brecht como un caballo en un cacharrería y hace que se diluya, en parte, el aliento corrosivo e histórico del alemán; se inventa un mundo de estruendos, tecnología y gesticulación que aturde. Esto, confrontado con el espacio vacío de Peter Brook, por poner un ejemplo extremoso, es un contradiós irritante. De pronto, se serena y en el caos aparecen islas de apacible belleza, iluminaciones llenas de fuerza plástica. La dirección de Bieito actúa como un cáncer: por metástasis; tanto para la belleza como para el horror caótico. Puede ser letal o puede cautivar. Sea lo que sea, la naturaleza óptica de buena parte de su teatro es innegable. Luego, están los actores. O tiene la suerte de contar siempre con los mejores o posee una habilidad especial para exprimirlos. Me inclino por lo último.

Triturar los clásicos. Bieito es el rayo que no cesa y ni sus fieles ni sus detractores ganan para sobresaltos. Los clásicos y los menos clásicos se revuelven en sus tumbas cuando Calixto y sus huestes se acercan a ellos con ánimo de actualizarlos; porque no se trata de reconvertir el lenguaje literario en lenguaje dramático, cosa no sólo entendible, sino necesaria y exigible; se trata de triturarlos, en aras de una modernidad inaplicable. Es irreverente, audaz y posee una capacidad ilimitada de provocación; lo cual no es necesariamente vituperable. A lo que Calixto Bieito ni nadie tiene derecho es a falsificar un texto, por mucha parafernalia escénica y por mucha genialidad usurpadora que le echen. Los clásicos y los menos clásicos son lo que son: la moral de una época a menudo conservadora y retardataria. Si no interesan al mundo de hoy, lo mejor es dejarlos. O utilizar su arquitectura teatral, su poética y el vigor de algunos de sus personajes. Mi capacidad de irritación suele ser templada y comedida. Pero recordaré siempre la "santa cólera" que me produjo ver el Clarín calixtino de La vida es sueño, vestido de torero bufo y recitando "La canción del pirata", de Espronceda, "con diez cañones por banda, viento en popa a toda vela..."

Calixto Bieito tiene en Madrid una plaza favorable y viene por partida doble. El año pasado llegó con Plataforma, de Houellebec, un pensamiento reaccionario al abrigo calentito de lo "políticamente incorrecto". A las pocas semanas aterrizó en la capital de las Españas con Peer Gynt, héroe de Ibsen que acababa cantando el himno del Barsa club de fútbol. Aún están recientes los combates de Tirant lo Blanc -quizá lo mejor de los últimos tiempos calixtinianos- y Bieito vuelve a Madrid con Los Persas, basada en la tragedia de Esquilo. La cuestión es la guerra, claro, que Bieito traslada a la candente actualidad de Irak. La cosa promete, a despecho de lo que pueda quedar del texto de Esquilo. La guerra da para mucho, depende de cómo se utilice; están las guerras defensivas y las de conquista, por ejemplo; las guerras imperialistas y la respuesta nacional de la guerrilla, las guerras emancipatorias y las guerras expansivas.

La doctrina de la Iglesia, sabia y seráfica, igual que justifica el magnicidio de un tirano defiende la guerra justa que, viniendo de ella, ignoramos qué cosa sea de verdad: a lo mejor las cruzadas o la evangelización de los infieles por la sangre. Justas o no, las guerras nunca son inocentes; eso es seguro. Calixto Bieito se mueve siempre en el filo de la navaja y esta es una ocasión inmejorable para calibrar su verdadera dimensión, tanto ética como estética: la guerra; la de los griegos y los persas, la de Irak o la de Palestina. Veremos.