El Teatro Galileo de Madrid acoge a partir del 30 de junio la obra de Jardiel Poncela Las siete vidas del gato bajo la dirección de Ángel García Suárez. Javier Villán repara en por qué un dramaturgo que fue despreciado por la crítica y censurado por el poder en su tiempo se ha puesto tan de moda en la actualidad.

Miembro, según acuñación de López Rubio, de la Otra Generación del 27, la generación del humor sin compromiso: Mihura, el propio López Rubio, Edgar Neville, Tono. El humor como filtro de lo más grosero de la vida. La sociedad española de posguerra no estaba preparada para estos ingenios cosmopolitas, un poco hollywoodienses fracasados. Y el poder político tampoco iba a permitir algo más allá de una comicidad estilizada o el chiste de argumentación compleja. Acaso fuera Jardiel Poncela el más genuino de este grupo en cierta medida frustrado: vistos con desdén por la izquierda del exilio y con recelo por la propia sociedad que los cobijaba.



Jardiel Poncela está de moda, tarde pero reconocido por los jóvenes talentos de la actual dramaturgia española. Murió en 1952 sólo, triste y amargado con muy pocos amigos: Rafael Flórez, que escribió su biografía Mio Jardiel, y la compañía de dos seres antagónicos unidos por el teatro y por Jardiel: Gustavo Pérez Puig y Alfonso Sastre. Pérez Puig sigue siendo fiel a Mihura y al malditismo de Jardiel. Jardiel es un maldito paradójico; la censura del Régimen, al que siempre fue fiel, fue devastadora, sobre todo con sus novelas; sus estrenos, salvo raras excepciones, se contaron por fracasos y cuando hizo gira por la América hispana fueron reventados por los republicanos del exilio que no le perdonaban su adhesión a Franco. Sobre la adhesión a un régimen cuartelero, tan ajeno a su mentalidad exquisita, se ha especulado mucho.



La crítica tampoco entendió a Jardiel. Los problemas con la censura, más por cosas de moral nacionalcatólica que por cuestiones políticas, acabaron arruinando su vida. No es de extrañar que el epitafio de su tumba sea: "Si quereis elogios, moríos". Murió Jardiel y su aceptación por el público ha tardado. Cierto que en su dramaturgia hay luces y sombras, apuntes geniales y abandono a una comicidad perezosa en la resolución de los conflictos. Pero siempre estarán en la memoria del teatro español títulos como Eloisa está debajo de un almendro, Angelina o el honor de un brigadier o Usted tiene ojos de mujer fatal, adaptación de su novela Pero ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?. Jardiel rompe con el realismo mostrenco y costumbrista; lo inverosímil de muchas de sus tramas, si no lo identifica absolutamente con el absurdo, sí lo emparenta con él. Sus argumentos se ramifican en muchas direcciones, lo que dificulta la resolución del desenlace a menudo forzado y urgente. Aporta una comicidad centelleante que enmascara una velada crítica social amable y sin aristas. Hoy el público es más receptivo al teatro de Jardiel, la crítica tiene mayor amplitud de miras y la gente nueva de la farándula ha descubierto en él un filón que ignoro cuánto durará. Hay que felicitarse. Parece que corre el escalafón, aunque sea a costa de los vivos desplazados por los muertos. Eso nos lleva a pensar que autores hoy ignorados quizá sean reconocidos dentro de medio siglo.