El 26 de marzo se cumple el centenario del nacimiento de Tennessee Williams. Nacido en Misisipi, sus obras retratan los ambientes sureños por los que transcurrió su vida y están pobladas de personajes inadaptados enfrentados a la sociedad. Tras una época en la que han estado ausentes de los escenarios españoles, sus obras han vuelto a cautivar al público. José Luis Miranda, autor de la versión de Un tranvía llamado deseo que ofrece el Español de Madrid, descifra las claves de su teatro.

No siento ningún aprecio especial por los escritores, pero me inclino a pensar que lo que más motiva a la mayoría de ellos y a la mayoría de los demás artistas es su vocación desesperada de encontrar y de saber distinguir la verdad dentro del conjunto de mentiras y evasiones en que vivimos". Eso dice Tennessee Williams en una autoentrevista publicada en abril de 1957. Tiene entonces 46 años y es muy famoso. Descontando el intento evidente de seducción y la complicidad que esas palabras encierran hay que admitir también la posibilidad de que sea sincero y de que ése sea, en definitiva, el motivo de que muchos de sus personajes sigan resultando tan atractivos y tan eficaces como transmisores de una tensión entre la obligada apariencia y el dolor y la mentira que esconden.



Sus personajes son conscientes de que viven en una sociedad corrupta pero no se plantean el combate, sino más bien parecen buscar pactos imposibles. "He mostrado buen número de flaquezas y brutalidades humanas y, consecuentemente, las padezco. No quiere esto decir que yo tenga más conciencia de las mías que cualquier otra persona de las suyas propias. La culpa es universal". Eso afirma. Por lo tanto el pacto que Tennessee Williams plantea, basado en la complicidad, es con el espectador y apela no sólo a todo aquello que se trata de ocultar deliberadamente sino también a todo lo que está inconscientemente arraigado dentro de una determinada sociedad en un momento dado. El sentimiento de culpa al que se refiere Williams en el año 1959 no forma actualmente parte del entramado social y ésa puede ser la dificultad mayor para entrar hoy en su raíz más profunda y compartir ese temblor, esa oscuridad.



Por otra parte, el melodrama, la deriva truculenta y la presencia de personajes marcados por condicionantes patológicos han sido, a veces, motivo de rechazo o alejamiento de un cierto sector crítico. Sin embargo, en todas sus grandes obras sabe transformar el exceso y artificio en vida, vida que fluye y se acerca desmenuzada en un lenguaje coloquial pero impregnado en una lograda tensión poética que transforma lo estridente en un fluir sencillo y memorable.



Memorables son un gran número de personajes de sus obras: la familia Wingfield de El zoo de cristal, en donde Amanda y sus hijos -Laura y Tom- mantienen un sordo combate entre la realidad y el deseo, instalados en el miedo, tratando de ocultar la esperanza, la envidia y el desasosiego de una resignación inaceptada.



Igualmente memorable es Alexandra del Lago -la Princesa Kosmonópolis-, fantasmal recreación de la pérdida de la juventud, la gloria y la belleza, que aletea desaforada y sonámbula en Dulce pájaro de juventud. No es fácil tampoco olvidar a Margaret -Maggie-, "gata sobe un tejado de zinc caliente", según su muy rico y muy enfermo suegro, de quien espera heredar si consigue desprender a su marido Brick del alcohol y de una homosexualidad que la margina, gata en todo momento discurriendo entre el deseo insatisfecho y la codicia. Igualmente son inolvidables los personajes de La noche de la iguana: cinco seres extraviados entre una naturaleza desbordante y una soledad irremisible.



Quizá de toda la brillante galería de personajes de Tennessee Williams el más emblemático sea Blanche DuBois, síntesis de fragilidad e infortunio que desciende de Un tranvía llamado deseo para alojarse en un sórdido espacio en donde la realidad no admite el alivio de los sueños ni las pequeñas argucias e imposturas de una hipocresía más refinada.



En sus Memorias, Tennessee Williams considera que los gritos lanzados por Blanche al mundo en su etapa más desesperada han sobrevivido fundamentalmente porque son "auténticos gritos de un corazón en lucha". Son, desde luego, los gritos del propio Williams que, recordando lo que Flaubert decía de Madame Bovary, podía afirmar: "Blanche DuBois soy yo". No sólo el dolor, también un sentido del humor muy peculiar y una gran habilidad para mostrar las contradicciones de los personajes y de la sociedad en la que se desenvuelven, caracterizan el teatro de Tennessee Williams, que de forma lúcida dejó escrito: "Todos nosotros somos gente civilizada, lo cual significa que somos salvajes de corazón pero que somos capaces de observar unas pocas normas de conducta civilizada". Dice que estas palabras las había escrito en una carta que no llegó a enviar y que, pasado el tiempo, las encontró encima de su escritorio.