Teatro

Boom de microsalas

Proliferan en Madrid los espacios diminutos de teatro

4 febrero, 2011 01:00

Sala Espada de Madera.

Las salas alternativas son el reducto del teatro incipiente, el caldo de cultivo para los artistas que quieren dedicarse a la escena. En Madrid no dejan de abrirse nuevos espacios, y cada vez importa menos su tamaño, ya que proliferan las salas diminutas, para 50 espectadores. Se respira "agitación artística".

Hay un aspecto que es difícil de calibrar en una ciudad: el pulso artístico y creativo que bulle por sus entrañas, especialmente por sus venas más jóvenes y ardientes. Esta agitación "artística" es algo que se respira en el ambiente, que se detecta en las universidades y escuelas, en los bares y en los barrios al caer la tarde y, ahora, también en la red. Teatralmente hablando, se puede decir que en Madrid hay una efervescencia artística importante en estos momentos, con gran proliferación de grupos y compañías, de escuelas y centros de investigación, y también de salas, legales e ilegales.

Las salas alternativas son, precisamente, el reducto del teatro incipiente. Surgen de la mano de compañías o aficionados que buscan un espacio para sus "aventuras" teatrales (entre los que abundan, curiosamente en nuestra ciudad, los argentinos). Algunas logran alcanzar un alto nivel artístico, erigiéndose en espacios donde sorprendentemente, y fruto quizá de la crisis, convive hoy el teatro más profesional con el emergente.

Es lo que ocurre en las más veteranas y espaciosas de Madrid: Cuarta Pared, Triángulo, Pradillo, Guindalera, Mirador, Teatro de Cámara. Pero también en una pléyade de pequeños espacios, para no más de 50-60 espectadores, que no deja de crecer. El núcleo de esta pléyade se sitúa en el barrio de Lavapiés, que concentra siete salas (a las faldas del Teatro Valle-Inclán), y desde el cual se expanden hacia otros puntos de la ciudad tejiendo una red.

Para el autor de hoy.
En su conjunto, las salas comparten la austeridad escénica y la virtud de ver al actor muy cerca y oír casi el pálpito de su corazón. Las hay interesadas en dar salida a las aspiraciones de los autores de nuestros días (Liberarte, Itaca, La Grada, Tis, La Usina), otras prefieren especializarse en la danza (DT) o en técnicas interpretativas como la improvisación (Azarte, Asura), también las que ofrecen el repertorio del siglo XX (Espada de madera, La puerta estrecha, Tribueñe, Réplika) o los autores clásicos (el teatro Victoria de la calle Pizarro). Y, luego, están aquellas en las que el cabaret y el monólogo son la moneda de cambio (La escalera de Jacob, Montacargas, Tarambana).

La última incorporación a la red de estas microsalas es el "Caldero de Cobre", en la Avenida del Manzanares, un espacio abierto a la música y al teatro frente a lo que será la playa de Madrid y que puede llegar a cobijar hasta 60 espectadores. Muy cerca de allí, en Oporto, un grupo de artistas que rechazan aparecer en este reportaje, -"hartos de los circuitos normales por los que los mercados llevan el arte, disgustados por el poco poder de decisión que tenemos como personas"-, han abierto también hace meses un espacio de cien metros cuadrados donde se proponen funcionar "con precio libre" (¡ojo! no entender como limosna).

Es obvio que esta salas, con aforos tan diminutos, no persiguen la rentabilidad económica. Y tampoco es negocio para muchos de los artistas que actúan en ellos, quienes lo hacen con un voluntarismo ciego, sin otra razón que la de conquistar algún día los encantos de Talía.

Rodolfo Cortizo, director de "La puerta estrecha", tiene claro que con la sala no gana dinero, "es una manera de hacer el teatro que a uno le gusta, se aprende mucho, es un espacio de diversión, eso está claro. Es la sede de mi compañía, La pajarita de papel". Su espacio en la calle Amparo ocupa lo que fue una fábrica de madera, "tapadera de un estudio donde se hacían las películas porno durante el franquismo, incluso tenemos por vecino a uno que trabajaba en ellas", explica. Se trata de un piso de dos plantas, con dos salas: uno para 30 personas y otro para 60. Ahora programan Este sol de la infancia, escrito por Eusebio Calonge (autor del grupo La Zaranda), y han adaptado toda la casa para su representación, de forma que los espectadores siguen la obra por los pasillos y estancias. Registrada como centro cultural, el público de "La puerta estrecha"rejuvenece los jueves, cuando aplican la fórmula "paga lo que puedas".

A la búsqueda de ingresos.
Los cursos y talleres, el alquiler de espacios y las campañas escolares son fórmulas que siguen algunas de estas salas para buscar ingresos, amén de que la mayoría reciben subvenciones de las instituciones, sobre todo del Ayuntamiento.

La que sí ha encontrado el mecanismo para subsistir es "La escalera de Jacob". "Nacimos en 2007 como asociación cultural y abrimos un bar para generar ambiente e ingresos", explica Juan Jiménez, coordinador de programación. "Al principio solo teníamos una sala de conciertos y, más tarde, una segunda para el teatro, para unas 50 personas. Hemos hecho un esfuerzo titánico, pero hoy vivimos de esto unas ocho personas. No es un negocio para forrarse, pero sí para hacer lo que te gusta". Jiménez indica que las condiciones del espacio le obligan a programar espectáculos muy pequeños (monólogos y números de magia), con un máximo de tres actores: "La clave está en sacarle a las salas el mayor rendimiento posible. Nosotros programamos mucho e intentamos mantener los espectáculos largo tiempo, para que interese a los artistas. Y, por lo general, es más viable el teatro que la música, aunque por ello no dejamos de organizar nuestro festival e jazz. Queremos generar un caldo de cultivo de la creación artística".

Sin subvenciones funciona Azarte, dirigido por la actriz Paola Matienzo. Es más un centro de formación que de teatro, aunque su sala de 50 espectadores tiene una programación estable. Cuenta, además, con dos salas de ensayo, que pueden ser alquiladas. Ofertan talleres para actores de cine, teatro y televisión, impartidos por directores de fama (Vicente Aranda, Benito Zambrano, José Carlos Plaza...). "Los cursos son nuestra fuente de ingresos, pero la sala nos permite mantener en cartel las producciones de la compañía, cuyo éxito es tremendo: se agotan las entradas siempre. También invitamos a otros grupos a actuar. Pusimos un anuncio y recibimos un aluvión de solicitudes", comenta el subdirector de la sala, Isidro Romero.

Necesidad vital.
También de los cursos viven los tres socios de La Usina, en Embajadores. "Tenemos en torno a 90 alumnos que siguen nuestros cursos. Ofrecemos, durante tres años, una formación regular para ser actor y, luego, hay talleres específicos". Paralelamente, cuentan con una sala para 50 espectadores, "con bastantes limitaciones técnicas", pero que les permite ofrecer sus propias propuestas y de compañías invitadas: "Nos interesa que sea un espacio de vanguardia, que no ofrezca un teatro convencional. Y en este sentido, jugamos con ventaja, porque los artistas que comienzan tienen una entrega y una inocencia únicas. Esa es precisamente el alma de estas salas, que la gente actúa por una necesidad humana".

A esta necesidad apela también Antonio Díaz-Florián, promotor y director de La Espada de Madera, en la calle Calvario de Lavapiés. "Noto una gran vitalidad en la escena, jóvenes y adultos, profesionales y gente que empieza, y todos tienen una pulsión, una necesidad vital de hacer teatro porque la gente está harta de esperar". Díaz-Florián habla desde este pequeño teatrito, en el que todos los elementos, desde la puerta, a las gradas (que imitan una sillería de coro), al bar, han sido cuidadosamente elegidos y le dan a la sala un aspecto ceremonioso y artesanal. Espada de madera es una sucursal de L'Epée du Bois, compañía que Díaz-Florián fundó en París y que cuenta en La Cartoucherie con tres salas que le cedió el Ayuntamiento parisino y que él y sus actores han acondicionado, siguiendo un estilo en el que la madera es la protagonista. Estilo que también se detecta en la sala madrileña, que ocupa un edificio que el director compró y que ha rehabilitado con dinero de su bolsillo. "De la sala no puedo vivir, pero yo lo siento como una misión. En realidad, quien pierde dinero es la gente que trabaja, que lo hace por salarios mínimos".

Díaz Florián fundó en París la compañía en los años ochenta, -hoy tiene 13 actores-, y con la idea de hacer teatro hispano en Francia. Luego, creó en Madrid, en los noventa, otra compañía, -de siete intérpretes-. El resultado, dice, "es que nos pasamos yendo y viniendo, actuando aquí y allí. Y, además, algunos de los espectáculos que se ven aquí luego los llevo a París". Es el caso de lo último deTeatro del Temple: Einstein y El Dodo, escrita por Ricardo Joven.

ESPADA DE MADERA

La madera es la protagonista de la decoración de esta coqueta sala, donde los elementos están cuidados al máximo. Se encuenta en la calle Calvario, en Lavapiés. Antonio Díaz Florián compró el edificio donde se aloja y lo rehabilitó para ser sede de la compañía Epée du Bois que dirige. Su repertorio son los grandes del teatro español (Lorca, Calderón), pero también autores contemporáneos (Eduardo Pavlosky, Arrabal Enrique Jover...). Acaba de estrenar La Celestina.

AZARTE

Ofrece cursos para actores de cine, teatro y televisión. Y cuenta con una sala para 50 espectadores con programación estable. Además cuenta con dos salas de ensayo que alquila. En la calle San Marcos, 19.

LA PUERTA ESTRECHA

Abrió en la calle Amparo en 2009 (pero antes estuvieron en Cabeza). Ocupa un piso de dos plantas decorado con gusto, parece un museo: -"Pobres pero no cutres"- dice el director. Es sede de la compañía La pajarita de papel.

LA ESCALERA DE JACOB

En la calle Lavapiés, es un bar con dos salas para 50 espectadores. Programan música y teatro (números de magia, espectáculos de humor y para niños). La clave de su éxito: siempre hay actuaciones.

DT

En el barrio de Chueca, está especializada en espectáculos de danza con un aforo para 35 personas. La programación guarda afinidad con el mundo gay. Programan "Mas bonita que ninguna", ciclo de drag queens.