Teatro

Scofield

por Ignacio García May

10 abril, 2008 02:00

Portulanos

La Biblia asegura que en la antigöedad el mundo estaba poblado por gigantes y yo lo creo, porque he visto actuar a Paul Scofield. "De los diez momentos más grandes del teatro británico, ocho son de Scofield": las publicaciones anglosajonas han repetido estos días el célebre elogio de Richard Burton a su colega, el siempre emocionante testimonio de admiración de un gran actor por otro. Scofield fue la anti-estrella; un intérprete sublime que declinó ese tipo de fama y honores que tanto seducen a muchos de sus compañeros, incluyendo el prestigioso título de caballero con el que la reina Isabel quiso, sin éxito, galardonarle. No es raro que en su muerte haya sido tan discreto como en vida. "Al darnos la mano", recuerda Peter Brook, que le dirigió en algunos de sus mejores papeles, "contemplé una cara que, inexplicablemente en un hombre joven, tenía surcos y manchas como una roca vieja, e instantáneamente me di cuenta de que tras aquella apariencia sin edad yacía escondido algo muy hondo". El rostro de Scofield era, en efecto, una de sus peculiaridades, como un puñado de tierra prensada a puñetazos. La otra, claro, era su voz, comparada a menudo con el ronroneo de un motor en marcha, con las teclas graves de un órgano, o incluso con un papel de lija sobre una superficie de madera. Es difícil describir a un actor a quien no lo ha visto nunca, pero el crítico Harold Hobson casi lo consigue cuando escribió "hay algo sobrenatural en su forma de actuar: como si viera fantasmas a medianoche". Para explicar quién era Scofield quizá baste con recordar que, cuando volvió al National Theatre en 1996 para hacer una breve temporada como John Gabriel Borkman, las entradas se agotaron de un día para otro: nadie quería perderse a una leyenda. Las necrológicas se han puesto de acuerdo en recordarle por Un hombre para la eternidad, pero de sus muchas interpretaciones yo guardo especial cariño por aquel enigmático espía ruso que hizo en la película Scorpio: un hombre secreto y fascinante, como él mismo.