Image: Hacia un nuevo modelo de Festival

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Teatro

Hacia un nuevo modelo de Festival

¿Conviene cambiarlo tras 25 años?

9 octubre, 2008 02:00

Ariel Goldenberg

El Festival de Otoño celebra sus 25 años con figuras que han dejado huella

El Festival de Otoño que dirige Ariel Goldenberg cumple este año sus bodas de plata, veinticinco años que dan pie a reflexionar sobre su contribución a la escena madrileña y sobre un modelo que muchas voces del sector consideran hoy agotado. Una de ellas, la de los productores privados, que piden celebrarlo en la primavera.

Organizado por la Comunidad de Madrid, por el Festival han pasado nueve directores: Pilar Izaguirre, González-Sinde, Isabel González, Agustín Tena, Tomás Marco, Ignacio Amestoy, Alicia Moreno, Mora Apreda y el actual Ariel Goldenberg, responsable de las últimas ocho ediciones. Todos ellos han manifestado siempre la misma pretensión: abrir durante un mes una ventana en Madrid al teatro internacional que estimule a los creadores locales. Y, sobre todo, interesar al público.

Fue Yzaguirre quien más gloria logró en su empeño; ella botó el "barco" en 1984 y estuvo hasta 1988; jugó en su favor que fueron años de apertura de España a Europa, de gran interés por lo foráneo. Se la recordará por traer el mítico Mahabarata de Peter Brook, quien ya no se ha marchado del Festival, y como ella misma recuerda, por las largas colas para ver espectáculos en idiomas que casi nadie comprendía y cuando no había subtítulos.

Como es natural, los intereses y gustos de sus directores han marcado el acento de cada edición. Con Isabel González ganó mayor presencia la danza y Amestoy (1996-1997) hizo uno predominantemente musical, en el que reforzó la presencia de la dramaturgia española. Moreno y Goldenberg han mantenido la fórmula de acudir al mercado internacional, principalmente europeo, para "comprar" aquellos espectáculos más destacados.

Tras un espectacular descenso de espectadores que el Festival de Otoño sufrió en la década de los noventa, ha encarado el nuevo milenio con una lenta recuperación. En el año 2006 apenas alcanzó los 41.853 espectadores. En la siguiente edición, en la que coincidieron grandes figuras de la escena europea (Pina Bausch, Brook, Fomenko, Lupa...) creció el número de espectadores hasta 73.557, lo que situó el índice de ocupación en el 70 por ciento.

Cambiar el calendario
Casi todos los sectores del mundo del teatro han comulgado con el Festival de Otoño. Sin embargo, en los últimos años se escuchan voces que cuestionan su rentabilidad cultural y social. Hay una vieja reivindicación de los productores y propietarios de teatros madrieños que repica en cada edición: quieren que el Festival modifique su calendario porque acapara toda la atención mediática justo en un momento en el que ellos comienzan la temporada. Muy combativo se ha mostrado Alejandro Colubi, propietario de los teatros Marquina y Príncipe-Gran Vía y presidente de la Asociación de Empresarios de Locales, quien ha propuesto trasladado al mes de mayo.

El productor Jose Manuel Garrido es director del Teatro de Madrid (de propiedad municipal pero que él gestiona a través de su empresa Artibus), uno de los espacios que participan en el Festival de Otoño. Señala que "el Festival es muy importante para la ciudad de Madrid, es una ventana de comunicación con el mundo, y hay que tener cuidado si se quieren introducir cambios. Otro asunto es la reivindicación de los productores que parece tener sentido y que sería la de descongestionar el inicio de la temporada. Yo cambié el Festival de las Autonomías que organizo porque coincidía con el de Otoño y el de Madrid-Sur y lo trasladé al mes de febrero". Añade el productor que un Festival en el mes de mayo permitiría establecer coproducciones con otros festivales que se celebran en la misma época.

Garrido es también prudente a la hora de pronunciarse sobre si la fórmula del Festival está agotada: "Muy probablemente", afirma, "pero hay que decirlo sin crítica, con humildad. Este Festival nació en los 80, cuando este país se abrió al mundo y ahora vivimos en otro contexto, creo que toca reinventarlo". ¿Cómo? "Hay que implicar al tejido teatral madrileño, yo creo que en Madrid hay capacidad para desarrollar un discurso con personalidad propia. Porque no puede haber un divorcio entre el Festival y la realidad del teatro madrileño".

Esa es justamente la crítica más habitual que se hace desde otros sectores. El presidente de la Asociación de Autores de Teatro, Jesús Campos, critica que "el Festival de Otoño viene ignorando, año tras año, a los creadores españoles. Cierto que es un festival internacional, pero es que España también está en el mundo, o debería estarlo, y operaciones de este tipo, que nos permiten conocer los montajes más significativos que se producen en otros países deberían servir igualmente para dar a conocer la experimentación escénica española; por más que esto disminuya el negocio de los intermediarios más interesados en la compra-venta de espectáculos ajenos". Campos añade que el Festival atrae importantes recursos públicos (a la organización de esta edición se han destinado tres millones de euros), de forma que "se invierte en espectáculos cuya eficacia ya ha sido probada, mientras que si eres un creador madrileño no tienes ni acceso a locales de ensayo".

Más teatros implicados
Para ilustrar la idea de vinculación del Festival al teatro local, algunos entrevistados aluden al Festival Grec de Barcelona. Este se realiza en el mes de julio, por lo que no supone competencia para la cartelera teatral, y en él conviven artistas y compañías catalanes con los internacionales. Además, como explica Julia Gómez Cora, directora de la gran empresa de producción de musicales, Stage Entertainment, "los teatros privados también colaboran con el Grec de múltiples formas: ya sea ofreciéndose como espacio escénico o con alguna producción que el Festival integra porque le interesa. Aunque el Festival solo garantice la publicidad, ya merece la pena".

Los artistas se repiten
El Grec también produce o coproduce espectáculos. Es lo que echa en falta Juan Antonio Hormigón, secretario general de la Asociación de Directores de Escena: "Es innegable que el Festival de Otoño es positivo, pero se ha convertido en una acumulación de espectáculos y, a veces, da la impresión de que siempre son los mismos artistas los que participan. Creo también que habría que adecuar el coste de los espectáculos a su rentabilidad social, porque quizá resulta más barato ir a verlos a su lugar de producción. Ha sido más una muestra de obras que un Festival comprometido con un discurso teatral".

El actual director, Ariel Goldenberg, lleva nueve años al frente de la Muestra (fue nombrado por el anterior equipo de Gobierno). Goldenberg, afincado en París (en la actualidad colabora con el Ministerio de Cultura francés) conoce bien el teatro internacional, sus festivales y sus circuitos. Esquiva el asunto de si hay que reinventarlo -"no depende de mí cambiar el modelo", dice), pero sí cree que es hora de "recuperar la curiosidad de los públicos porque han cambiado los hábitos de consumo".

Según Goldenberg, la razón de que el Festival no haya entrado en el terreno de las coproducciones es administrativa: "El Festival no tiene personalidad jurídica, dependemos de la Comunidad por lo que desde el punto de vista estrictamente legal no podemos avanzar dinero a las compañías para coproducciones. Hay una forma encubierta que se utiliza, la de comprometerse con una compañía para contratarle una serie de funciones. De esta forma, son las compañías las que se endeudan. Pero mientras no seamos una entidad autónoma, no podremos entrar en ese terreno".

Polémico Sweeney Gas

Mario Gas, director del teatro Español, presenta en el Festival de Otoño un musical que ya estrenó en 1995: Sweeney Todd, original de Sondheim, y por el que Julia Gómez Cora (directora de la mayor empresa de musicales en España) le acusó de "competencia desleal" al subir los cachés de los actores para "quitárselos". El teatro municipal ha invertido en él 450.000 euros, más cien mil que ha aportado la Comunidad. Gas ha repescado los decorados de la antigua producción que estrenó en el Poliorama de Barcelona y que le ha "cedido" generosamente el gobierno catalán. Fue aquélla una producción del extinguido Centro Dramático de la Generalitat, protagonizada por Vicky Peña y Joan Crosas, igual que ahora. Se presentó en 1998 en el Albéniz de Madrid y, aunque fue elogiada por la crítica, resultó un desastre económico (el fallecido Luis Ramírez, impulsor del musical en la capital, fue su distribuidor).

Qui prodest?

por Ignacio García May

¿Necesitamos el Festival de Otoño? El hecho de que cada vez haya más gente cuestionándoselo es significativo. Formulemos la pregunta de otra manera: ¿hubo algún momento en que fuera imprescindible? La respuesta es, sin discusión, positiva: a mediados de los ochenta, el festival hizo con el teatro madrileño lo que Hércules con los establos de Augías: reconducir la formidable corriente del mejor teatro contemporáneo internacional para limpiar la escoria acumulada durante muchos años de retraso cultural. Sin embargo, desde hace algún tiempo crece la sensación de que el fulgor original ha sido suplantado por la purpurina. Aunque los papanatas de la cultura pretendan que fuera se ata a los perros con longaniza, las nuevas generaciones carecen del complejo de inferioridad que tanto marcó el posfranquismo en todos sus ámbitos y que tanto daño hizo, específicamente, en el mundo teatral. Digámoslo así: el teatro español es hoy tan bueno o tan malo como el que se hace en cualquier otro sitio. Seguimos aprendiendo de todo cuanto resulte interesante, pero la genuflexión, como código, no es aceptable, y, de algún modo, eso es lo que sigue exigiendo de nosotros la aparatosa programación del Festival.

Por otro lado, está la cuestión económica: el teatro privado de Madrid solicita desde hace años que el Festival sea cambiado de ubicación temporal. Coincide con el inicio de la temporada, convirtiéndose en una desleal competencia. Si se llevara a otro periodo, por ejemplo, al final de la primavera, el beneficio sería mayor para todos, pues se respetarían los intereses de los profesionales madrileños, manteniendo el provecho social, cultural y económico. Sin embargo, la Comunidad de Madrid se niega a negociar la cuestión. ¿Por qué se elige un modelo de programación que daña claramente a parte de la sociedad cuando existe otro que beneficia a todos? Como además los grandes espectáculos que suelen integrar este tipo de evento forman parte de un circuito internacional controlado por intermediarios a los que afectan más unas fechas que otras, resulta que nos encontramos con que el dinero público se emplea para atentar contra la vida profesional y los intereses de los ciudadanos, favoreciendo, en cambio, a un puñado de mediadores.