Violencia
Por Ignacio García May
7 febrero, 2008 01:00Se ha convertido en tópico acusar al teatro del Siglo de Oro de machista. Más aún, hay quien considera que los dramas de honor son una lamentable defensa de la violencia doméstica. La lectura desprejuiciada de aquellos textos lo desmiente: primero, en las comedias es casi siempre la mujer la que, con su inteligencia, da al hombre una lección, bajándole los humos a los amantes celosos y a los padres retrógrados. Segundo, y más importante: cuando en una tragedia muere una mujer asesinada por su marido jamás se plantea la solución como modélica, sino más bien como un hecho espantoso al que no debiera haberse llegado y que responde a imposiciones morales que no sólo no están tan asumidas como creemos sino que se discuten muy seriamente. En Del Rey abajo, ninguno, el protagonista casi enloquece en su intento por librarse de la siniestra obligación, consciente de la inocencia de su esposa y de la injusticia de hacerle pagar lo que es un agravio del supuesto rey. En El pintor de su deshonra, un hombre cuya mujer ha sido secuestrada por un antiguo prometido al que ella ha rechazado sistemáticamente, califica de "injusta ley traidora" a aquélla que consiste en que sea "la afrenta de quien la llora y no de quien la comete". Sor Juana Inés de la Cruz denuncia, en un conocido poema, que "la que más se recata, si no os admite es ingrata, y si os admite es liviana". Líbreme Dios de defender aquella forma de vida, pero creo que el origen de esos crímenes que hoy nos rompen el corazón cada vez que vemos un telediario es otro: la obsesión por tener, que es de nuestro tiempo y no del barroco, y que se nos inculca desde las mismas instancias que luego lloran ante sus consecuencias. Cuando la vida consiste únicamente en acumular, se acaba convirtiendo a las personas en posesiones, en cosas a las que se trata como tales y que por tanto pueden ser cambiadas o rotas. Jamás fueron los desventurados personajes del Siglo de Oro tan miserables.