Image: La sangre es vida

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Teatro

La sangre es vida

García May dirige su versión de Drácula

4 diciembre, 2009 01:00

José Luis Alcobendas, en un ensayo

Siguiendo la fórmula de diario y cartas cruzadas que Bram Stoker empleó en Drácula, el autor Ignacio García May ha escrito para El Cultural un humorístico itinerario de lo que han sido los ensayos de la versión teatral que acaba de estrenar en el Valle Inclán de Madrid. Protagonizada por José Luis Alcobendas, la versión se acerca más a los dramas de Chejov que al estereotipo gótico.

Diario de J. Harker
12 de noviembre

Por fin he logrado el permiso para visitar los ensayos de Drácula en el Teatro Valle Inclán. Por lo que parece, están trabajando bajo un estricto secretismo y, si bien corren muchos y muy confusos rumores de todo tipo y condición, nadie parece saber nada cierto sobre el espectáculo. El propio G.V., director del CDN, a su vez perteneciente al MEC, me ha prevenido: "Son gente rara, ojerosa y pálida; ensayan por las noches y con muy poca luz. Además han prohibido terminantemente que entre nadie en la sala llevando ajo". "¿Ajo?", he preguntado yo, un tanto sobrecogido. Quizá tengan a Victoria Beckham en el reparto. Ya veremos.

14 de noviembre
A medianoche, como mandan los cánones, he cruzado el umbral del teatro. Está en un barrio exótico y pintoresco: aquí, en la calle, nadie habla mi idioma, y el transilvano es, de todas las lenguas que se escuchan, la menos difícil de entender. En la sala había una escenografía instalada, muy eduardiana, desde luego, pero no se veía ni un alma. ¿He escrito alma? ¡Un escalofrío recorre mi cuerpo!

Después de esperar un rato a que apareciera alguien han entrado, desde el foso, como si salieran de una tumba, cuatro amables señoritas un poco ojerosas y pálidas, la verdad sea dicha: eran A.B., la escenógrafa, A.S.D., la figurinista y B.V. y S.C., sus respectivas, pálidas y ojerosas ayudantes. Les he preguntado por I.G.M., el director, a quien deseo entrevistar, pero se han mirado entre sí con sonrisa enigmática. "No está", dijo una. "Quizá esté tomando un café", sugirió otra. "No", contestó una tercera, "nunca toma… café". Y volvieron a mirarse y a reír, esta vez con una tenebrosa carcajada. ¿Qué habrán querido insinuar? Luego me han rodeado: ¡sus dientes brillaban en la oscuridad! ¡Qué magníficos premolares!

Mismo día, un poco más tarde
No recuerdo lo sucedido: he debido de quedarme adormilado, y eso que aún no he visto la obra. Al despertar había gente sobre el escenario. Gente no, actores. No estaba la Beckham, pero sí he visto a J.L.P., R.S., J.L.A., X.S., I.R., R.N., R.L., y E. A.de C. (Esta literaria y decimonónica costumbre de escribir las iniciales me va a volver loco). Algunos de ellos han trabajado ya antes con el mismo director, y se les nota: porque si bien los actores, por lo general, no suelen tener muy buen aspecto, a estos se les ve particularmente ojerosos y pálidos.

Recitaban sus papeles sin gritar y sin mover las manos: no parecían españoles. A decir verdad, ni siquiera parecían humanos. No he entendido bien lo que decían, excepto una frase: "No se quede aquí, este lugar no es bueno", pero no sé si me lo largaban a mí o era parte del diálogo. Todo estaba inusualmente oscuro. Como allí cerca habían puesto la mesa de luces, me aproximé para subir la intensidad de los focos; una mano surgió de la oscuridad y me agarró la mía antes de que pudiera tocar nada. "Ni se te ocurra", dijo la voz del cuerpo al que pertenecía el brazo que acababa, drásticamente, en la susodicha mano: era L.P., el iluminador. Tenía un p.c. (esto es un foco, no una persona) de color rojo apuntado cenitalmente sobre la cara y daba miedo. "Es que no veo", protesté, con escasa convicción. Sonrió, pálido y ojeroso. "A él le gusta así: vivimos entre tinieblas". Hizo una pausa tenebrosa. "Si es que a esto se le puede llamar… vivir".

Un ratito más tarde
Me he dormido otra vez. Tengo que hacérmelo mirar, no vaya a ser una subida de azúcar. Ahora ya no había actores en escena, pero sí un tipo ojeroso y pálido, un tal A.G.M. que trabajaba en la oscuridad con una especie de indefinible aparato de tortura que subía y bajaba esotéricamente. "¿Qué es esto?", pregunté, temeroso de la respuesta. "¿Sirve para algo en la obra?" "¿Qué obra?", contestó él. "Yo soy de mantenimiento", y siguió a lo suyo. Inquieto y cansado, he decidido irme a casa. Ya volveré mañana, porque ahora no estoy sacando nada en claro y si sigo así me voy a poner ojeroso y pálido.

En mi intento de encontrar la salida me he perdido por un laberíntico pasillo y he desembocado en la zona de camerinos. Llevado por mi instinto investigador aprovecho para cotillear un poco, abriendo armarios y cajones, pero no he hallado ni una triste capa, ni una sola estaca, ni una dentadura postiza con colmillos afilados, ni un mísero frasquito de sangre artificial. Da la impresión de que, en vez de Drácula, esta gente está haciendo una de esas obras tipo Las tres murciélagas,, de Chéjov, o La señorita Mina, de Strindberg, o Cuando inventemos la transfusión, de Ibsen, es decir, una de esas tabarras naturalistas finiseculares.

¡Con lo que me gusta a mí el Gran Guiñol! Cuando iba a salir del camerino me he dado de narices con otros dos individuos (Pero, ¡¿cuánta gente hay aquí metida, y todos cobrando del erario público?!), muy pálidos, muy ojerosos. En realidad, uno era un individuo y el otro una individua. Él se ha presentado como J.M.M., ayudante de dirección; ella responde a las iniciales O.M. y tiene algo que ver con la producción, no está demasiado claro.

En tono monocorde y peripatético, con la mirada perdida en la oscuridad del pasillo, la mujer repetía: "No me haga fotos, por favor, no quiero que me haga fotos". En vano le he asegurado que no llevaba cámara, pero el otro, sonriendo, me ha dicho: "No le haga caso; las hijas de la noche siempre repiten la misma cantinela". He preguntado por el director; pero parece que acaba de salir. "Era la hora de sacar a pasear las ratas", ha especificado. Viendo la sorpresa de mi rostro añadió: "Las extrañas costumbres de la dramaturgia alternativa transilvana…" Experimento un ataque de pánico. ¡Tengo que huir de aquí!

Carta de I.G.M a E.L, del Dpmo. de Prensa del CDN
Querido E.: ¿Se puede saber quién es ese imbécil llamado Harker que nos habéis enviado hoy para hacer un reportaje? Con chiflados como ése la gente va a pensar que nuestro Drácula es un cachondeo, cuando en realidad, y como bien sabes, se trata de una (ejem, ejem) intachable y muy dramática adaptación de la novela original de Bram Stoker y etcétera, etcétera.

Telegrama de E.L a I.G.M.
Querido I.: Al tal Harker no lo hemos enviado nosotros y ni siquiera es periodista. Es el director de una pequeña compañía teatral que se volvió loco cuando intentó (por supuesto, sin éxito) cobrar todo lo que le debían varios ayuntamientos. Desde entonces está obsesionado con la idea de que le chupen la sangre.