Image: Imperium

Image: Imperium

Teatro

Imperium

¿Son los festivales un signo de decadencia?

12 junio, 2009 02:00

EonnagataEn sus momentos de mayor chifladura, o quizá de máxima lucidez, Philip K. Dick solía decir que el imperio romano nunca había llegado a desaparecer. Según él, continuaba alrededor nuestro pero la mayoría de la gente era incapaz de darse cuenta de ello. únicamente aquellos que lo entendieran podrían alcanzar también la sabiduría de los cristianos en sus catacumbas. Yo me fío de Dick porque en sus obras ha demostrado comprender la paranoia del siglo XX mejor que la mayoría de sus colegas de superior prestigio intelectual. Y por eso creo que, si aún estuviera vivo, disfrutaría comprobando cómo por fin se está cumpliendo, implacablemente, la caída que Gibbon describió pensando que registraba la historia cuando, en realidad, y si aceptamos la perspectiva de Dick, estaba haciendo predicciones. Que estamos en plena Decadencia y Caída puede testimoniarse de muchas formas, pero yo elegiré aquí una vinculada estrictamente a nuestro oficio: los festivales.

En la antigua Grecia, y en la Roma de los primeros tiempos, los festivales eran celebraciones excepcionales profundamente ligadas al cultivo de la identidad básica de aquellos pueblos; no en vano el término cultura está relacionado con la acción de cultivar. Pero llegado el siglo IV, es decir, cuando los imperios romanos de Oriente y Occidente se separaron definitivamente, había en Roma hasta ¡ciento setenta y siete! días de fiesta al año sin más justificación que las puras ganas de juerga. Es, más o menos, el número de festivales que puede uno encontrarse en la geografía española llegadas estas fechas: Almagro, Olite, Grec, Alcalá, Mérida, Cáceres, Ciudad Rodrigo, et caetera, que diría Suetonio. Uno ya no sabe muy bien cómo tomárselos: oficialmente son Eventos Culturales, con lo que estas Divinas Palabras tienen hoy de sagrado, y, por otra parte, dan trabajo a mucha gente, lo cual está bien mientras hacemos tiempo esperando a que llegue Odoacro el Hérulo de una vez por todas. Pero también tiende a encontrarse en los festivales una molesta presencia política de sesgo localista y caquicil, en la que el ayuntamiento o comunidad de turno, ejerciendo de procónsul, le recuerda al ciudadano y al profesional, libre o esclavo, que la celebración tiene lugar sólo por cortesía del águila imperial, y que por tanto deben rendirle eterna pleitesía. Por cierto que los procónsules de hoy, como los del siglo IV, utilizan el estandarte para demostrar la legitimidad de su soberanía, pero luego no responden demasiado a las órdenes de la capital… También es significativo el hecho de que las programaciones de estos festivales tiendan a resumirse en tres ideas: una, la preeminencia del teatro clásico, esto es, antiguo, o sea, de autores muertos; mitología clásica en su sentido más formativo, vaya. Dos, obras contemporáneas, pero de la tribu local. Eso hace que los iberos conquistados aprendan a ser agradecidos con los tribunos que les han arrojado las uvitas; educación política, ustedes me entienden. Y tres, los grandes espectáculos, es decir, los que cuestan muchos sestercios, y que luego van a viajar por el imperio cantando las excelencias del Rómulo Augústulo de turno; dicho de otro modo, propaganda imperial. Me piden aquí que comente las programaciones de algunos de los festivales más relevantes, pero, como soy de los que encuentran fascinante y nada temible la Edad Media, y por tanto tengo ganas de que el imperio se vaya a hacer puñetas lo antes posible, reconozco que hace tiempo que dejaron de impresionarme los combates de gladiadores, por muchos leones que saquen.

Que el Grec se traiga a Romeo Castellucci, a Ronconi, o a Amos Gitai (¡Con Jeanne Moreau, toma ya!) es, en realidad, lo normal, lo de siempre. Que en Mérida se presenten las cosas de Pandur o los monólogos de El Brujo, pues también. Que en Almagro haya treinta y dos Shakespeares modernizados y veintiocho Fuenteovejunas, tres cuartos de lo mismo. Que en medio de todo eso se cuelen espectáculos prometedores, como la muy apetecible revisión del Arte Nuevo propuesta por Micomicón, o un Los Gemelos de Tamzin Townsned que puede dar la gran sorpresa, o que se rinda un merecidísimo homenaje al historiador César Oliva, no contradice lo anteriormente dicho. Al fin y al cabo la Edad Media tampoco salió de la nada.